Cuando empiezo a hablar refulgen los primeros flashes. Un camarógrafo sigue todos mis movimientos, como si importaran. Pero los tres tipos que conforman el jurado, que supuestamente deberían prestar atención a lo que estoy diciendo, siguen ignorándome, mirando las pantallas de sus laptops ¿Para esto me he matado ensayando?
Hay un cronómetro grandazo frente a mí, que está mostrando una cuenta regresiva. Pero no me atrevo a mirarlo. Sé de sobra que cuento con tres minutos para hablar y que no me darán ni un segundo más. Trato de concentrarme en lo que digo. Ni siquiera en el momento en que hago una mímica estudiada (estoy describiendo como funcionaría nuestro proyecto de negocio) los jueces me miran. Solo cuando paso a la parte más aburrida de mi exposición levantan las cabezas y me observan con cansancio. Es el peor público que existe. Claro, deben estar hartos. Desde ayer están escuchando a emprendedores de todos los calibres que, como mis socios y yo, hemos pasado a la segunda fase de este concurso de emprendimientos. ¿Cuántas veces les habrán dicho las palabras "mejor", "revolucionario", "disruptivo" o "novedoso"? Les han contado ideas disparatadas sin potencial comercial y también proyectos que serian brillantes si no fuera porque otros, hace mucho, los hicieron realidad y tú ni te enteraste porque no fuiste capaz de googlear un poquito.
Hay un cronómetro grandazo frente a mí, que está mostrando una cuenta regresiva. Pero no me atrevo a mirarlo. Sé de sobra que cuento con tres minutos para hablar y que no me darán ni un segundo más. Trato de concentrarme en lo que digo. Ni siquiera en el momento en que hago una mímica estudiada (estoy describiendo como funcionaría nuestro proyecto de negocio) los jueces me miran. Solo cuando paso a la parte más aburrida de mi exposición levantan las cabezas y me observan con cansancio. Es el peor público que existe. Claro, deben estar hartos. Desde ayer están escuchando a emprendedores de todos los calibres que, como mis socios y yo, hemos pasado a la segunda fase de este concurso de emprendimientos. ¿Cuántas veces les habrán dicho las palabras "mejor", "revolucionario", "disruptivo" o "novedoso"? Les han contado ideas disparatadas sin potencial comercial y también proyectos que serian brillantes si no fuera porque otros, hace mucho, los hicieron realidad y tú ni te enteraste porque no fuiste capaz de googlear un poquito.
Sigo, voy terminando, me faltan dos temas nada más: 1) Explicar cómo se va financiar el proyecto y 2) resumir las virtudes del equipo emprendedor, que conformamos Charles (que no ha podido estar presente), Carlos (que está a un lado, preocupado porque el tiempo de exposición sea insuficiente) y yo. Las caras del jurado por fin muestran alguna atención pero no descifro si es por perplejidad o asco. Y termino, exactamente en el momento en que el cronómetro se detiene y el moderador me dice "tiempo". Hice todo lo que tenía que hacer y dije lo que había que decir. Aunque mi numerito ha acabado, mantengo mi hipócrita sonrisa. Sólo entonces los tres cara-de-poto, sin que se les mueva la raya ni un poquito, se reaniman y disparan. Cuestionan la única grieta del proyecto (un tema legal que, mis socios y yo, acordamos "ver después"). Carlos responde con tranquilidad y diplomacia. El jurado no está muy convencido con la respuesta. Yo, que estoy cansado (he ensayado este discursito dos días seguidos en el espejo de mi baño y hasta he tenido una pesadilla por eso) no quiero entenderlo. ¿Por qué no nos dicen que nuestro proyecto es originalísimo y brillante? ¿Por qué no dicen que somos unos maestros? ¿Por qué no se arrodillan a adorarnos y nos ruegan que los contratemos aunque sea de chupes en nuestra empresa, que obviamente desbancará a Facebook, a Google y a Pornhub? Me miran buscando otra opinión. Yo, que los odio, les respondo con la honestidad que te arranca el cansancio: "Sí, es algo que podemos mejorar". No sé si me gané sus corazones con esa frase. O la cagué.
Agradecen y nos despiden. La puerta se abre. Salimos de la sala. Aun en ese momento nos toman fotos. El camarógrafo también nos sigue. Afuera, una anfitriona nos entrega una bolsita con regalos. Le pregunto algo sobre cuándo darán los resultados, solo por decir algo con la misma voz impostada de mi exposición, a ver si afuera de la sala sí soy capaz de convencer a alguien. Me responde también con una frase hecha y con un tonito tan falso como el mío. Está claro que en este lugar todos somos unos farsantes.
Bajamos las escaleras en silencio, agradecemos con ademanes ceremoniosos al portero y salimos por fin al calor, hostil —pero, éste sí, sincero—, de un verano interminable que hoy me parece más cruel de lo normal, porque es la primera vez en lo que va del año que me he puesto zapatos de vestir y camisa de manga larga. De ahí nos vamos a comer unos salchipapas al Tip Top, con todas las salsas, como si nuestros estómagos tuvieran la culpa de los puntos débiles de nuestro proyecto perfecto. Carlos tiene fe. Charles, que ha seguido la sesión por internet y con el que estamos chateando, dice que la distancia lo hará inocente si perdemos. Yo, el pesimista de todos los grupos, digo que ya fue. Pero de nada sirve especular porque nada depende de nosotros y todo se definirá algunas semanas después. Solo nos queda esperar a que nos llamen para decirnos "sí" o jajajalosientojajaja.
Agradecen y nos despiden. La puerta se abre. Salimos de la sala. Aun en ese momento nos toman fotos. El camarógrafo también nos sigue. Afuera, una anfitriona nos entrega una bolsita con regalos. Le pregunto algo sobre cuándo darán los resultados, solo por decir algo con la misma voz impostada de mi exposición, a ver si afuera de la sala sí soy capaz de convencer a alguien. Me responde también con una frase hecha y con un tonito tan falso como el mío. Está claro que en este lugar todos somos unos farsantes.
Bajamos las escaleras en silencio, agradecemos con ademanes ceremoniosos al portero y salimos por fin al calor, hostil —pero, éste sí, sincero—, de un verano interminable que hoy me parece más cruel de lo normal, porque es la primera vez en lo que va del año que me he puesto zapatos de vestir y camisa de manga larga. De ahí nos vamos a comer unos salchipapas al Tip Top, con todas las salsas, como si nuestros estómagos tuvieran la culpa de los puntos débiles de nuestro proyecto perfecto. Carlos tiene fe. Charles, que ha seguido la sesión por internet y con el que estamos chateando, dice que la distancia lo hará inocente si perdemos. Yo, el pesimista de todos los grupos, digo que ya fue. Pero de nada sirve especular porque nada depende de nosotros y todo se definirá algunas semanas después. Solo nos queda esperar a que nos llamen para decirnos "sí" o jajajalosientojajaja.
Ese fue mi primer pitch. Si pasamos la prueba nos darán un billetón para invertir en el proyecto y mi historia dará un nuevo giro impredecible hacia lo desconocido, que es a lo que me dedico desde hace un par de años. Pero si no sale, no pasa nada. Hay otros mil giros hacia lo desconocido que aún no he intentado.
(7/4/2016)
Pablo Ignacio Chacón (c) Todos los derechos reservados
Pablo Ignacio Chacón Blacker
(7/4/2016)
Pablo Ignacio Chacón (c) Todos los derechos reservados
Pablo Ignacio Chacón Blacker
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Si quieres comentar algo escríbelo aquí. ¡Gracias por leerme! :)