El maldito inocente

Cuando te hablan de un libro maldito cuyo protagonista sirvió de inspiración al asesino de John Lennon y también al tipo que casi mata a Ronald Reagan y te cuentan que el hombre que lo escribió vivía escondido en su mansión sin que nadie pudiera tomar una foto de su cara durante décadas, lo primero que dices es "guau, tengo que leerlo". Sobre todo si eres un chibolo alucinado (como lo era yo cuando escuché todo eso).



Claro, de ahí guardas ese must en tu almacén-de-cosas-que-tengo-que-hacer-algún-día y, como ocurrirá con la mayoría de ellas, el tiempo pasa y te olvidas hasta de que tienes un almacén donde acumulas las cosas que tienes que hacer algún día. Pero a veces es bueno que te olvides. Porque cuando uno tiene altas expectativas sobre un libro, una película o incluso sobre alguien, esos prejuicios contaminan el día del encuentro y afectan tu valoración final.  

La versión que leí, una traducción de Carmen Criado para Alianza Editorial: Madrid,1995. Las citas que aparecen más abajo pertenecen a esa edición.

Ya no soy un chibolo (aunque sigo siendo alucinado) por lo que leí el libro casi sin expectativas. Y, la verdad sea dicha, no tiene nada de maldito. El protagonista de esta historia, Holden Caulfield, es un chiquillo al que acaban de botar del internado en donde estudia. Su dilema es que no sabe si quedarse deambulando durante unos días por los dormitorios escolares o irse a vagar por la Nueva York de los años 50 antes de que sus padres se enteren de que ha sido expulsado.

De arranque nos damos cuenta que el rasgo más distintivo de Holden es ser un fanfarrón.

Puedo beber toda la noche si me da la gana sin que se me note absolutamente nada. Una vez, cuando estaba en el Colegio Whooton, un chico que se llamaba Raymond Goldfarb y yo nos compramos una pinta de whisky un sábado por la noche y nos la bebimos en la capilla para que no nos vieran. El acabó como una cuba, pero a mí ni se me notaba. Sólo estaba así como muy despegado de todo, muy frío. Antes de irme a la cama vomité, pero no porque tuviera que hacerlo (Página 61).

Tiene además un problema con las digresiones. Empieza contándote algo  de a, sigue con b, de ahí con c y nunca redondea ninguna idea. Se va por las ramas. Y cambia de opinión constantemente, sin ninguna justificación. Y uno, como lector, puede verse ofuscado porque el tipo le siembra expectativas sobre las grandes hazañas que dice que va a realizar y que, a la hora de la verdad, olvida. 

Si llega el momento de romperle a uno la cara, hay que hacerlo. Lo que me pasa es que yo no sirvo para esas cosas. Prefiero tirar a un tío por la ventana o cortarle la cabeza a hachazos, que pegarle un puñetazo en la mandíbula. (Página 61).


Jerome David Salinger, en una foto de 1951, año en que se publicó la novela. Foto de Associated Press

Y es que Holden no sólo le miente a los personajes sino - ahí está el truco- al lector. En mi opinión si no eres lo suficientemente paciente para darte cuenta del juego cerrarás el libro y pensarás que es una estafa, que no va a ninguna parte, y que hay cosas más interesantes que hacer allá afuera que estar soportando a ese chiquillo insufrible. Pero en el fondo Holden es sólo un chico asustado al que le quedan sólo tres días de "libertad", antes de que sus padres se enteren de su expulsión y le impongan un castigo que le quitará el supuesto control que ahora tiene sobre su vida. Como es un chico disperso y se aburre rápido, no sabe como enfrentar su problema y va improvisando a lo largo de toda la novela, gastando el poco dinero que tiene de manera compulsiva. Como no sabe estar solo busca permanentemente compañía, de conocidos y desconocidos. Y en la mayoría de esos casos actúa con una torpeza y falta de tacto de antología.

En cuanto nos sentamos, Sally se quitó los guantes y le ofrecí un cigarrillo. No parecía nada contenta. Vino el camarero y le pedí una Coca-Cola para ella —no bebía— y un whisky con soda para mí, pero el muy hijoputa se negó a traérmelo o sea que tuve que tomar Coca-Cola yo también. Luego me puse a encender cerillas una tras otra, que es una cosa que suelo hacer cuando estoy de un humor determinado. Las dejo arder hasta que casi me quemo los dedos y luego las echo en el cenicero. Es un tic nervioso que tengo.
De pronto, sin venir a cuento, me dijo Sally:
—Oye, tengo que saberlo. ¿Vas a venir a ayudarme a adornar el árbol de Navidad, o no? Necesito que me lo digas ya.
Estaba furiosa porque aún le dolían los tobillos.
—Ya te dije que iría. Me lo has preguntado como veinte veces. Claro que iré.
—Bueno. Es que necesitaba saberlo —dijo. Luego se puso a mirar a su alrededor.
De pronto dejé de encender cerillas y me incliné hacia ella por encima de la mesa. Estaba preocupado por unas cuantas cosas:
—Oye Sally —le dije.
Estaba mirando a una chica que había al otro lado del bar.
—¿Te has hartado alguna vez de todo? —le dije—. ¿Has pensado alguna vez que a menos que hicieras algo en seguida el mundo se te venía encima? ¿Te gusta el colegio?
—Es un aburrimiento mortal.
—Lo que quiero decir es si lo odias de verdad —le dije— Pero no es sólo el colegio. Es todo. Odio vivir en Nueva York, odio los taxis y los autobuses de Madison Avenue, con esos conductores que siempre te están gritando que te bajes por la puerta de atrás, y odio que me presenten a tíos que dicen que los Lunt son unos ángeles, y odio subir y bajar siempre en ascensor, y odio a los tipos que me arreglan los pantalones en Brooks, y que la gente no pare
—No grites, por favor —dijo Sally. Tuvo gracia porque yo ni siquiera había gritado.
—Los coches, por ejemplo —le dije en voz más baja—. La gente se vuelve loca por ellos. Se mueren si les hacen un arañazo en la carrocería y siempre están hablando de cuántos kilómetros hacen por litro de gasolina. No han acabado de comprarse uno y ya están pensando en cambiarlo por otro nuevo. A mí ni siquiera me gustan los viejos. No me interesan nada. Preferiría tener un caballo. Al menos un caballo es más humano. Con un caballo puedes...
—No entiendo una palabra de lo que dices —dijo Sally—. Pasas de un...
—¿Sabes una cosa? —continué—. Tú eres probablemente la única razón por la que estoy ahora en Nueva York. Si no fuera por ti no sé ni dónde estaría. Supongo que en algún bosque perdido o algo así. Tú eres lo único que me retiene aquí.
—Eres un encanto —me dijo, pero se le notaba que estaba deseando cambiar de conversación (Páginas 85-86).

El rollo con los adultos

Holden está decepcionado del mundo de los adultos, que no acepta, y cuyas costumbres lo desconciertan. El autor se vale de escenas como la del cine para convencernos de que, quizá, después de todo tiene razón:

Lo más gracioso es que tenía al lado a una señora que no dejó de llorar en todo el tiempo. Cuanto más cursi se ponía la película, más lagrimones echaba. Pensarán que lloraba porque era muy buena persona, pero yo estaba sentado al lado suyo y les digo que no. Iba con un niño que se pasó las dos horas diciendo que tenía que ir al baño, y ella no le hizo ni caso. Sólo se volvía para decirle que a ver si se callaba y se estaba quieto de una vez. Lo que es ésa, tenía el corazón de una hiena. Todos los que lloran como cosacos con esa imbecilidad de películas suelen ser luego unos cabrones de mucho cuidado. De verdad. (Página 91)

La forma en que se refiere al niño que defiende en el párrafo anterior es parte de una "visión de la niñez" que Holden tiene y que se materializa en el otro personaje entrañable de la novela, su hermana menor Phoebe. A partir de los últimos capítulos, en donde la presencia de ella es más importante, me pareció entender que el verdadero drama del muchacho es haber dejado de ser un niño y que, sabiendo que no puede regresar a esa edad feliz, sólo le queda, como premio consuelo, tratar de velar por la seguridad de los que aún no pasan por ese trauma. Como si así pudiera evitar que ellos se conviertan en esos adultos. Y es por eso que cuando su hermanita lo "cuadra" (como si se tratara de su madre) y le dice que se deje de huevadas y que le diga qué es lo que realmente quiere de la vida , él se muestra sincero por única vez y, en una admirable metáfora que explica el título del libro, confiesa que lo único que quiere es protegerla.

Al final me quedé pensando en qué pasaría si Holden Caulfield conociera a Holden Caulfield. Creo que pensaría que es un imbécil y diría que va a matarlo. Pero, a la hora de la verdad no le haría nada malo. Porque aunque nos venda lo contrario Holden es incapaz de hacerle daño a una mosca. Por eso ahora sé que los que mataron y quisieron matar en su nombre nunca llegaron a entenderlo.
 

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