En la ciudad de París que Balzac dibuja en su novela Papá Goriot, el prestigio social es lo único que importa. Allí los que obran por amor, generosidad, sentido ético o incluso mera practicidad están condenados a la miseria o, peor aún, a la intrascendencia. Si vives ahí y quieres "triunfar" tienes que entender que la hipocresía encabeza todo los códigos de conducta y que parecer es mucho más importante y rentable que ser. Y si estás casado debes exhibirte con tu amante en los eventos sociales porque eso no perjudicará la opinión que los demás tengan de ti, que es mucho más importante que tu propia opinión.
Pero, aunque esta sociedad está llena de carruajes lujosos, trajes inmaculados y modales refinados en realidad es más pobre de lo que parece. Es cierto que los que más brillan siguen siendo los miembros de la nobleza que sobrevivieron a la Revolución Francesa. Pero hoy esa casta no es si no una sombra de lo que fue, al punto que a los condes y marqueses ya no les bastan sus títulos para ser importantes y luchan por obtener dinero como sea para mantener su estatus y su imagen. Empeñan sus relojes y sus joyas, se amanecen en los casinos y tratan, por cualquier medio concebible, de hacer algún buen negocio con los burgueses, a quienes pertenece el dinero. El objetivo no es hacerse rico sino verse magnífico, esconder la decadencia, brillar. Todo lo demás (el amor, la familia, la paz espiritual) es secundario. En esta civilización de la apariencia la autenticidad es un mal.
Pero, aunque esta sociedad está llena de carruajes lujosos, trajes inmaculados y modales refinados en realidad es más pobre de lo que parece. Es cierto que los que más brillan siguen siendo los miembros de la nobleza que sobrevivieron a la Revolución Francesa. Pero hoy esa casta no es si no una sombra de lo que fue, al punto que a los condes y marqueses ya no les bastan sus títulos para ser importantes y luchan por obtener dinero como sea para mantener su estatus y su imagen. Empeñan sus relojes y sus joyas, se amanecen en los casinos y tratan, por cualquier medio concebible, de hacer algún buen negocio con los burgueses, a quienes pertenece el dinero. El objetivo no es hacerse rico sino verse magnífico, esconder la decadencia, brillar. Todo lo demás (el amor, la familia, la paz espiritual) es secundario. En esta civilización de la apariencia la autenticidad es un mal.
Los burgueses
Lo sorprendente es que, a pesar de que rezuma decadencia, ese mundo sigue atrayendo a los que no pertenecen a él. Los burgueses están obsesionados con el ascenso social, con codearse con duquesas y vizcondes. Incluso los que han conseguido hacerse ricos (comerciantes o banqueros) sienten que no pueden ser felices si no son admitidos en los salones de la vieja aristocracia.
Balzac ha reunido a un grupo de burgueses en una casa de medio pelo, en un oscuro barrio de París, alejado del brillo al que aspiran. Se trata de la Pensión de la Señora Vauquer. Los burgueses que ahí viven -jóvenes que aspiran a la gloria y viejos que aspiran a un retiro digno- comparten comidas, bromas e intrigas y se organizan en un microcosmos en que el también existe la estratificación social. Si tu vives en la Pensión Vauquer y quieres "ser alguien" debes salir de las habitaciones más ruines de los últimos pisos para ocupar los departamentos más aparentes del primero. El personaje que da nombre a la novela, el Señor Goriot (al que llaman papá en su acepción más lastimera y condescendiente), está haciendo el camino inverso. Se está empobreciendo.
La casa Vauquer
Pero vamos por partes. Balzac dedica varias páginas a describir -con su minuciosidad habitual- la casa a donde han venido a envejecer Goriot y otros interesantes individuos. A mi me divierte, por ejemplo, cómo es que presenta la atmófera del salón y del comedor que se convertirán más tarde en el epicentro dramático de la novela:
Esta primera pieza exhala un olor que carece de nombre en el idioma y que habría que llamar "olor de pensión". Huele a encerrado, a moho, a rancio; produce frío, es húmeda, penetra los vestidos; posee el sabor de una habitación en la que se ha comido; apesta a servicio, a hospicio. Quizá podría describirse si se inventara un procedimiento para evaluar las cantidades elementales y nauseabundas que en ella arrojan las atmósferas catarrales y sui generis de cada huésped, joven o anciano. Bien, a pesar de estos horrores, si lo comparaseis con el comedor, que le es contiguo, hallaríais que este salón resulta elegante y perfumado.
Entre sus curiosos habitantes hay tres que, a pesar de su diferente peso en el desarrollo de la trama, encarnan los tres métodos distintos que puede utilizar una persona de su tiempo para ascender en la escala social.
Trepar
Goriot, que da nombre a la novela, está en un extremo. Es el colmo del desprendimiento y un tipo tan buena gente que dan ganas de pegarle. Comerciante retirado, se hizo rico a punto de trabajar muy duro toda su vida. Pero en la época en que ocurren los hechos de la novela vive miserablemente. Está pagando el precio de la felicidad de sus dos hijas, a quienes con muchos esfuerzos y gastos exorbitantes ha logrado instalar en las altas esferas sociales de París. Su sinceridad es tan aplastante que todos creen que miente. Los "excesos" de su amor paternal parecen un error, una inconveniencia, una estupidez. No ve en la generosidad ningún sacrificio: Para él es lo único lógico, lo único aceptable porque, como bien dice,
Yo amo más a mis hijas más que lo que Dios ama el mundo, porque el mundo no es tan hermoso como Dios y mis hijas son más hermosas que yo (p.100)
Reatro de Honoré de Balzac (1799-1850), por Louis Boulanger (1806-1867). Imagen tomada de Wikimedia Commons. |
En el otro extremo está Vautrin, un tipo carismático cuyas misteriosas ocupaciones no se conocen sino hacia la mitad de la novela pero que desde el principio se revela como un crítico social clarividente, un apóstol del cinismo, un genio maligno. Sus maquiavélicos planes no sólo se basan en la mera ambición sino en la convicción: Vautrin piensa que a esta sociedad podrida hay que combatirla desde adentro, jugando con sus reglas. Sus sentencias, realistas y terribles, suenan completamente actuales. Por ejemplo, esto es lo que le dice al joven Rastignac al saber de sus ambiciones sociales:
Lograr una rápida fortuna es el problema que en este momento tratan de resolver cincuenta mil jóvenes que se hallan en vuestra situación. Vos formáis una unidad de ese número. Juzgad de los esfuerzos que tenéis que hacer y de lo encarnizado del combate. Es preciso que os devoréis los unos a los otros como arañas en una olla, dado que no existen cincuenta mil buenos puestos. ¿Sabéis cómo sigue aquí cada uno su camino? Por el brillo del talento o por la habilidad de la corrupción. Hay que penetrar en esa masa de hombres como una bala de cañón o deslizarse en ella como la peste. La honradez no sirve de nada. (p.82)
Entre esos dos fuegos está el verdadero protagonista de la novela, Eugene de Rastignac (a quien ya habíamos conocido en La piel de zapa), un estudiante de derecho de provincias que quiere triunfar en el gran mundo y que, al principio de la trama está convencido de que el único camino que tiene para salir de la pobreza y tener éxito, es el camino del estudio y el trabajo duro y parejo. Es el mismo camino que toma su amigo, el estudiante de medicina, Bianchon. Pero, a diferencia de éste, que se mantiene fiel a su objetivo de ser un profesional competente, Eugene renuncia a sus esfuerzos académicos y presta oídos tanto al santo Goriot como al demonio Vautrin. Los dos le ofrecen una receta para el éxito pero con serios inconvenientes: En el camino de Goriot es el sufrimiento. El de Vautrin, el delito.
Inconforme con esas opciones, que lo tientan por igual, Eugene intenta construir un cuarto camino, uno intermedio a todos, en apariencia imposible, donde pueda conciliar sus escrúpulos, sus deberes y sus grandes ambiciones. Ese dilema es su motor y su freno durante toda la historia. Logra así conquistar algunos éxitos aparentes pero también pasa por dolorosas lecciones a medida que va metiéndose en las fauces de ese monstruo, vestido siempre de fiesta, que es la alta sociedad de su tiempo.
Inconforme con esas opciones, que lo tientan por igual, Eugene intenta construir un cuarto camino, uno intermedio a todos, en apariencia imposible, donde pueda conciliar sus escrúpulos, sus deberes y sus grandes ambiciones. Ese dilema es su motor y su freno durante toda la historia. Logra así conquistar algunos éxitos aparentes pero también pasa por dolorosas lecciones a medida que va metiéndose en las fauces de ese monstruo, vestido siempre de fiesta, que es la alta sociedad de su tiempo.
Papá Goriot, a ratos muy divertida, a ratos perturbadora, es una elegante crítica al cinismo, al arribismo, a la ingratitud y a la instrumentalización de la familia y de los afectos. Pero la verdadera fuerza de esta obra no reside en sus disimuladas intenciones morales ni en sus excesivas descripciones, si no en sus sólidos personajes, sus escenas memorables (como los portazos en la cara que recibe Eugene, los diálogos que sostiene con la fascinante vizcondesa de Beauseant o con Vautrin, la borrachera en la pensión, el complot policial para atrapar a un famoso delincuente, la última fiesta...), sus decenas de frases geniales (al punto que se podría componer un refranero completo sólo con citas de esta novela) y su final que, aunque no es inesperado, resulta tan contundente y perfecto, que agita y conmueve.
Datos
Papá Goriot fue pubicada por primera vez en 1834 y se convirtió en uno de los más grandes éxitos literarios de Balzac, colocándolo en el centro de la literatura francesa de su tiempo. Dentro de su proyecto de La Comedia Humana, fue colocada en la sección denominada Escenas de la vida privada. Toda la trama transcurre en París, en el año 1819. Para entonces se había restaurado la monarquía, luego de la caída de Napoleón aunque con un parlamento y una serie de convenciones sociales que facilitaban la movilidad entre clases.
(9 de julio de 2015)
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