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Montón de rocas
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Viernes en la tarde. He terminado mis trabajos pendientes. Mi cronograma de actividades está al día. Bien. Es la hora perfecta para empezar a no hacer nada. Para usar este día de la semana para lo que ha sido creado. Pero en vez de cerrar la laptop, como corresponde, abro un documento en blanco en un procesador de texto. Porque tengo ese síntoma que me asalta cada vez que hay muchas cosas orbitando mi cabeza: Ganas enfermas de escribir. Como si al traducirlas en texto, todas las cosas en las que he estado pensando (las que deseo o las que lamento) pudieran materializarse. Las buenas, para poseerlas. Las malas, para ser destruidas.

No sé cómo empezar. Ni qué tema tocar primero. Ni en qué "tono" hacerlo... no logro definir mis ideas, solo las sensaciones residuales de los últimos días que, en su mayoría, son positivas o no demasiado malas: Expectativa, sorpresa. un miedo manejable, un optimismo moderado... Supongo que no debería complicarme, que debería dejar que los dedos se muevan solos en el teclado para que salga lo que salga... Pero no. Ese no serìa yo. Asì que me voy a complicar...

Podría usar metáforas. Por ejemplo hablar de que en las últimas semanas he sentido más el "cambio de la marea", o que las "semillas que he ido sembrado" han empezado a rendir sus "frutos"... Pero hablar en ese tono sin sonar demasiado huachafo implica una objetividad que mi estado de ánimo de hoy, impaciente, no me permite. 

Podría ser más concreto y decir que en los últimos días terminé un proyecto con mucho menos esfuerzo del que creía (lo que es bueno), que un cliente inesperado e importante me contó que me encargaría un trabajo (lo que es mejor) o que alguien que me gusta aceptó almorzar conmigo (lo que es magnífico). Pero también podría ponerme aguafiestas y recordarme que puede que ese proyecto no esté realmente terminado, que el cliente aquél no me haga la orden de compra que espero o que ese almuerzo haya sido... solo un almuerzo. Porque cuando uno cree que las cosas son mejores de lo que realmente son, los baldazos de agua fría (¡uy, una metáfora!) se hacen más helados y probables.

Podría ponerme "denso" y hablar —en segunda persona para que no parezca denso— de que "tus" expectativas son irrelevantes porque las cosas ocurren con completa independencia de tus deseos. Total, las fuerzas que gobiernan el universo nunca piden permiso para elevarte o para pasarte por encima. Solo ejercen su poder. No les importas.

Podría ser severo conmigo y preguntarme qué diablos hago intentando escribir algo optimista cuando claramente no lo logro. O podría ponerme moralista y criticar este sarcasmo (como si se notara) pues en los últimos días me he enterado de que hay personas cercanas a mí que lo están pasando fatal... Y en vez de perder el tiempo escribiendo pavadas debería hacer algo útil y solidario. Podría finalmente, decir "qué diablos", no escribir nada y bajarme una película o llamar a los amigos con los que no me reúno hace tiempo para enrostrarles mi rara serenidad de estos días (antes de que se me pase), a ver si así me creen que no soy tan pesimista como piensan. 

Pero no me sale nada de eso... Escribo, borro, escribo, no me gusta nada de lo que va saliendo... Quizá sí deba dejar que los dedos se muevan solos sobre el teclado para que pongan aquí cualquier cosa. Porque hoy, me parece, lo importante no es lo que escribo sino el solo hecho de hacerlo. Y dejarme llevar, simplemente, por la clase de lugar que más me gusta: La página en blanco de un cuaderno, un documento nuevo en un procesador de texto, una hoja de papel vacía, la nueva entrada de un blog... Para sentirme bien. Porque los recipientes que contienen tus textos son como el hogar (cómodos), pero a prueba de balas. Dentro de ellos estás seguro, a salvo de todo. Incluso del universo matón.

Así que sí. Eso haré. Me quedaré un rato más dentro de esta burbuja tan agradable. Retozando, holgazaneando, estirándome, retocando este texto, cambiándole algunas palabras, buscando que suene mejor, con la esperanza embustera de que, corregido y todo, siga pareciendo un texto espontáneo y sincero. Y luego arreglaré alguna ilustración para ponerle. Y lo copiaré (casi) todo en mi blog. Y así seguiré gastando esta noche de viernes hasta que me aburra de sentirme bien. Y finalmente cerraré la laptop y regresaré envalentonado al universo real que, visto desde estas líneas, luce hoy menos terrible de lo habitual.
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Autor

Pablo Ignacio Chacón

Pablo Ignacio Chacón

Soy autor de "Los perseguidores" (cuentos) y "Juanito Trapelas" (microrrelatos). En 2017 gané el Concurso de Microrrelatos de la Casa de la Literatura Peruana. Fui finalista en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo (2011), el Concurso Bonaventuriano de Cuento de (2015) y dos veces en la Bienal de Cuento Premio Copé (2000 y 2022).

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