Confieso que me demoré en abordar Un mundo para Julius.
No es que no me atrajera Bryce. Sus dos primeros cuentarios me gustaban
desde el colegio (de ahí viene mi amor incondicional por Muerte de Sevilla en Madrid).
Pero, aunque tenía su primera novela a la mano desde hacía siglos, no
le entraba por pura discriminación: Es que era una edición pirateada, de
hojas mal cortadas, tinta opaca y papel malísimo, que soltaba harto
polvillo y ya tu sá, si mezclas mis alergias con mi devoción por las
excusas.... Entonces, cada vez que veía un ejemplar decente en una
tienda o en alguna feria de libros, me detenía la mano al primer impulso
comprador, diciéndome en voz baja: "pero qué haces, pablo, si ya lo
tienes en la casa". Y en ese plan, pasaron años.
Hasta que un día, en una reu, alguien habló de Julius y sus aventuras y estuvieron como media hora comentando uno y otro pasaje y me sentí super estúpido y culpable por no ser capaz de hacer un solo comentario. Así que, ahí no más, días después, me soné bien la nariz, sacudí el librejo vigorosamente (liberándolo del polvo y de dos o tres páginas que tuve que recoger del suelo y pegar luego con scotch) y lo empecé y no paré. Y la pasé muy bien. Y es raro porque, aunque en el libro no hay mucha acción, la cálidez y cercanía con la que el narrador "te habla" al oído, es irresistible.
Para contar la historia de Julius, un niño rico (pero) de gran sensibilidad, Bryce intercala la tercera y la primera persona con pasmosa naturalidad y te mantiene todo el tiempo sonriendo (aunque nunca te arranque una carcajada). De vez en cuando zampa otras voces en la historia que no sabes si pertenecen a un personaje, a un esquivo narrador o a tí mismo, haciendo el comentario preciso -no forzado- que se necesita para redondear un párrafo.