Cuando te hablan de un libro maldito cuyo protagonista sirvió de inspiración al asesino de John Lennon y también al tipo que casi mata a Ronald Reagan y te cuentan que el hombre que lo escribió vivía escondido en su mansión sin que nadie pudiera tomar una foto de su cara durante décadas, lo primero que dices es "guau, tengo que leerlo". Sobre todo si eres un chibolo alucinado (como lo era yo cuando escuché todo eso).
Claro, de ahí guardas ese must en tu almacén-de-cosas-que-tengo-que-hacer-algún-día y, como ocurrirá con la mayoría de ellas, el tiempo pasa y te olvidas hasta de que tienes un almacén donde acumulas las cosas que tienes que hacer algún día. Pero a veces es bueno que te olvides. Porque cuando uno tiene altas expectativas sobre un libro, una película o incluso sobre alguien, esos prejuicios contaminan el día del encuentro y afectan tu valoración final.