Es habitual que cuando terminas de leer un buen libro te lo quedes mirando, sonrías, digas, "qué bueno" o "uf" o "ya" y pienses en las imágenes que construiste en tu cabeza mientras leías, en algún giro de la historia que te impactó o lo que crees que pasará con los personajes después... Pero lo que anoche se quedó conmigo luego de cerrar El Corazón de las Tinieblas no era ni un personaje, ni un paisaje, ni una escena ni una frase. Era algo menos literario, casi orgánico, que parecía que se hubiera escapado del texto para esconderse entre los pliegues de mi frazada. Acechando. Esperando el momento en que me quede dormido para hacerme algo
Ya. Suena un poco exagerado. Pero tengo un punto. Lo que ocurre es que eso que "se escapó" del libro es difícil de definir: no era miedo, no era tristeza, no era resignación. Era una mezcla de esas tres cosas. Pero en su indefinición estaba la gracia. Es algo que , precisamente, el protagonista del libro, el marino Charlie Marlow, quien se la pasa toda la novela contándole a sus amigos la historia de uno de sus viajes, define ese misma sensación a la perfección. Lo hace en un momento en que siente que no logra transmitir las sensaciones de su historia de manera adecuada, se frustra y exclama:.
Ya. Suena un poco exagerado. Pero tengo un punto. Lo que ocurre es que eso que "se escapó" del libro es difícil de definir: no era miedo, no era tristeza, no era resignación. Era una mezcla de esas tres cosas. Pero en su indefinición estaba la gracia. Es algo que , precisamente, el protagonista del libro, el marino Charlie Marlow, quien se la pasa toda la novela contándole a sus amigos la historia de uno de sus viajes, define ese misma sensación a la perfección. Lo hace en un momento en que siente que no logra transmitir las sensaciones de su historia de manera adecuada, se frustra y exclama:.
Tengo la sensación que os estoy contando un sueño, intentándolo vagamente, porque el relato de un sueño no puede transmitir la sensación que produce esa mezcla de absurdo, de sorpresa y confusión (...) Es imposible. Vivimos como soñamos: solos...
Es la clásica frustración del narrador de historias que siente que no encuentra las palabras para describir de manera justa la verdad que está contando. Es lo que me ocurre cuando escribo esto. Y es que de algún modo esta novela de Joseph Conrad es una extraordinaría reflexión acerca del arte de narrar: Sacar afuera lo que uno ha visto o sentido y tratar de que el relato haga vivir en el oyente/lector las mismas sensaciones que los personajes sienten dentro de la historia. Pero la trama no se ocupa directamente de eso...
De qué va
Trataré de no spoilear demasiado, sólo contaré el principio, si es que quien lee esto no tiene idea de qué va: Mientras esperan que se den las condiciones propicias para levar anclas, los tripulantes de un barco sobre el Támesis se ven "condenados a escuchar" una de las experiencias de Charlie Marlow, un marino "que ha visto el mundo" y que desde empieza a hablar captura completamente la atención de su auditorio y define desde el principio cuál es el asunto que va a contar, como los grandes narradores:
De pequeño sentía pasión por los mapas. Era capaz de pasar horas y horas contemplando Sudamérica, África o Australia, y me perdía en los proyectos gloriosos de las exploraciones. Por aquel entonces había en la tierra muchos espacios en blanco y, cuando alguno me resultaba especialmente atractivo (aunque todos lo eran), solía poner un dedo encima y decir: "cuando sea mayor iré allí". (...) He estado en algunos de ellos y..., bueno, no es el momento de hablar de eso. Pero había uno, el más grande, el más vacío, por así decirlo, que anhelaba conocer en particular. Es cierto que en aquel tiempo ya no era una espacio en blanco. Se había ido llenando, desde mi infancia, de ríos, de lagos y de nombres. Había dejado de ser un espacio en blanco de delicioso misterio, una zona vacía sobre la que un muchacho edificaba sus sueños fantásticos. Se había convertido en un lugar de tinieblas. Pero especialmente había en él un río, enormemente grande, que podía verse en el mapa, y que parecía una inmensa serpiente desenroscada, con su cabeza en el mar, su cuerpo en reposo curvándose a lo largo de un amplia región y su cola perdida en las profundidades del territorio. Y cuando miraba el mapa, expuesto en el escaparate de una tienda, me hiptnotizaba, como una serpiente hubiera podido hipnotizar a un pájaro, a un pajarillo tonto (página 20)
Un mapa de 1857 donde se puede ver con claridad el rótulo Unexplored Region en lo que hoy son las repúblicas del Congo, donde están las selvas oscuras de la novela. Imagen tomada de Wikimedia Commons |
Por supuesto que la historia que contará a partir de ese punto será cómo se las ingenió para llegar a ese lugar y descubrir por qué la mayoría de personas evita hacer ese viaje. Su expedición hacia "la cola de la serpiente" será, al mismo tiempo, un descenso progresivo a un submundo donde los humanos "civilizados" se vuelven más salvajes que los "salvajes" nativos de la región.
Personajes y atmósfera
Ya esbozamos a Marlow con una cita del libro. Se puede hacer lo mismo con los otros personajes importantes:
El director de la estación de acopio de marfil:
No tenía facultades organizativas, carecía de talento, de iniciativa, ni siquiera era ordenado. Eso era evidente, por ejemplo, en el deplorable estado que presentaba la estación. No tenía cultura ni inteligencia. ¿Cómo había logrado ocupar ese puesto? Tal vez por la única razón que nunca enfermaba. Había servido allí tres períodos de tres años... Una salud de hierro en medio del desplome físico general constituye por sí misma una especie de poder. (...) Era extraordinario, por el pequeño detalle de que era imposible imaginar qué podía tener aquél hombre dentro. Nunca le descubrió nadie ese secreto. Es posible que en su interior no hubiera nada (Página 40)
Un centro de acopio de marfil en la cuenca del Río Congo a fines del Siglo XIX. Foto tomada de http://voices.nationalgeographic.com/2013/02/25/secret-congo-camera-traps-reveal-a-forest-refuge/ |
Toda Europa había participó en la creación de Kurtz, y más tarde me fui enterando de que, muy acertadamente, la Sociedad Internacional para la Eliminación de las Costumbres Salvajes le había confiado la misión de hacer un informe que le sirviera en el futuro como guía. Y lo había escrito. Yo lo he visto, lo he leído. Era elocuente, vibrante, pero en mi opinión demasiado idealista. ¡Diecisiete páginas de apretada escritura para las que había encontrado tiempo libre! (...) Empezaba desarrollando la teoría de que los blancos, desde el grado de desarrollo al que hemos llegado, "debemos por fuerza parecerles a ellos (los salvajes) seres sobrenaturales; nos acercamos a ellos revestidos de los poderes de una deidad", y otras cosas por el estilo... "Por el simple ejercicio de nuestra voluntad podemos ejercer un poder benéfico prácticamente ilimitado" etcétera. A partir de ese punto se elevaba, arrastrándome con él. Su argumentación era magnífia, aunque difícil de recordar. Me hizo estremecer de entusiasmo. Éste era el ilimitado poder de la elocuencia... -de las palabras- de las nobles y ardientes palabras. No había alusiones prácticas que interrumpieran la mágica corriente de las frases excepto una especie de nota al pie de la última página, escrita evidentemente mucho más tarde, con una mano temblorosa, que podía ser cosiderada la exposición de un método. Era muy sencilla, y, al final de aquella conmovedora apelación patética a todos los sentimientos altruistas resplandecía como un relámpago en un cielo sereno: "Exterminad a todos los bárbaros!" (Página 83)
Atardecer sobre el Río Congo. La selva circundante en la novela, es decrita de manera siniestra. Imagen tomada de www.discoveryuk.com/web/wildest-africa/photos/africas-wonders |
Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación, cuando la vegetación cubría la faz de la tierra y los árboles se convertían en sus reyes. Un arroyo seco, un gran silencio, una selva impenetrable. El aire era cálido, denso, pesado, embriagador. No había alegría en el resplandor del sol. Los largos tramos del canal fluían, desiertos, hacia la oscuridad de las distancias sombrías. En playas de arena plateada los hipopótamos y los cocodrilos tomaban juntos el sol. Las aguas, al ensancharse, fluían a través de una multitud de islas pobladas de árboles; se podía uno perder en aquel río tan fácilmente como en un desierto, y chocar continuamente contra bancos de arena, tratando de encontrar el rumbo, hasta que se sentía hechizado y apartado para siempre de todo lo que había conocido antes, en alguna parte..., lejos de todo..., tal vez en otra existencia. Había momentos en que el pasado volvía a aparecer, como sucede cuando uno no tiene ni un momento libre, pero aparecía en forma de un sueño inquieto y ruidoso, recordado con asombro en medio de la realidad abrumadora de aquel mundo extraño de plantas y agua y silencio. Y aquella quietud de vida no se parecía en lo más mínimo a la paz. Era la quietud de una fuerza implacable cerniéndose con una intención inescrutable. Y lo miraba a uno con aspecto vengativo. (Páginas 58-59)
La capacidad de creación de atmósferas de Joseph Conrad en esta novela es, simplemente, aplastante. Y el entorno natural le da la oportunidad de lucirse con ella, una y otra vez:
Vagabundeábamos en medio de una tierra prehistórica, una que tenía el aspecto de un planeta desconocido. Podíamos imaginarnos a nosotros mismos como los primeros hombres que tomaban posesión de una herencia maldita, que debía ser sometida al precio de una angustia profunda, de un trabajo excesivo. Pero, de pronto, cuando luchábamos por cruzar un recodo, vislumbrábamos unos muros de juncos, puntiagudos techos de hierba y se producía un estallido de gritos, un revuelo de músculos negros, una multitud de manos que palmoteaban, de pies que pateaban, de cuerpos que se se agitaban, de ojos furtivos, bajo una vegetacion pesada e inmóvil. El barco se movía lenta y dificultosamente al borde de un negro e incomprensible frenesí. ¿Nos maldecía, nos imprecaba, nos daba la bienvenida el hombre prehistórico? ¿Quién podría decirlo? Estábamos asilados de la comprensión de todo lo que nos rodeaba; nos deslizábamos como fantasmas, asombrados y secretamente aterrados, como pueden estarlo los hombres cuerdos ante un estallido de entusiasmo en un manicomio.
No podíamos entender porque nos hallábamos muy lejos y no podíamos recordar porque viajábamos en la noche de los primeros tiempos, de esas épocas ya desaparecidas, que dejan con dificultades alguna huella..., pero ningún recuerdo (Páginas 61-62)
Joseph Conrad (1857-1924). Imagen tomada de www.josephconradsociety.org |
Incluso cuando retorna al "mundo civilizado" el pesonaje principal no ha podido desprenderse del hechizo pertubador e invasivo de esa selva en las que esconde, como descubre al final del relato, lo peor del alma humana. Y eso es quizá, lo voy entendiendo, lo que se escapó de mi libro anoche. Pude dormir tranquilo pero no exagero si digo que, cuando me desperté, la oscuridad todavía seguía ahí. Y eso que ya había amanecido.
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