La sal en las heridas

1916. En medio de los Alpes Orientales los italianos y los austriacos se cañonean mutuamente con cuantiosas pérdidas. La historia la narra Frederick Henry,  un norteamericano que se ha enlistado en el bando italiano con el rango de teniente. Su responsabilidad es dirigir las ambulancias que evacúan a los heridos en batalla. Catherine Barkley es una escocesa que sirve como enfermera voluntaria en el frente. Mientras Europa se desangra ellos se enamoran. Ese podría ser una apretada sinopsis de Adiós a las Armas, la segunda novela de Ernest Hemingway.




La forma

Más que el fondo de la historia (sencilla, no demasiado original), lo más interesante de la novela está en el estilo. La escritura del autor es directa, las metáforas casi no existen. Está narrada en primera persona  pero los diálogos constituyen la esencia de la novela. Son abrumadoramente fluidos y proveen abundante información con una gran economía de medios. Por ejemplo podría decirse que toda la personalidad del cirujano-capitán Rinaldi (uno de los personajes más interesantes) se describe en este diálogo con el teniente: 


-Abra la botella. Traiga un vaso. Bébetelo niño. ¿Cómo está tu pobre cabeza? He revisado tus papeles, no tienes fractura. El comandante del puesto de socorro no es más que un carnicero. Si te atendiera yo no te haría ningún daño. Nunca hago daño a nadie. Voy progresando. Cada día hago las cosas con mayor ligereza y seguridad. Perdona que te hable tanto, niño, pero me transtorna verte gravemente herido. ¡Anda bebe esto! Cinco estrellas. Al salir iré a ver a éste inglés. Te obtendrá la condecoración inglesa.
- No las dan así como así.
- Eres demasiado modesto. Mandaré a nuestro oficial de enlace. Al sabe como manejar a los ingleses.
- ¿Has visto a Miss Barkley?
- Te la traeré. Voy a buscarla ahora mismo.
- No te vayas -dije-. Háblame de Goritzia. ¿Cómo están las muchachas?
- No hay muchachas. Hace quince días que no las han cambiado. Yo ya no voy más. Es horrible. Ya no son chicas, son como viejos compañeros de armas.
-¿No vas nunca por allí?
-Únicamente lo hago para ver si hay algo nuevo. Sólo entro y salgo. Todas me preguntan por ti. Es repugnante que se queden tanto tiempo, ya que acaban por convertirse en amigas.
- Tal vez las muchachas ya no quieran ir al frente
- Claro que sí, hay montones de mujeres. La culpa la tiene la mala administración. Las reservan para los caballeros de la retaguardia.

- Mi pobre Rinaldi -dije- completamente solo en la guera, sin mujeres nuevas  (Capítulo 10)

Y también existen diálogos que relatan muchas acciones en pocas líneas. Hay uno en particular que me dejó admirado porque es un prodigio de concisión. Son unas líneas que pronuncia un doctor militar mientras ausculta la pierna herida del norteamericano. Catherine, que no entiende el idioma italiano, está presente y auxilia al doctor. Aunque nunca es explícito, resulta evidente que la mayor parte de las palabras han sido dichas en italiano pero las últimas en inglés.

-¿Cómo diablos se hizo eso tan feo? —preguntó—. Déjeme ver las radiografías. Sí. Sí. Eso es. Tiene cara de rebosar salud. ¿Quién es esa chica tan mona? ¿Es su novia? Me lo suponía. ¡Qué guerra más jodida, eh! ¿Le hago daño? Es usted buen chico. Le voy a dejar mejor que nuevo. ¿Le duele? Apuesto a que le duele. Esos médicos, ¡cómo disfrutan haciendo daño, eh! ¿Qué tratamiento le han hecho hasta ahora? ¿Sabe hablar italiano la chica? Debería aprender. Qué chica más mona. Yo podría enseñarle. Si pudiera ser paciente en este hospital... No, pero yo me encargo de que el parto les salga gratis. ¿Entiende ella eso? Le dará un chico estupendo. O una niña rubia, muy mona, igual que ella. Eso es. Perfecto. ¡Qué chica más guapa! Pregúntele si quiere cenar conmigo. No, no se la quitaré. Gracias. Muchísimas gracias, miss. Eso es todo. (Capítulo 15)
El contexto

Cañones italianos capturados por las tropas austro alemanas en la Batalla de Caporetto en 1917. Foto: wikimedia commons. 
Hay muchas descripciones de escenarios bélicos, aunque nunca narrados desde el mismo frente de batalla, sino desde la retaguardia donde se encuentra el teniente con sus ambulancias. (Por ello, y con el perdón de los que saben, no me parece razonable decir que es uno de los más vívidos retratos de la guerra en la literatura, un lugar común entre los comentarios sobre esta obra). Las descripciones son breves. Cuando ocurre una situación especialmente dramática se usan pocas palabras y se ahorran los adjetivos. La tercera parte de la novela, en ese sentido, es la más intensa y para mí la mejor y más emocionante. Incluye varios capítulos dedicados a las peripecias del teniente en medio del desastre de Caporetto, una batalla en la que los austríacos reciben el apoyo de los alemanes y logran romper las líneas italianas, obligándolos a una penosa retirada en la que el protagonista enfrenta una serie de peripecias, al mejor estilo de una novela de aventuras. 
Durante el curso de la noche muchos campesinos se habían unido a la columna, desembocando de pequeños caminos vecinales y en la columna se veían carros cargados con enseres domésticos; espejos asomando por entre colchones y pollos y patos atados a los carros. En el carro que había delante de nosotros había una máquina de coser que recibía la lluvia. Habían salvado los objetos más valiosos. En algunos carros se veían mujeres acurrucadas, tratando de protegerse de la lluvia, y otras iban a pie andando lo más cerca posible de los carros. Ahora había también perros en la columna, andando debajo de los vehículos. (...) Bajé de la ambulancia y me abrí paso a pie buscando algún camino transversal por el que pudiéramos tomar para atajar a través de los campos. Sabía que había muchos caminos transversales, pero necesitaba uno que nos llevara a donde queríamos. No podía acordarme de ellos porque siempre que había pasado por allí había sido en coche, corriendo a toda velocidad por la carretera principal, y todos se parecían mucho. Me daba cuenta de que nos era forzoso encontrar uno si queríamos llegar a nuestro destino. Nadie sabía dónde estaban los austríacos, ni cómo iban las cosas, pero estaba seguro de que
si la lluvia cesaba y los aeroplanos venían a ametrallar la columna, estábamos todos perdidos.. (Capítulo 28)

Un joven Ernest Hemingway posa con el uniforme que usó durante la Primera Guerra Mundial, donde sirvió como conductor de ambulancias para la Cruz Roja en el frente italiano, presisamente lo mismo que hace el protagonista de la novela, publicada una década después de su experiencia bélica. Foto tomada de www.bbc.com/news/entertainment-arts-27885690

El amor

En cambio las escenas en las que la pareja se encuentra sola son todo diálogo, sin comentarios, con calidez.

—Bueno, cariño. Ahora ya estás limpio por dentro y por fuera. Dime una cosa. ¿A cuántas mujeres has querido?
—A ninguna.
—¿Ni siquiera a mí?
—Sí, a ti sí.
—¿Y a cuántas más?
—A ninguna.
—¿Y con cuántas...? ¿Cómo lo dices...? ¿Con cuántas has estado?
—Con ninguna
—Me estás mintiendo.
—Sí.
—Bueno. Pues sigue mintiéndome. Esto es lo que quiero que hagas. ¿Eran atractivas?
—Nunca he estado con ninguna.
—Bueno. ¿Eran de verdad muy atractivas?
—No sé nada de eso.
—Sólo eres mío. Ésa es la verdad y nunca has pertenecido a ninguna otra. Pero no me importa si no ha sido así. No les tengo miedo. Pero no me hables de ellas. Cuando un hombre está con una chica, ¿cuándo es que ella le dice el precio?
—No lo sé.
—No, claro. ¿Le dice ella que le quiere? Dime eso. Quiero saberlo.
—Sí. Si él quiere que se lo diga.
—¿Y él? ¿Le dice que la quiere?. Dime eso, por favor. Es importante.
—Si quiere decírselo, se lo dice.
—Pero tú nunca lo has dicho, ¿verdad?
—No.
—¿De veras? Dime la verdad.
—No —mentí (Capítulo 16)

Su amor es relativamente clandestino y eso los obliga a actuar con complicidad. Pero no se les hace difícil porque hay una gran química entre ellos. Les ayudan además una serie de circunstancias propicias para su relación (demasiado convenientes, diría yo), como que el hospital inglés en Milán esté casi vacío (y ella pueda hacer las guardias nocturnas sólo para "cuidarlo" a él) o que los hoteles también lo estén por las circunstancias históricas que viven. Incluso en los momentos de peligro forman un buen equipo, como durante la difícil huída por el lago:

—Voy a remar.
—Descansa un poco y toma un trago. Hace una noche espléndida y hemos avanzado mucho.
- Tengo que impedir que vuelque la barca
—Yo te daré de beber. Y luego descansa un ratito (Capítulo 37) 

Una vista actual de la ciudad de Stresa, desde donde Frederick y Catherine emprenden una peligrosa travesía por el lago en medio de una tormenta. Imagen tomada de italien-ferienhaus.net 

Hay algunas cosas que desentonan: Frederick se la pasa bebiendo toda la novela, sin mayores consecuencias y sin que eso mine su atractivo para Catherine (que bebe muy poco). Casi siempre tiene dinero, lo que le permite darse algunos lujos pero no se sabe cómo lo logra, pues si bien se insinúan asuntos sobre giros bancarios que recibe resulta sospechoso el origen de sus fondos, porque él mismo declara estar distanciado de su familia, tema que siempre rehuye y nunca explica.

Pero nada de eso es un problema porque los tórtolos que son tal para cual: No se complican la vida, no tienen mayores convicciones religiosas y les tienen sin cuidado las convenciones sociales. Además el hecho de ser expatriados voluntarios les permite no sentirse desgarrados por la guerra en la que viven. Durante la segunda mitad de la novela, de hecho, parece que fueran un par de turistas en un continente que se desangra. Todo esto tiene su gracia porque permite establecer un dramático contraste entre lo que ocurre "afuera" y "adentro" del drama. Y es que su relación, mirada con desconfianza por sus amigos, parece todo el tiempo fuera de lugar. El final, notable, donde se hace un uso mesurado de técnicas literarias (como el monólogo interior mezclado con el diálogo) se encarga de integrar muy bien esas contradicciones

Portada de la primera edición de la novela en el idioma original. Yo leí una transcripción on line de la traducción de Carlos Pujol para Seix Barral: Barcelona, 1985. Por eso las citas que aparecen en este texto sólo indican el capítulo del que proceden, pero no la página.Como la transcripción no tenía carátula prefiero colocar ésta imagen para ilustrar esta nota.
Debo agregar que, personalmente, la mayoría de las conversaciones de los amantes son repetitivos. Podría decir también que son "trillados" pero no hay que ser injustos: La influencia de Hemingway en el cine posterior a su obra (su innegable talento para el diálogo nos hace creer por momentos que estamos leyendo un diáfano texto teatral) ha sido tan grande que muchas de las escenas que en su tiempo fueron novedosas, se han convertido de la mano del cine y la literatura rosa en un cliché. Es seguramente eso, y no algún defecto del narrador, lo que haya hecho que la lectura me haya resultado bastante empalagosa por momentos. Y a mí la melcocha no me va. Lo que sí creo es que debería ser delito mencionar la palabra "feliz" tantas veces en una novela, como lo hace el autor. ¡Qué insoportable! Felizmente que Hemingway le echa sal a las heridas para "arruinar". de manera sublime, el final de la historia. 

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