Efímero


Hace algunos meses publiqué en mi cuenta de Twitter un videíto informativo sobre un tema político. ¿Por qué? Un poco por joder, por opinar, por meter mi cuchara, dizque aportar, complicarme la vida haciendo algo que nadie me había pedido que haga. Mi cuarto de hora cívica del mes, de esas cosas que uno hace para, en compensación, poder portarse como un patán el resto del tiempo, sin remordimiento alguno. Como tengo poquísimos seguidores en twitter, me tomé la confianza de compartir el video con varios periodistas "líderes de opinión" de la tuitósfera (a ninguno de los cuales tengo el gusto de conocer) y tuve la suerte de que dos de ellos lo retuiteraran. Lo que siguió fue interesante: Varias personas desconocidas lo re-re tuiteraron y algunos otros hicieron comentarios (desde "estoy de acuerdo" a "eres un caviar de mierda"). Se siente bien. Durante un par de horas te da la sensación de que existes, de que eres alguien y hasta de que tienes poder. Pero luego el ego se te desinfla y una avalancha de nuevas publicaciones (ajenas y más bonitas que la tuya) inundan el timeline de todos los tuiteros, enterrando tu maravillosa publicación debajo de las publicaciones de los demás. Puede que tres horas más tarde alguien, que estuvo ocioso excavando en su propio twitter, encuentre tu videíto y lo rescate y lo lance a la superficie una vez más. Tú, iluso, creerás que renacerá y conocerá un segundo minuto de fama. Pero la avalancha seguirá y seguirá tan multitudinaria y cruel que tu video volverá al fondo rápidamente y de manera definitiva. Y ahí se quedará, sepultado junto con otros millones de tuits que nadie jamás volverá a leer.


Pero esa noche, cuando ya me estaba olvidando del tema ocurrió algo extraño. Debo decir antes que como el video me había quedado más o menos bonito tuve el mal gusto de "firmarlo" en los últimos dos segundos, poniéndole la dirección de mi web personal (la que uso para mostrar mi trabajo). Pues bien, alguien que yo no conocía vio el video, luego visitó mi web y me mandó un mensaje. Era el mandamás de cierta empresa grande. Me comentó que quería producir material "de ese tipo" para su compañía. Curioso: Un rato jugando al opinólogo me había producido un posible cliente. Aunque al final no salió ningún negocio (luego de un par de intercambios de correos, el asunto quedó en nada), sí aprendí una lección, de esas que son obvias para todo el mundo, menos para los necios como yo: Mostrar mi trabajo podría servir para ganar nuevos clientes.

Sintiéndome todo un estratega hice un plan: Aprovecharía los seguidores que mi descuidado blog de historia tenía en Facebook (unos 7500) para compartir un video nuevo. En los dos últimos segundos colocaría mi marca personal, junto con la dirección de mi página web, con la esperanza, nada descabellada, de que alguien a quien le sobre la plata y lo vea, piense: "Ese es precisamente el tipo de video minimalista que necesita mi empresa para promocionarse" y me encargue uno o dos... millares.

Busqué un tema que no fuera tan aburrido y que tuviera el potencial de ser popular. Me puse a investigar un poco y luego escribí un artículo detallado para el blog. El video sería la "versión resumida" de ese artículo y funcionaría como un "trailer" del mismo. Diseñé varias ilustraciones y mapas, ensamblé las escenas, y, tras varios días de trabajo, lo publiqué en el Facebook de antiguoperu.com. A partir de entonces no tenía más que cruzarme de brazos para ver qué ocurría... si es que ocurría algo.

Durante la primera hora algún atrevido lo compartió y mis amigos le dieron like (más les valía). Nada del otro mundo. Pero al finalizar el día yo estaba alucinando... 800 personas habían visto, al menos, los primeros diez segundos del video. El segundo día se repitió la cifra. El tercero 1233 personas lo vieron completo. En el cuarto, otras 4040. En el quinto cinco mil y pico. En el sexto más de 8000. Pero ojo, esos son los que lo vieron completo. En realidad, durante la primera semana mi video había aparecido en el timeline de 350 mil personas. Incluso un medio de prensa local  —uno de esos diarios viejos que, ignorando el peso de su marca, publican cualquier cosa para rellenar su web—, hizo una notita sobre mi trabajo en su edición digital. Fue la cereza de la torta: Había creado un video viral. Y sin promocionarlo (porque, por si no lo saben, uno puede pagar para que el video llegue a más gente), sin gastar dinero. Hice cálculos atrevidos: Si el primer video que hice lo vieron 200 personas y casi obtuve un cliente.... ¿Cuántos potenciales clientes me llamarán esta vez? Estaba entusiasmado. Cuando me miraba al espejo en vez de pupilas veía signos de dólar, palpitantes y brillantes.

Pero, como ustedes saben, todo lo que sube tiene que bajar. Y en el reino de lo efímero —al que vivimos conectados a diario con nuestros aparatitos indispensables—, lo nuevo envejece casi inmediatamente después de nacer, y pasa al olvido. Así que, unos días después, los números se redujeron a casi nada, dejaron de llegarme notificaciones cada minuto al teléfono y se hizo el silencio... Mi video viral había tenido una vida larga y venturosa durante casi diez días, pero ya había pasado al "otro lado". Lo que tocaba ahora era hacer el balance de los beneficios. Hagamos el cuento corto: ¿Alguien me llamó? Sí. ¿Me pidieron cosas? ¡Sí! ¡Felicidades Pablo! No, no, tampoco me feliciten. ¿Y por qué no? Pues... Déjenme contar solo tres eventos de esos días extraños, un pequeño muestrario de lo que ocurrió... 

1) Me escribió mi amiga D, desde Londres pidiéndome.... ¿un video para la trasnacional en la que trabaja? No. Más bien un consejo, sobre un proyecto de web que tiene. Un proyecto emprendedor, bonito, filantrópico. Léase bien: Ad honorem. "Y, como veo que estás  en esos temas, Pablito". "Claro, amigaza, pásame la info y te doy mi opinión". Lo hizo y compuse un largo correo electrónico con mis comentarios, le di por teléfono varias sugerencias y hasta le conté chistes para que se ría un poco y distraiga su nostalgia por el lejano Perú. Sí lo sé... moriré pobre.

2) Me escribió al Facebook mi amigo J, que había leído el artículo asociado al video. ¿Pablo, el correo electrónico que usas es tal? Sí. Ya, perfecto, te mando un mensaje por ahí. Bacán, lo espero. Pensé que como tiene una empresa vinculada a temas ambientales seguramente necesitaría difundir algún tipo de mensaje por sus redes sociales... Pero lo que llegó con el correo no fue una solicitud de cotización sino un relato de ficción acerca de unos barcos y una guerra. Quería mi opinión al respecto. Aplicado, le di un par de leídas, hice algunos comentarios críticos sobre la estructura de su cuento y ponderé la claridad de su escritura, cosas todas que me agradeció cálidamente mientras yo pensaba que, si sigo así, cuando muera pobre, al menos, irán mucho amigos a mi velorio.

3) Me llegó un mensaje de la jefa de capacitación de cierta empresa para la que hace algunos meses hice otros videos (que, por cierto, aún no me terminan de pagar). Me pedía que la llame con urgencia. Recordé entonces que el gerente de esa misma empresa me había dicho hace tiempo lo siguiente: "Vamos a tener que hacer como quince o veinte videos". En realidad solo me encargaron seis... Pero bueno, me dije, nunca es tarde, seguro vieron mi nuevo video y se acordaron y les volvió el entusiasmo. Me froté las manos... Y, mientras sentía que mis ojos me dolían por lo mucho que habían crecido los signos de dólar dentro de ellos, hice la llamada.

—Hola Pablo —me dijo la jefa de capacitación—, ¿puedes venir mañana acá a la oficina?
—Claro, ¿vamos a hacer más videos?
—Eh... No. Es para que firmes el acta de conformidad que falta para que inicien el proceso de pago de lo que te deben.
—¿Cómo? ¿Recién están tramitando mi pago? ¡Pero hace más de un mes que me dijeron que era cuestión de días!
—Eh... No... es que le han hecho observaciones al trámite de tu pago y ahora hay que hacer la documentación de nuevo...

Bueno... ¿Qué estoy queriendo decir? ¿Que todo esto del video no sirvió de nada? ¡Oh, claro que no! Por supuesto que sirvió. Al menos para tres cosas:

1) Subieron los likes de mi blog de historia, lo que es muy bueno para mi autoestima (pero completamente irrelevante para mi bolsillo).

2) Mis amigos hablaron bien de mí durante unos minutos en sus redes sociales (aunque también hablaron bien de otras mil cosas, como sucede a diario en todas las redes de todos tus amigos). Y...

3) La experiencia me dio suficiente material para escribir algo: El texto que en este preciso momento estás leyendo y que te ha hecho perder el tiempo miserablemente durante unos minutos. Pero no te sientas mal. Porque tu lectura de estas líneas, como todo lo que se hace internet (desde ponerle like a una publicación de facebook hasta pasarte una semana investigando, dibujando, escribiendo un artículo y armando un video bien chévere en el que depositaste todo tipo de esperanzas disparatadas) es una acción efímera, de mínimo impacto y que no te dejará secuelas de importancia. En serio. Mírame a mí. Ya hasta me olvidé de qué estábamos hablando.


Post Data: No, mentira, no me olvidé. Si te interesa, pasé el video a Youtube y puede verse aquí. El artículo que escribí sobre el tema del video se puede leer aquí

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