Aunque de tramas muy distintas, hay una sorprendente coherencia entre los relatos que componen La Horda Primitiva. Todos los textos son de corte realista. Sus personajes viven en un contexto urbano o proceden de uno. Su "lucha" principal suele enfocarse en las presiones del entorno. Y la tentación de dejar de luchar y resignarse, atormenta a sus personajes, como si fuera la única salida a sus problemas.
Las mujeres que se salen de lo "socialmente esperado" y que deben soportar "las miradas clavadas en su espalda" (como le pasa a la protagonista del cuento "Dime sí") son recurrentes en esta colección de relatos. |
La mayoría de sus personajes (amas de casa, académicos, jubilados), viven entregados a rutinas repetitivas que la autora describe con mucho detalle y que usa como una estrategia efectiva para trazar sus retratos. Rutinas que, en su mayoría, marcan y oprimen. Como las de la mujer trabajadora que está cansada de madrugar para atender a una familia que la aburre y que le ha asignado un rol de sirvienta (en el relato "El desayuno", que es tan simple como brillante). O las de la anciana que centra cada actividad de su vida en ir a ver a su marido al hospital ("¿Alguna novedad?"); o las de una hija tiranizada, involuntariamente, por un padre que se mea en todas partes ("Hay que lavar"); o la vida repetitiva de un poeta jubilado entregado a la envidia y los remordimientos ("Aeda"). Otras son rutinas gozosas, como las de la mujer que avanza una tesis en una playa del norte ("Los guiños del destino"), o la que sale a correr todas las mañanas en una ciudad en la que es forastera("Las chicas de la yogurtería") pero, y ahí está lo curioso, despertando la extrañeza o el rechazo de quienes los rodean. Como si sufrir fuera lo que corresponde, lo que está bien. Como si eso, echarse la cruz al hombro y tirar para adelante, fuera lo que debes hacer, quieras o no, para ser aceptado, para estar bien con el mundo.
En la coherencia de esta obra, las mujeres (pues la mayoría de los relatos están protagonizados por una) que tienen una vida servil son bien vistas por "los demás". Las que se "rebelan" o se esfuerzan por innovar, son extrañas o rechazadas. Supongo que una relectura de La Horda Primitiva en clave feminista podría ser aún más reveladora. No sabía, hasta después de leer esta obra, que la autora fue una activista por los derechos de las mujeres. De alguna manera su literatura forma parte de esa lucha.
En la coherencia de esta obra, las mujeres (pues la mayoría de los relatos están protagonizados por una) que tienen una vida servil son bien vistas por "los demás". Las que se "rebelan" o se esfuerzan por innovar, son extrañas o rechazadas. Supongo que una relectura de La Horda Primitiva en clave feminista podría ser aún más reveladora. No sabía, hasta después de leer esta obra, que la autora fue una activista por los derechos de las mujeres. De alguna manera su literatura forma parte de esa lucha.
Solos acompañados
Si pudiéramos mencionar a un "antagonista" común a casi todos los personajes, podríamos decir que es el peso de los vínculos sociales y familiares. La mirada de "los otros" sobre los protagonistas es una carga transversal a todos los relatos. El deber con mi pariente enfermo. El "qué diran" de mis círculos sociales. Las sospechas metiches de los amigos y parientes. Así, la soledad de estas personas que aparentemente no están solas resulta por contraste potente y perturbadora. Un buen ejemplo -a pesar de su argumento trillado- es el relato "Dime sí".
Una noche quedó en encontrarse con una amiga en el café Haití en Miraflores. Hacía calor, era verano, y le provocó sentarse en las mesitas exteriores al lado de la calle. Pidió una copa de vino y la tomó. Como su amiga no legaba, pidió otra y también la tomó. Estaba ensimismada en la espera, cuando vio llegar a un grupo de gente en animada conversación. Eran sus hermanas con sus esposos, y unos amigos. Reparó soslayadamente que la miraban con compasión. Los ojos iban desde las copas vacías hasta ella y viceversa. Además era sábado por la noche, y podían suponer que ella estaba sola y que estaría sola en las horas siguientes.
Otro, lo que ocurre en ese intenso diálogo de sordos que es "Apúrense por favor"
Eran casi las siete de la noche cuando Milton Peña bajó la cortina de la sala y encendió el decimocuarto cigarrillo del día. Levantó el auricular del teléfono y vaciló unos segundos antes de volver a colgarlo. Se levantó inquieto y comenzó a pasear por el recinto.La mayoría de personajes hace poco por "resistir". Y si no, usan su posición indefensa, diminuta, frente a una sociedad que las aplasta, como la anciana del relato anterior que, aunque confinada a una silla de ruedas, lucha todo lo que puede con el teléfono como arma para convencer a una amiga, a la policía o a un médico que ayuden a su hijo. Ocurre algo parecido con la chica que protagoniza el primer relato (enlistada en un "partido", que sin duda es Sendero Luminoso) que, aunque se plantea la violencia como el camino que quiere recorrer para cambiar su sociedad, lo explica desde la misma perspectiva doméstica que domina el cuentario, como para que su épica fanatica no desentone con el clima doméstico del cuentario:
-Papá, ¿Por qué está todo oscuro?- preguntó su hija de siete años.
Milton echó una larga bocanada de humo.
-Vete a tu cuarto- dijo secamente.
-Tengo miedo. Todo está oscuro- repitió la niña.
Milton prendió una de las velas que estaban encima del aparador y se la entregó a la niña.
-Ahora ya no tendrás miedo- le dijo. Le acarició la cabeza y la empujó hacia el pasillo-. Anda, espérame en tu cuarto.
La niña cogió la vela y titubeó.
-¿Vendrás?
-Claro, espérame allá-contestó él.
Su hija caminó lentamente por el pasillo e ingresó a una habitación del fondo. Milton cerró la puerta de la sala que comunicaba con los dormitorios y se dirigió de nuevo al teléfono. Marcó un número.
-¿Aló?- dijo en voz baja.
-¿Sí?
-Mamá, soy yo, ya terminé de cerrar las puertas.
-¿Terminaste qué? Hijo, no te entiendo, debe ser el teléfono, nunca te escucho bien.
-Todos vamos a estar tranquilos.
-Habla más alto. No sé por qué te empeñas en vivir en Cienaguilla. Todas las líneas telefónicas están pésimas.
-¿Recuerdas lo que te dije ayer?
-Estoy preocupada, hijo, no me gusta que estés allá, tan lejos y tan solo.
-Nadie nos va a molestar en el futuro.
-Hijo, ¿Por qué no te vienes? ¿Dónde está Enriqueta?
-En su dormitorio.
-¿Y la empleada?
-Se fue, mamá.
-Pero, ¿Por qué no me has avisado? ¿Estás solo con Enriqueta?
-Sí mamá, ya te dije.
-Vente inmediatamente.
-No mamá, estoy donde debo estar y nadie me va a sacar de aquí.
-Yo no digo eso hijo, es que debes venir a vivir aquí conmigo.
-Estás equivocada.
-Pero si ya te han cortado la luz y el agua, es peligroso que estés allá. Hijo, por favor, escúchame, obedéceme. Tienes que venir.
-Adiós mamá, quería despedirme de ti.
Saca la bolsa de arroz. Abre un pequeño agujerito en ella y deja que éste se derrame como un pequeño pero potente haz sobre el recipiente de metal. Entonces miles de granitos golpean la superficie de la fuente confundiéndose unos con otros, como pequeños seres sin destino, pero cuya fuerza es tal, tan intensa y tan violenta, que a pesar de su diminuto volumen logran horadar la estrecha abertura de la bolsa de plástico y la amplían hasta que se abre totalmente y el torrente de arroz se precipita con increíble velocidad hasta cubrir todo el recipiente, envolviendo la faz de la ciudad, como el partido, piensa. Luego, viene la purificación, se dice, mientras coloca la fuente en el lavadero, bajo el chorro de agua cristalina.
Pilar Dughi (1956-2016). Foto tomada de la web del diario El Comercio (si alguein sabe el autor de la misma, por favor me avisa para consignarlo) |
El pesimismo
Salvo la militante de "el partido", los demás personajes no acometen sus propias guerras vitales con entusiasmo, sino con un "a ver si me liga" o "vamos a ver qué pasa esta vez". No sé si alguno consigue ganar porque la sensación de saberse derrotado de ante mano está por todas partes. Y, cuando no es una sensación ominosa, lo que domina es una resignación serena, quizá el único camino que Dughi les deja para salvarse. Pienso, por ejemplo, en el humor del abuelo viudo de "Flan de Chocolate", que se ríe de sí mismo mientras se burla de la angurria de sus herederos, que toman por asalto su casa todos los fines de semana y arruinan la paz de su retiro.
Pero tengo la impresión de que la autora hubiera dudado de su propia capacidad de denuncia social porque, en ocasiones, se obliga a subrayar -innecesariamente- algunas de sus ideas. Todo le sale muy bien, por ejemplo, cuando muestra las condiciones de los ancianos, las falencias del sistema estatal de salud, la desigualdad, la incomprensión de la sociedad frente a los enfermos mentales, el peso de las convenciones que oprimen a la mujer. Dughi logra que todos esos problemas formen parte del "decorado" sobre el que los personajes construyen sus dramas. El lector, que no es tonto, digiere y acepta esas denuncias porque la autora los ha planteado como una condición para digerir y aceptar a los personajes. Y eso está muy bien. Pero aún así, muchas veces, "explica" lo que ya mostró y el efecto estético se resiente y la contundencia de los relatos merma. Me pasó leyendo "Tomando sol en el club" (exceso de explicaciones sobre la salud mental de los soldados), en "Las chicas de la yogurtería" (sobre el acoso sexual sistemático a las mujeres "solas", lo que resiente la efectividad del estupendo final del relato) o cuando "explica" el origen social de las vendedoras de chucherías en la playa de "Los guiños del destino".
A pesar de esos peros, he descubierto con estos textos a una narradora hábil en la descripción, en la administración de la tensión, en la construcción de personajes y muy efectiva a la hora de mostrar -pese a reiteraciones ocasionales innecesarias- cómo somos. Mirarse en los espejos que Dughi plantea podría ser un ejercicio necesario para los que vivimos en sociedad tan clasistas y machistas como la nuestra. Con el plus de que podemos hacerlo de la mano de un puñado de personajes creíbles y persuasivos.
Algunos datos
La horda primitiva fue publicada póstumamente en 2008, a partir de las recomendaciones de los herederos de Dughi quienes precisaron la voluntad de la autora sobre qué cuentos debían reunirse en ese volumen. Algunos eran inéditos y otros procedían de sus cuentarios La premeditación y el azar (1989) y Ave de la noche (con el que ganó el premio de la Asociación Peruano Japonesa en 1995), Dughi también publicó la novela Puñales escondidos (que ganó el concurso de novela corta del BCR en 1997).
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