Me pasó algo curioso con el primer tercio de Madame Bovary. Hasta el capítulo IV de la Primera Parte, todo iba perfecto. Pero luego de la boda de Emma, a medida que su vida se vuelve rutinaria y empieza a compararse con las heroínas de los libros que lee y se deprime y las acciones de la historia son sustituidas por la descripción de sus estados de ánimo, mi interés por la novela se esfumó. Pucha, me dije, ¿y ahora? ¿Qué hago? ¿Sigo no más? El problema es que había leído un prólogo de Vargas Llosa en donde contaba que, cuando él se enfrentó a Madame Bovary por primera vez, se quedó atrapado como con ningún otro libro en su vida. Y a mi me estaba dando sueño... ¡Vergüenza! Como se imaginarán, me entró la depre culturosa y se me ocurrió que si yo no era capaz de disfrutar este libro entonces sólo servía para leer Ume o Condorito.
Pero luego me acordé que Papá Borges decía que si no puedes con un libro, simplemente lo dejes; a lo mejor no se ha escrito para ti y no debes hacerte paltas ni sentirte mal. Total, nadie se va a enterar... A menos que pretendas contar en tu blog que no pudiste la Bovary... (eso no puede pasar ¡Nadie cuenta sus gatillazos!). En fin. Si tienes la indulgencia del único D10s argentino, puedes dejar de leer sin culpas.
Y ya. ¿Fin de la historia? No. Seguí leyendo ¿Por qué? ¿Para ganar una apuesta? ¿Por posero? ¿Para inmolarme? Nada de eso. Había algo fascinante en los párrafos que había leído, algo que no tenía relación con los insufribles rollos existenciales de Emma Rouault: Las palabras que Flaubert usaba para contarlos.
Pero luego me acordé que Papá Borges decía que si no puedes con un libro, simplemente lo dejes; a lo mejor no se ha escrito para ti y no debes hacerte paltas ni sentirte mal. Total, nadie se va a enterar... A menos que pretendas contar en tu blog que no pudiste la Bovary... (eso no puede pasar ¡Nadie cuenta sus gatillazos!). En fin. Si tienes la indulgencia del único D10s argentino, puedes dejar de leer sin culpas.
Y ya. ¿Fin de la historia? No. Seguí leyendo ¿Por qué? ¿Para ganar una apuesta? ¿Por posero? ¿Para inmolarme? Nada de eso. Había algo fascinante en los párrafos que había leído, algo que no tenía relación con los insufribles rollos existenciales de Emma Rouault: Las palabras que Flaubert usaba para contarlos.