Mi amigo Nelson se va. Deja Lima para vivir con aquél de quien se ha enamorado y con quien incluso firmará un documento que a la larga le permitirá ser ciudadano de otro país y ejercer su profesión allá, junto a su compañero norteamericano. La ocasión ha merecido despedidas y discretas celebraciones. Pero también generó una actividad que se desarrolló durante varios días y que, al menos para mí, fue completamente novedosa: Una liquidación completa de sus objetos personales. Porque cuando uno se va de verdad, el equipaje es un estorbo.
Claro que deberá llevarse algo de ropa y una que otra cosa que no ocupe espacio. Pero dejará todo lo demás. Por eso, hace algunos días, envió a mi celular y al de algunos de sus parientes y amigos, unas fotos con todo lo que hay en su departamento, como si estuviera organizando una mega venta de garaje. En el mensaje que vino con las fotos me pedía que escoja lo que yo quiera: Que me lo regalaba. Así, sin más. Le respondí que no, que cómo se le ocurría, que tratara de venderlo, que no sea tonto. Pero al final nos pusimos de acuerdo en que lo visitaría para ver si le robaba "algo pequeño".