Muchos tenemos el defecto... o la virtud... o la peculiaridad (éso, lo tibio es lo más falso pero lo menos complicado también) de tomar hechos claramente inconexos entre sí y crear entre ellos una relación que los dote de sentido. Un ejemplo simpático de ello es lo que me ocurrió a fines de mayo, un domingo soleado por la mañana. Andaba por la Plaza de Armas y me sorprendió encontrarme con una interesante mezcla de tradiciones. Por el jirón Carabaya, frente a la catedral, avanzaba lentamente una ruidosa y festiva multitud. Al frente de ella había una banda de músicos armados de saxos, tubas y trompetas que tocaban un carnaval al ritmo de un bombo. Contorneándose alrededor de ellos había una docena de bailarinas, con la clásica minifalda y el sombrerito pequeño de las fiestas puneñas. Más allá una grupo de sikuris con sus gorros rojos de penachos amarillos, tocando una música muy diferente con sus enormes zampoñas mientras hacían sus propias cabriolas sobre sí mismos.Y doblando la esquina había comparsas de caporales llenos de charreteras doradas y todo tipo de accesorios estrambóticos. Las pancartas que portaban explicaban el jolgorio: Era una celebración por el aniversario de Unicachi (un distrito de Puno del que procede una importante comunidad de comerciantes en Lima). Pues bien, hasta ahí lo típico, lo que suele verse en cualquier fiesta patronal peruana. Lo curioso es que en ese preciso momento entraba a la plaza por el jirón Junín otra procesión, una más pequeña, que no tenía nada que ver con la otra y cuyos integrantes tenían trajes largos y sobrios, cubiertos de mantos blancos y adornados con crucecitas metálicas. Tenían su propia banda de músicos, que tocaba una marcha lenta y tristona, a cuyo compás un grupo de cargadores mecía una pesada anda religiosa (una cruz de madera abrigada con toda clase de telas y colgajos). Liderando la procesión iba un grupo de sahumadoras con mantillas de encaje que murmuraban algo sincronizadamente mientras otras personas arrojaban pétalos de flores sobre la imagen. Era la Santísima Cruz de Torrechayoc (una devoción de la provincia de Urubamba, en Cusco).
La procesión de la cusqueña Cruz de Torrechayoc se detiene junto al Palacio Arzobispal de Lima para esperar a que el jolgorio puneño termine su paso por la plaza. |
El aparente desconcierto de los devotos cusqueños por encontrar la plaza "ocupada" no nubló su buen juicio y decidieron esperar, en la esquina derecha de Palacio de Gobierno, a que pasaran los alborotados puneños. Porque en Lima, aunque estemos un poco apretados, hay espacio para todos. A los lados de las calles los turistas y parroquianos estaban encantados con el contraste de dos tradiciones provincianas muy distintas que esa mañana habían tomado por asalto el primer espacio público del Perú.
Hace sólo 50 años una confluencia semejante hubiera sido impensable en la plaza de armas de la ciudad. En ese entonces las clases dominantes de la capital le daban la espalda a las migraciones provincianas (fue entonces cuando llegaron, por ejemplo, los unicachinos a Lima) que estaban multiplicando el número de limeños y creando una nueva dinámica social que acabaría por definir al Perú contemporáneo. En esa misma época Sebastián Salazar Bondy publicó su famoso ensayo Lima la horrible que causó escozor entre las élites porque en él criticaba, con dureza y elegancia, al limeño ensimismado e insensible que se resistía a entender que la capital del país se estaba convirtiendo en una ciudad multicultural que necesitaba una nueva identidad, muy distinta a la utopía virreinal que la decadente oligarquía del siglo XX aún veneraba. Y justamente, con ocasión del aniversario de la publicación de ese libro, la Casa de la Literatura Peruana había organizado una exposición, de varios meses de duración, sobre la vida y obra de su autor. Y yo, que todo lo dejo para el final, estaba caminando hacia allá para visitar la muestra (porque era el último día en que estaría abierta) cuando me crucé con ambas multitudes.
Hace sólo 50 años una confluencia semejante hubiera sido impensable en la plaza de armas de la ciudad. En ese entonces las clases dominantes de la capital le daban la espalda a las migraciones provincianas (fue entonces cuando llegaron, por ejemplo, los unicachinos a Lima) que estaban multiplicando el número de limeños y creando una nueva dinámica social que acabaría por definir al Perú contemporáneo. En esa misma época Sebastián Salazar Bondy publicó su famoso ensayo Lima la horrible que causó escozor entre las élites porque en él criticaba, con dureza y elegancia, al limeño ensimismado e insensible que se resistía a entender que la capital del país se estaba convirtiendo en una ciudad multicultural que necesitaba una nueva identidad, muy distinta a la utopía virreinal que la decadente oligarquía del siglo XX aún veneraba. Y justamente, con ocasión del aniversario de la publicación de ese libro, la Casa de la Literatura Peruana había organizado una exposición, de varios meses de duración, sobre la vida y obra de su autor. Y yo, que todo lo dejo para el final, estaba caminando hacia allá para visitar la muestra (porque era el último día en que estaría abierta) cuando me crucé con ambas multitudes.
El libro
Ya de niño había escuchado, como una frase hecha, el título de la obra que siempre era usado, en tono de broma, para contrastarlo con los sobrenombres pomposos con los que se hablaba de nuestra ciudad (como "Lima, la perla del pacífico" o "La ciudad jardín"). Pero sólo lo he leído ahora, 51 años después de que apareciera y 50 después de la muerte de su autor.
A primera vista parecería ser el gran discurso de un orador. Pero no de los aburridos sino de esos que te lanza algún viejecito sabio que sabe muy bien como entretener a su auditorio (porque el libro es bastante ameno). Eso sí: Este viejecito pertenece a tu familia porque conoce todos tus defectos, y te dice las cosas con una mezcla inobjetable de dureza y cariño. Y lo hace con una prosa deslumbrante.
Si hay una tesis central en el ensayo es la denuncia de una mentira con la que crecimos todos los limeños del siglo XX: La existencia de cierta Arcadia Colonial, una "Lima que se fue", la de los virreyes, las tapadas y la riqueza inconmensurable. Ese mito genera lo que él llama la "conspiración colonialista" auspiciada por las clases dominantes para mantener el control de la sociedad utilizando en su provecho una historia falseada del Perú que deforma todos los acontecimientos históricos para cargarse de legitimidad. Salazar Bondy contrasta a ese supuesto pasado luminoso con agudas observaciones sobre el carácter y las aspiraciones de los habitantes de Lima en la década del 60. Las críticas son feroces pero están escritas de forma tan encantadora que no parecen ser la paliza que realmente representan.
Radiografía de los limeños
A pesar de que en algunos de sus temas se siente ya el paso del tiempo (pues nuestra ciudad ya no es el feudo de una oligarquía), en muchas otras cosas los limeños "no hemos cambiado nada". El caso más notable quizá sea el la moral del "vivo criollo", el criollazo, el limeño pendejo por antonomasia, que habita en todas las esferas de la sociedad:
De todos modos es a las "Grandes Familias", en cuanto élite, a las que les caen los palos más duros. El autor ataca su hipocrecía y revela que ésta no es otra cosa que una tradición centenaria mantenida generación tras generación: La estrategia "criollaza" con la que el de arriba mantiene su posición y se asegura la paz social:
Pero el autor le pega a todos, incluso a las clases populares, a las que acusa de cómplices y complacientes, de vivir hipnotizadas con la promesa mentirosa del progreso fácil y convencidas de que lo que hay que hacer es no cuestionar, no cambiar, porque algo bueno le sacarán, en algún momento, al sistema imperante.
Quizá los más punzantes alegatos de Salazar Bondy están referidos a la formas en que los limeños, de toda clase social, se tratan entre sí (en el espléndido capítulo llamado "Sátira e instinto de casta"). Ahí se concentra en la lisura y la huachafería. Según el autor ambas figuras son usadas para perpetuar el orden social.
Al contrario de lo que hacen muchos observadores foráneos (que se citan en el texto) el autor no celebra la lisura limeña. Su definición es apabullante:
En suma, no tomar partido, quedar bien con todos, algo que se traduce en las acciones también porque
La lisura es pues, un límite. Excederse es hacerse merecedor del mote de "huachafo" que reúne en un solo y pleno haz los conceptos de cursi, esnobista y ridículo. A través de una hábil argumentación, define la huachafería y a los huachafos pero también revela el insospechado papel que juega esa categoría en la lucha de clases:
El gris que nos define
Pero más allá de esas duras opiniones socio políticas, los pasajes más encantadores del libro (acaso porque nos quitan algo de culpa a los habitantes de la ciudad) tienen que ver con la relación entre el carácter limeño con su medio natural. Por ejemplo con su clima (gris y monótono) que pareciera tener una misteriosa influencia sobre nuestra "forma de ser". Compartí el siguiente párrafo de la obra en mi muro de facebook para probar su actualidad y mis amigos estuvieron de acuerdo con su vigencia. Una amiga incluso comentó: "50 años y no hemos cambiado nada".
En el mismo sentido resultan muy evocadores sus párrafos sobre el aspecto de las azoteas de Lima que, para él, son una prolongación de las soledades del desierto que rodea la ciudad.
La arenga
Con ese mismo tono, Salazar Bondy se engarza en duelos solitarios con asuntos tan dispares como la melancolía ciudadana, con el rumbo criollo (y por tanto falso) que tomaba por entonces la liberación femenina, con el comportamiento comodón del clero, con el uso político del arte colonial, con la música criolla y hasta con el casi inconsciente culto a los muertos que profesamos (y que evidencia esa mitología ya casi perdida sobre almas en pena coloniales que custodian tesoros enterrados).
Pero hacia el final, el autor se deja de sutilezas, respaldado por la contundencia de sus ideas, y llama a la acción: Si la capital del Perú pretende sobrevivir no puede seguir adorando a sus dioses muertos. Porque así como los ejércitos chilenos acabaron con la imbatibilidad de la arcadia colonial que Lima encarnaba, dice el autor, otros ejércitos hambrientos la cercan para poseerla y hacerla expiar sus largas indiferencias (p.150). Desde luego se refiere a la miseria de las masas migrantes que desde las provincias más remotas del Perú, estaban ya entonces desbordando los contornos de la capital.
Salazar Bondy no vivió para ver el curso que tomaría esa historia. Murió al año siguiente de la publicación de su ensayo. Luego, sólo tres años después, las crisis políticas desembocaron en el golpe de estado de Velasco y sus bizarras reformas estatales que, si bien destruyeron la economía peruana, aliviaron algunas tensiones sociales al desmantelar la oligarquía. La miseria continuó o empeoró pero, al menos, los "culpables de siempre" dejaron de estar al mando y la vigencia de la "conspiración colonialista" desapareció. Algunos investigadores creen que eso evitó la insurgencia popular que Salazar Bondy y otros pensadores creían inevitable. De hecho cuando llegaron los años 80 y Sendero Luminoso pretendió hacer su propia "revolución" en el Perú, sus métodos violentos fueron rechazados por la gran mayoría de la población.
Mientras leía Lima la Horrible me resultó inevitable pensar que si su autor hubiera visto el aspecto de la ciudad en los años 80 (con los paros armados de los terroristas y las montañas de basura que acumulábamos en las calles), o la de los 90 (cuando Lima fue secuestrada por las combis), o la de hoy (con el sicariato aterrorizándonos a todos) quizá hubiera llegado a creer que, después de todo, la Lima de los 60, su Lima, no estaba tan mal ni era tan horrible como habría de serlo después. En cualquier caso la ciudad tiene hoy cinco veces más habitantes que los que tenía en esa época y aunque adolece de enormes y nuevos defectos, también está menos dividida, posee una clase media bastante amplia que le da integridad y está aprendiendo, por fin, a aceptarse como una megalópolis culturalmente diversa. De la Arcadia Colonial, por cierto, queda muy poco y ha dejado de ser relevante para el imaginario local. Pero, aunque hayan cambiado los paradigmas, la psique limeña, si es que realmente existe tal cosa, mantiene los mismos vicios, corregidos y aumentados, que denunciara nuestro autor.
Una edición (de Peisa) del ya clásico ensayo del intelectual limeño. Las citas que aparecen en este artículo proceden de de ella. |
A primera vista parecería ser el gran discurso de un orador. Pero no de los aburridos sino de esos que te lanza algún viejecito sabio que sabe muy bien como entretener a su auditorio (porque el libro es bastante ameno). Eso sí: Este viejecito pertenece a tu familia porque conoce todos tus defectos, y te dice las cosas con una mezcla inobjetable de dureza y cariño. Y lo hace con una prosa deslumbrante.
Si hay una tesis central en el ensayo es la denuncia de una mentira con la que crecimos todos los limeños del siglo XX: La existencia de cierta Arcadia Colonial, una "Lima que se fue", la de los virreyes, las tapadas y la riqueza inconmensurable. Ese mito genera lo que él llama la "conspiración colonialista" auspiciada por las clases dominantes para mantener el control de la sociedad utilizando en su provecho una historia falseada del Perú que deforma todos los acontecimientos históricos para cargarse de legitimidad. Salazar Bondy contrasta a ese supuesto pasado luminoso con agudas observaciones sobre el carácter y las aspiraciones de los habitantes de Lima en la década del 60. Las críticas son feroces pero están escritas de forma tan encantadora que no parecen ser la paliza que realmente representan.
Radiografía de los limeños
A pesar de que en algunos de sus temas se siente ya el paso del tiempo (pues nuestra ciudad ya no es el feudo de una oligarquía), en muchas otras cosas los limeños "no hemos cambiado nada". El caso más notable quizá sea el la moral del "vivo criollo", el criollazo, el limeño pendejo por antonomasia, que habita en todas las esferas de la sociedad:
El vivo (...) es el comerciante o proveedor que sisa en el peso, el funcionario que vende el derecho, el abogado que se entiende con la parte contraria, el prefecto que usa el mando en beneficio personal, el cura que administra los sacramentos como mercaderías, el automovilista que comete la infracción por simple gusto, el alumno que compra el examen, el jugador de dados cargados, el artista que se apadrina para el lauro, el ladrón que escamotea la prenda ajena a vista y paciencia o con la complicidad del policía, todo el que obtiene, en resumidas cuentas, lo que no le pertenece o le está vedado por vía ilícita pero ingeniosa, debido a lo cual el hecho es meritorio. En homenaje a su picardía los vivos merecen la indulgencia. (p. 32)
De todos modos es a las "Grandes Familias", en cuanto élite, a las que les caen los palos más duros. El autor ataca su hipocrecía y revela que ésta no es otra cosa que una tradición centenaria mantenida generación tras generación: La estrategia "criollaza" con la que el de arriba mantiene su posición y se asegura la paz social:
... tal como los luises o los borbones de triste recordación salían por las puertas traseras de sus palacios para darse un "baño de pueblo". A esto le llaman nuestros burgueses aristócratas, democratización (el director de empresa se emborracha con sus obreros porque "es muy criollo", razón por la cual también el latifundista alterna con los peones en la choza y el Señor Presidente estrecha la mano del audaz zambo que se le aproxima), aunque el trabajador siga siendo el "cholo de mierda", el "serrano sucio", el "negro bruto", el "chino tísico", que no merecen ni la centésima parte del salario que recibe su semejante en Illinois o Cincinatti (p. 48)La clase media también recibe lo suyo. A falta de abolengo usa de manera despreciable la política como el camino natural a la abundancia.
...y si hoy en el palacio de Pizarro, como desde hace 140 años, habita un Presidente de la República, ello no impide que ahí campee alguien que se considera a sí propio como un virrey español, cuando no, simplemente, para contrastar la alternancia política, un híbrido de rey inca. La carrera del limeño notable comienza con el puesto público, la diputación o el capitulerismo electoral, y, triunfal concluye en el poder o en la privanza oficial de quien riega la higuera cuatricentenaria del solar del fundador. (p.17)
Una vista del Jirón de la Unión en los años 50. Imagen tomada de www.arkivperu.com |
Pero el autor le pega a todos, incluso a las clases populares, a las que acusa de cómplices y complacientes, de vivir hipnotizadas con la promesa mentirosa del progreso fácil y convencidas de que lo que hay que hacer es no cuestionar, no cambiar, porque algo bueno le sacarán, en algún momento, al sistema imperante.
En el alma de la multitud, cuyos adelantados mendicantes pordiosean en pleno Jirón de la Unión, está profundamente arraigada, diríamos que casi amalgamada con ella, la certeza de que súbitamente puede abrírsele a uno cualquiera, el camino de la fortuna. De ahí que los políticos no ofrezcan al pueblo su liberación colectiva dentro de una reestructuración socio-económica, sino casas gratis (...), tierra gratis, alimento gratis (p. 62)Lo "liso" y lo "huachafo"
Quizá los más punzantes alegatos de Salazar Bondy están referidos a la formas en que los limeños, de toda clase social, se tratan entre sí (en el espléndido capítulo llamado "Sátira e instinto de casta"). Ahí se concentra en la lisura y la huachafería. Según el autor ambas figuras son usadas para perpetuar el orden social.
Al contrario de lo que hacen muchos observadores foráneos (que se citan en el texto) el autor no celebra la lisura limeña. Su definición es apabullante:
...(es) esa maliciosa hechura de desahogo humoral que punza como el florete y que, sin embargo, formalmente, no acusa herida ni entraña ataque a cara limpia. (...) Cura en salud y se contradice, pues golpea y acaricia, agravia y se excusa, afrenta y se rectifica. De lisuras está hecho el lenguaje cotidiano del limeño -y principalmente de la limeña, según está aceptado (p. 113)
En suma, no tomar partido, quedar bien con todos, algo que se traduce en las acciones también porque
...aparentar, adular, complacer, uniformar, constituyen aquí reglas de urbanidad. El exceso, positivo o negativo, y la demasía, aunque fuere la creadora y avasallante del genio, se tienen por ejemplos de vulgaridad o demencia. (p.115)
La lisura es pues, un límite. Excederse es hacerse merecedor del mote de "huachafo" que reúne en un solo y pleno haz los conceptos de cursi, esnobista y ridículo. A través de una hábil argumentación, define la huachafería y a los huachafos pero también revela el insospechado papel que juega esa categoría en la lucha de clases:
Se ha dicho que "la pobreza no es huachafería" (Ezequiel Balarezo Pinillos), pero se ha callado que es sobre todo entre los pobres donde los satíricos la advierten. Y es explicable. Si el pobre se queda en pobre, acepta la pobreza y la reconoce como prueba providencial, impertérrito fatalismo o naturaleza irrecusable, no habrá peligro de que amenace de ningún modo el estado de cosas que la determina, Ahora bien, si el pobre pretende salir de esa situación y niega su pobreza como destino, se le abren dos caminos: la subversión contra los opresores o la inflitración entre ellos. La primera equivale a una guerra y se la libra negando la leigitimidad de los poderes y sus estamentos. La segunda es una maniobra y se ejecuta mediante ardides. Por ejemplo mediante la imitación de aquellos entre quienes quiere el advenedizo situarse. Para ser lo que no se es se necesita un disfraz. Demos una mirada alrededor y hallaremos decenas: la dependienta de tienda que remeda los modelos de la damisela de las fiestas de sociedad, el burócrata que se reviste de forense gravedad verbal, el pequeño burgués que acomete su casita propia copiando en modesto los regustos arquitectónicos del palacio, el grafómano que redacta con hinchazón y vacuidad porque supone que así es una pluma académica. Estos son casos de disfracismo en pos de la categoría que no se tiene y que se presume superior. Lo postizo es en último término, huachafo, y según las previas categorías constituye antes lo huachafito, lo huachafoso y lo huachafiento. (...) Está bien. A fin de cuentas el apelativo sujeta el desborde mediocre. Pero no se olvide que también cierra una ruta hacia la toma de la fortaleza oligárquica y el cobro de los puestos de mando hasta ahora reservados a los progénitos de la casta colonial, que alguna vez fue de instrusos, remedadores y por ende, huachafos. He aquí el sentido del "huachafismo": lo califican despectivamente quienes desde la cima que detentan arbitran el favor del escalafón y, avisándolo, se defienden... mas también encarna la aspiración, de contenida agresividad, de quienes intentan escalar dicha cumbre social. (p. 117-118)
El gris que nos define
Pero más allá de esas duras opiniones socio políticas, los pasajes más encantadores del libro (acaso porque nos quitan algo de culpa a los habitantes de la ciudad) tienen que ver con la relación entre el carácter limeño con su medio natural. Por ejemplo con su clima (gris y monótono) que pareciera tener una misteriosa influencia sobre nuestra "forma de ser". Compartí el siguiente párrafo de la obra en mi muro de facebook para probar su actualidad y mis amigos estuvieron de acuerdo con su vigencia. Una amiga incluso comentó: "50 años y no hemos cambiado nada".
Sin rigores, sin lluvias ni truenos, sin inudaciones ni sequías, sin nieves ni calcinaciones, sólo padece regularmente de la nubosa humedad y cada medio siglo aproximadamente de un catastrófico remezón sísmico. Este aire "bien tempere", mediocre, tristón y soledoso condiciona una psicología particular (...) Y la masa popular transcurre, debido a ello, sin grandes pasiones (o en todo caso, ocultándolas o sublimándolas), vertida con sus dolores y sus frustráneas ambiciones en sí misma, con sus tibios odios y blandos amores que nnnca detonan colectivamente sino que se resuelven como locura, suicidio o venganza personal. (...) No reina en Lima la abierta controversia sino el chisme maligno, no ocurren revoluciones sino opacos pronunciamientos, no permanece el inconformismo sino que el espíritu rebelde involuciona hasta el conservadurismo promedio (...) El limeño sigue siendo quien acepta, con apenas una ironía en los labios o un chascarrillo contingente, los abusos de los poderosos, la impúdica corrupción de los políticos, la absolutista voluntad de la minoría voraz. Sin pisar la peligrosa cáscara de plátano del determinismo cabe afirmar que el cielo sin matices, el aire adormecedor, la humedad ponzoñosa, la lisa visión de los cerros pelados y los arenales del entorno, que en invierno envuelve un tul de niebla que hace irreales las cosas más rotundas "y mantiene las ruinas eternamente nuevas" (Herman Melville), se convierten en sedante, o somnífero de la vigilia y su carga vital. (p. 56-57)
Neblina invernal sobre la vía expresa del Paseo de la República, en San isidro (Imagen: ojo.pe) |
En el mismo sentido resultan muy evocadores sus párrafos sobre el aspecto de las azoteas de Lima que, para él, son una prolongación de las soledades del desierto que rodea la ciudad.
Y aunque el techo limeño -plano, porque la ausencia de lluvia nunca obligó a nadie, salvo a los esnobistas, a coronar sus casas con la doble vertiente- tiene su literatura, nada lo libra de su fealdad, ni siquiera el amor de los niños que, al modo del desván del entretecho de otras latitudes, lo disfrutan como misterioso país de sus juegos mágicos. El desierto se instala en aquellos espacio de cara al cielo, entre los débiles paramentos de yeso y las trémulas palizadas medianeras, y no lo vencen las voces infantiles ni la alharaca de gallinas, perros, gatos y otros animales -entre los que ya no se cuenta al ilustre gallinazo- que en aquel predio tiene su sede y desahogo. Y pues no hay ahí posible vegetación, porque pronto descaece y muere, sólo se trata de una breve planicie, interrumpida por las ventanas teatinas que recogen el aire del sur y por las farolas o tragaluces que ciernen el día, destinada a prudidero doméstico. El colchón despanzurrado, los diarios viejos, las botellas vacías, los muebles cojos y de herido tapiz hallan en el techo, a la intemperie, la tenaz garúa, el polvillo flotante, la fría neblina. Acaban todos juntos por uniformarse, descoloridos, con el borrón pringoso del contorno (...) (p.98)
La arenga
Con ese mismo tono, Salazar Bondy se engarza en duelos solitarios con asuntos tan dispares como la melancolía ciudadana, con el rumbo criollo (y por tanto falso) que tomaba por entonces la liberación femenina, con el comportamiento comodón del clero, con el uso político del arte colonial, con la música criolla y hasta con el casi inconsciente culto a los muertos que profesamos (y que evidencia esa mitología ya casi perdida sobre almas en pena coloniales que custodian tesoros enterrados).
Los muertos en Lima son -repito- dioses. No llamamos al recinto a donde van a parar los huesos inanimados cementerio, camposanto o necrópolis. Le decimos atrevidamente panteón. Nuestra historia, aun la más triste, también es un panteón. Nuestra música, otro panteón. El panteón segrega su mentira fantasmagórica y a esa "fata morgana" estaremos unidos hasta que, mediante el deicidio o la profanación de las tumbas, seamos libres. (p. 133)Un deicidio, finalmente, que para el autor estaba ya en marcha hacía buen tiempo en el terreno del arte pero que aun estaba muy lejos de completarse. En efecto, la Arcadia Colonial recibió su primer gran golpe con la ocupación de Lima durante la Guerra del Pacífico (1879-93). Ahí es donde, dice, empieza la autocrítica sincera y la ruptura con tanta alienación. No fue un movimiento mayoritario. De hecho se redujo a pocas mentes preclaras, entre las que el autor destaca, por sobre todas las demás, a la de Manuel Gonzáles Prada (cuyas declaraciones políticas y experimentos literarios lo pusieron en la primera fila contra el colonialismo cultural que, involuntariamente, encarnaba Ricardo Palma) a quien seguiría, en el terreno estrictamente artístico, José María Eguren (cuyas audacias poéticas, verdaderamente originales, se contraponían a la lírica pomposa del poeta oficial, Chocano), porque:
así como Gonzáles Prada sacudió el infundio palmiano, Eguren oxidó la chatarra chocanesca (p. 154)
Pero hacia el final, el autor se deja de sutilezas, respaldado por la contundencia de sus ideas, y llama a la acción: Si la capital del Perú pretende sobrevivir no puede seguir adorando a sus dioses muertos. Porque así como los ejércitos chilenos acabaron con la imbatibilidad de la arcadia colonial que Lima encarnaba, dice el autor, otros ejércitos hambrientos la cercan para poseerla y hacerla expiar sus largas indiferencias (p.150). Desde luego se refiere a la miseria de las masas migrantes que desde las provincias más remotas del Perú, estaban ya entonces desbordando los contornos de la capital.
Salazar Bondy no vivió para ver el curso que tomaría esa historia. Murió al año siguiente de la publicación de su ensayo. Luego, sólo tres años después, las crisis políticas desembocaron en el golpe de estado de Velasco y sus bizarras reformas estatales que, si bien destruyeron la economía peruana, aliviaron algunas tensiones sociales al desmantelar la oligarquía. La miseria continuó o empeoró pero, al menos, los "culpables de siempre" dejaron de estar al mando y la vigencia de la "conspiración colonialista" desapareció. Algunos investigadores creen que eso evitó la insurgencia popular que Salazar Bondy y otros pensadores creían inevitable. De hecho cuando llegaron los años 80 y Sendero Luminoso pretendió hacer su propia "revolución" en el Perú, sus métodos violentos fueron rechazados por la gran mayoría de la población.
Mientras leía Lima la Horrible me resultó inevitable pensar que si su autor hubiera visto el aspecto de la ciudad en los años 80 (con los paros armados de los terroristas y las montañas de basura que acumulábamos en las calles), o la de los 90 (cuando Lima fue secuestrada por las combis), o la de hoy (con el sicariato aterrorizándonos a todos) quizá hubiera llegado a creer que, después de todo, la Lima de los 60, su Lima, no estaba tan mal ni era tan horrible como habría de serlo después. En cualquier caso la ciudad tiene hoy cinco veces más habitantes que los que tenía en esa época y aunque adolece de enormes y nuevos defectos, también está menos dividida, posee una clase media bastante amplia que le da integridad y está aprendiendo, por fin, a aceptarse como una megalópolis culturalmente diversa. De la Arcadia Colonial, por cierto, queda muy poco y ha dejado de ser relevante para el imaginario local. Pero, aunque hayan cambiado los paradigmas, la psique limeña, si es que realmente existe tal cosa, mantiene los mismos vicios, corregidos y aumentados, que denunciara nuestro autor.
No pude evitar preguntarme qué hubiera opinado SSB de nuestras combis (Imagen tomada de sistemadetransportelm.blogspot.com) |
Un hombre multifacético
Sebastián Salazar Bondy fue muchísimo más que un ensayista clarividente. Para
tener una idea de su legado, (oscurecido por la memoria frágil de una sociedad que reniega de sus grandes hombres), bastará con citar lo que
escribió Vargas Llosa acerca del papel fundamental que representó en el
mundo cultural peruano a mediados del siglo XX.
No había teatro (...) y él fue autor teatral; no había crítica ni información teatral y él fue crítico y columnista teatral; no había escuelas ni compañías teatrales y él auspició la creación de un club de teatro y fue profesor y hasta director teatral; no había quién editara obras dramáticas y él fue su propio editor. No había crítica literaria y él se dedicó a reseñar los libros que aparecían en el extranjero y a comentar lo que se publicaba en poesía, cuento o novela en el Perú y a alentar, aconsejar y ayudar a los jóvenes autores que surgían. No había crítica de arte y él fue crítico de arte, conferencista, organizador de exposiciones y hasta preparó, con el título "Del hueso tallado al arte abstracto" una introducción al arte universal para “escolares y lectores bisoños”. Fue promotor de revistas y concursos, agitó y polemizó sobre literatura sin dejar de escribir poemas, dramas, ensayos y relatos y continuó así, sin agotarse, multiplicándose, siendo a la vez cien personas distintas y una sola pasión. Durante mucho tiempo, con aliados eventuales, encarnó la vida literaria del Perú. (...) Sería torpe querer disociar, en Sebastián, al animador y al creador, al nervioso propagandista y al autor. Lo sorprendente es que él fuera indisolublemente ambas cosas y cumpliera con las dos por igual. Él acometió esa arriesgadísima empresa plural de crear literatura, sirviendo al mismo tiempo de intermediario entre la literatura y el público, de ser a la vez un creador de poemas, dramas y relatos y un creador de lectores y de espectadores y, como consecuencia, un creador de creadores de literatura. No es difícil adivinar la tensión, la energía, la terquedad que ello le exigió. En una sociedad culturalmente subdesarrollada como la nuestra cada una de esas funciones significa una guerra; él las libró todas a la vez. (Tomado de: Vargas Llosa, Mario: "Sebastián Salazar Bondy y la vocación del escritor", UNMSM, Lima, 1966)
Me gustó mucho (quizá por sentirme identificado con él) este fragmento de uno de los poemas del escritor, que estaba colgado en una de las paredes de la exposición. |
La exposición
Pero se suponía que iba a hablar de la exposición... Lo haré brevemente porque ya me extendí mucho. Usaré para ello las leyendas de las fotos que tomé.
Leí también algunos de los artículos periodísticos que se amontonaban en algunas vitrinas. Allí el activismo de SSB era total: Que falta crítica teatral, que necesitamos hacer cosas nuevas, que necesitamos animar el panorama cultural, que hay que darle más importancia a este escritor o a tal otro, que vayan a ver la exposición de fulanito, que fíjense ustedes las legislaciones culturales de otros países que haríamos bien en copiar, y muchas cosas de esas.... Había también entre los libros que se ofrecían para lectura libre en una gran mesa una bonita edición del relato infantil "El Señor Gallinazo vuelve a Lima", (que era, por cierto, el nombre con el que se había bautizado a la exposición). Lo leí rápidamente aprovechando que la sala estaba vacía (ahí me di cuenta de lo patético raro que era eso de ir a una exposición literaria una mañana de domingo en el centro de la ciudad). Es un cuento breve y triste sobre la división de clases, protagonizada por un niño que vive en un basural y que conoce a un gallinazo, el negro pájaro carroñero que es emblema heráldico de la capital. El gallinazo invita al niño a hacer un vuelo sobre su lomo para que vea la ciudad desde lo alto y apreciar sus enormes contrastes. No voy a contar el final pero diré que es abierto y algo deprimente y que el joven lector que se enfrente a él definitivamente se hará muchas preguntas difíciles. Es que parece que incluso cuando se dirigía a los más pequeños Salazar Bondy era incapaz de la hipocrecía o de ocultar su lucha, su urgencia por que todos abran los ojos ante la complacencia dominante. Necesitaba contagiar su perplejidad, su necesidad de cuestionar, de entender, de creer y de promover cambios en un mundo desigual e injusto. Sabía que se necesitaban (entonces, como ahora) muchos más quijotes como él.
Sebastián
Salazar Bondy (1924-1965) en un apunte que le hizo el gran pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (1919-1999) el año de su muerte. Esta es una de las piezas que se exhibieron en la muestra. |
Otrosí
Copio un artículo del periodista Pedro Escribano que copia los textos de varias de las cartas que grandísimos escritores le enviaron a SSB y que estuvieron expuestas en la muestra. Clic aquí
El texto completo de Lima la Horrible fue escaneado por un bloguero y colocado aquí
El emocionante ensayo de Mario Vargas Llosa sobre las luchas de SSB y la vocación del escritor. Clic aquí
La Casa de la Literatura Peruana ha publicado variso artículos sobre esta exposición. En el siguiente enlace aparecen listados la mayoría de ellos, por fechas. Clic aquí
(31 de julio de 2015)
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