Crónica de diez muertes anunciadas

De por qué leí un libro que no quería leer, de mis prejuicios y de lo bien que salió todo.  


Andaba por casa un ejemplar de Diez Negritos, la novela policial más vendida de la historia y que mi madre (una incondicional de Agatha Christie) acababa de leer por milésima vez y me sugirió, como muchas otras veces, que le de un vistazo. "Te la lees en una noche" me dijo para convencerme. Sólo por no desairarla lo empecé a leer. Y fue una buena decisión.

Si bien las primeras páginas con la presentación de los diez personajes pueden resultar un poquito confusas una vez que llegas al tercer capítulo la cosa se pone atrevida, la emoción va in crescendo y la curiosidad -por conocer la identidad del gran villano que martiriza a los personajes- te martillea el cerebro.

La culpa del cine


La isla de Burgh, cerca de Devon en el sur de Inglaterra, lugar en el que Agatha Christie se inspiró para crear su "Isla del Negro" escenario de la novela. Imagen tomada de http://www.933.me.uk
Pero es posible que el cine y las series me hayan arruinado un poco la trama pues la idea de un grupo encerrado y aislado en el que empiezan a producirse asesinatos y donde todos son sospechosos es, hoy por hoy, casi un cliché. Pero la señora Agatha Christie, que la publicó en 1939, no tiene la culpa de la inmensa influencia que tuvo su trabajo sobre la cultura popular contemporánea. La trama aparentemente es lineal y sencilla: Diez personas que no se conocen entre sí son citadas a unas vacaciones en una aparentemente encantadora isla llena de lujos. Una vez ahí todas ellas son acusadas, por una voz misteriosa, de haber cometido algún tipo de crimen por el que no han pagado. Y luego empiezan a ser castigados por la desquiciada voluntad justiciera de un asesino escondido entre ellos.
¡Uno de nosotros! Esas palabras, repetidas sin cesar, resonaban en sus cabezas enloquecidas (...) obsesionadas por el miedo (...) se espiaban mutuamente intentando ocultar su nerviosismo (...) Bruscamente todos bajaron al último escalón de la humanidad y pusiéronse al nivel de las bestias. (p. 119)
Portada de la primera edición. Es interesante mencionar que el título fue cambiando en sucesivas ediciones por considerarse que la palabra "nigger" era ofensiva y políticamente incorrecta. Así llegaría a ser "diez indiecitos" y "Y no quedó ninguno". Imagen tomada de http://members.jcom.home.ne.jp/yosha/se/wetherall/Christie_1939_ten_little_niggers.html
Pensaba que semejante argumento en un contexto actual se convertiría en un festival de sangre, arrebatos violentos y caos sin límite. Pero en la novela, si acaso ocurre todo eso, es a un nivel muy recatado, muy british, porque los involucrados a pesar de saber que conviven con el asesino siguen las reglas de etiqueta del período de entreguerras, toman el té a las cinco, y hacen una serie de cosas que hoy nos parecerían absurdas en medio de tanto peligro. En tal sentido creo que, una vez más, es importante considerar mínimamente el contexto temporal en el que ocurren los hechos para no cometer el error de pensar que la autora nos está tomando el pelo. 


Forma y fondo

El relato da pocas vueltas. Sin grandes alardes técnicos, se intercalan con la trama principal abundantes monólogos y memorias que nos revelan las oscuridades que se esconden en el pasado de esos personajes, dotándolos de un doble papel de víctimas y malvados porque
...el crimen no es lo que se imagina de ordinario. Para matar a una persona no es necesario administrar arsénico o empujarle desde lo alto de un acantilado (p. 160)

La "reina del crimen" Agatha Christie. Foto tomada de Elpais.com

Y ahí está la cuestión fundamental de la novela: Que así como es delito lo que no lo parece, un crimen puede ser también un acto de justicia. Claro, depende de cuan retorcida sea la lógica del que examina los hechos. 

Aunque disfruté con la trama y sonreí con el ingenioso final, sentí que había "algo" que faltaba. Y es que sentía que había sobrado material para profundizar en cada uno de los personajes, como que los vemos muy de lejos, sin llegarnos a involucrar emocionalmente con ellos. La novela evita desarrollar esas historias y prefiere ir al grano (aunque creo que al menos en el caso de Vera Claythorne se logra un notable retrato de su psicología y sus emociones). Supongo que no debo verlo como un defecto porque es eso lo que asegura ese ritmo tan tenso y efectivo que te hace leerla de un tirón. Una vez más mamá tenía razón.  
   
La versión que leí es una traducción de Orestes Llorens de 1955 reimpresa por Planeta en 2008

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