Uno de los puntos de inflexión de la trama de Salammbó es la destrucción del acueducto de Cartago. |
¿Ergástulo? ¿cinocéfalo? ¿hieródulo? Ya...
Es normal que te encuentres con palabras poco usuales en una novela de hace 150 años. Puedes pasarlas por alto y seguir leyendo pensando que el significado quizá no sea tan relevante y, quién sabe, acaso podamos deducirlo por el contexto de lo que se narra. Pero si lo que lees está lleno (rebosante en el caso al que me referiré) de párrafos que usan esas palabras y en sus páginas se describen lugares totalmente distintos a aquellos que conoces y los personajes practican costumbres de sociedades de las que no tienes idea, pues entonces, "deducir algo por el contexto" es un trabajo arduo y agobiante. Estoy exagerando, por supuesto. Porque si sabes algo del tema quizá te vaya mejor. Pero hay una manera infalible para avanzar y es leerlo en un dispositivo electrónico con acceso a internet. Así puedes intercalar tu lectura con la revisión frecuente del diccionario o de wikipedia. Y eso es lo que tuve que hacer este libro.
Salammbo fue publicada por Flaubert en 1862. En la imagen puede verse la versión española que leí, escaneada por la universidad de Nuevo León de Mexico y disponible para descarga gratuita aquí |
Ah, por cierto: Un ergástulo es la prisión/casa de los esclavos. Un
cinocéfalo es una bestia con cabeza de perro. Un hieródulo es el
servidor/esclavo dedicado al culto de un dios que trabaja en su templo. Pero a pesar de obligarte a enriquecer tu vocabulario, leer Salambó (1862) resulta sumamente entretenido.
El trasfondo histórico
El trasfondo histórico
Tenía una motivación extra para leer este libro. Soy aficionado desde siempre a la historia antigua (no sé si sabes pero tengo un blog de arqueología peruana, checa aquí) y encontraba la temática fascinante, sobre todo porque se refiere a una civilización (la púnica) que sólo conocemos por las descripciones que de ella hicieron sus enemigos (los romanos) que destruyeron su capital (Cartago) hasta los cimientos. Tanto la destruyeron que los arqueólogos modernos sólo han podido encontrar restos de interés en el cementerio, lo único que no tocaron los romanos. Todo lo demás fue arrasado, sus libros desaparecieron, su lengua fue olvidada y una nueva ciudad, a mayor gloria de las Siete Colinas, se construyó sobre sus despojos.
En ese contexto lo que se narra es la guerra de los mercenarios, un conflicto que existió realmente, entre el 241 y el 238 a.C. luego de la derrota de la república cartaginesa en la Primera Guerra Púnica. El detonante es simple: No teniendo un ejército permamente, Cartago tuvo que guerrear con mercenarios. Luego de ser derrotados por los romanos y sometidos a unos gastos exorbitantes, la república se quedó sin dinero para pagarle a los mercenarios. Estos, como cualquiera al que le tienen una arruga, se molestaron y, ante la falta de pago, organizaron una rebelión. Varios de los personajes son históricos y la cronología general de la novela sigue la de los acontecimientos reales.
Una locación perfecta para alucinar
Pero en torno a ellos, Gustave Flaubert liberó su fantasía y gracias a los grandes vacíos que tiene la historia, se da el lujo de inventarse acontecimientos, escenarios y costumbres, todo lo cual describe de manera impactante y desmesurada. Por ejemplo:
Era un león atado por sus cuatro miembros como un criminal. Su enorme cabeza caíale sobre el pecho, y sus dos patas anteriores, que casi desaparecían bajo su abundante melena, estaban abiertas como las alas de un ave. Sus costillas se marcaban bajo su piel tensa; sus patas posteriores estaban clavadas una sobre otra; y un hilo de negra sangre corriendo entre su pelo, había formado estalactitas al final de la cola, que pendía recta a lo largo de la cruz. Los soldados se divirtieron a su vez; le llamaron cónsul y ciudadano de Roma y le lanzaron piedras á los ojos para espantar los moscardones. Cien pasos más lejos vieron otros dos, y luego, de repente, apareció una larga fila de cruces con leones. Unos estaban muertos desde tanto tiempo antes, que sólo quedaban pegados al leño despojos de sus esqueletos; otros, medio podridos, retorcían la cabeza y contraían la boca con horribles visajes; había algunos enormes; el árbol de la cruz se doblegaba bajo su peso, y se balanceaban á impulsos del viento, mientras sobre sus cabezas, bandadas de cuervos revoloteaban sin detenerse jamás. Así se vengaban los aldeanos cartagineses cuando cazaban algún animal feroz; esperaban que el ejemplo aterrorizaría á los demás. Los bárbaros, recobrando su seriedad, se asombraron. «¿Qué pueblo es este,—pensaban,—que crucifica a los leones?» (Página 32)
Las descripciones de los diferentes escenarios son abundantes. Se hace necesario entrar en detalles porque los personajes interactúan con muchos objetos que se describen de manera permanente. Pero el autor no se limita a hacer meras enumeraciones de características sino que adorna sus descripciones con recursos poéticos de gran efecto. Así se describe por ejemplo el inicio de un terrible ritual frente a la estatua articulada del dios Moloch:
Una hoguera de áloes, cedro y laurel, ardía entre las piernas del coloso. Sus largas alas hundían sus puntas en la llama; Los ungüentos con que se le había frotado, corrían como sudor sobre sus miembros de cobre. Alrededor de la piedra redonda en que apoyaba los pies, los niños envueltos en velos negros formaban un círculo inmóvil; y sus brazos desmesuradamente largos, bajábanse hasta ellos como para apoderarse de aquella corona y llevarla al cielo. (Página 261)
A algún lector apurado por concentrarse en las acciones puede resultarle desesperante, pero me parece que la intención no es simplemente que sepamos donde es que están parados Matho, Salammbó o Hamílcar, sino que podamos sentir lo que ellos sienten en cada lugar. Miren por ejemplo cómo describe el lugar en donde Hamilcar guarda sus tesoros:
Con su antorcha encendió una lámpara de minero, fijada en el casquete del ídolo; reflejos verdes, azules, amarillos, violetas, de color vino y de sangre, iluminaron de pronto la sala. Estaba llena de pedrerías que se guardaban en calabazas de oro, colgadas como lámparas de las escamas de cobre, ó bien hundidas aún en sus bloques nativos, alineados junto a la pared. Había allí carbunclos formados por la orina de los linces, piedras caídas de la luna, diamantes, topacios, las tres clases de rubíes, las cuatro de zafiros y las doce de esmeraldas. Fulguraban semejantes a chispas de leche a cristales azules a polvo de plata, e irradiaban sus luces a chorros, en rayos de estrellas; los topacios del monte Zabarca, estaban allí para ahuyentar los terrores, se veían ópalos de la Bactriana que impiden los abortos y cuernos de Hamon que se colocan bajo las camas para soñar.
Las irradiaciones de las piedras y las llamas de la lámpara, se reflejaban en los escudos de oro. Hamilcar, de pie, sonreía con los brazos cruzados, y le deleitaba menos el espectáculo que la conciencia de sus riquezas. Eran inagotables, infinitas. Sus abuelos que dormían bajo sus pies enviaban a su corazón algo de su eternidad.(...) y los anchos rayos luminosos que herían su rostro parecíanle la extremidad de una invisible red, que á través de los abismos le sujetaba al centro del mundo. (Páginas 145-146)
Matho dió una orden e instantáneamente todos los escudos se colocaron sobre los cascos; saltó encima para agarrarse a las asperezas del muro y volver a entrar en Cartago, y blandiendo su hacha corría sobre los escudos, semejantes a olas de bronce como un dios marino sobre las olas sacudiendo su tridente. (Página 250)Y aquí, donde se describe la entrada en batalla de una manada de elefantes:
Entre las ondulaciones de aquellos montículos brillaban haces de color de plata; los bárbaros, deslumbrados por el sol, percibían más abajo grandes moles negras que los soportaban. Se levantaron como si de pronto se animasen. Eran lanzas que brillaban sobre las torres que sustentaban en sus lomos unos elefantes terriblemente armados. Además del venablo de su pretal, las puntas de sus colmillos, las láminas de bronce que cubrían sus costados y los puñales de sus rodilleras, tenían en el extremo de sus trompas un brazalete de cuero por el que pasaba el mango de un largo cuchillo. Habían salido a una vez todos de los extremos de la planicie y avanzaban por todos lados. Indecible terror oprimió á los bárbaros, que ni siquiera trataron de salvarse por la fuga. Los elefantes atravesaron aquella masa de hombres y los espolones de su pretal la dividían, los puñales de sus colmillos la removían como rejas de arado; cortaban, rajaban, partían con las hoces de sus trompas; las torres, llenas de faláricas, semejaban volcanes móviles. Los terribles animales al cruzar el llano, trazaban nuevos surcos. (Página 284)
Una galería de personajes extremos
Se trata de una historia cruel y descarnada. Pero el narrador nunca toma partido por las motivaciones de sus personajes, guiados todos por sentimientos feroces y apasionados. Así, el griego Spendio (un esclavo liberado que es un genial intrigador) tiene como norte el odio a Cartago y sus irrefrenables deseos de vengarse de él. Matho (lider de una rebelión que no buscó liderar) se debate entre el amor y el odio por Salammbó, a quien desea y a quien combate. Ésta (una virgen inalcanzable, entregada a labores de culto), se debate entre la devoción a sus dioses y el sentido del deber con su patria. Su padre, el general Amilcar Barca también se debate entre el
patriotismo y su desprecio por la cobarde y traicionara clase dirigente
de su país, que cree que no se merece sus esfuerzos.
Así se imaginó a Salambó el pintor francés Gaston Bussiere (1862-1928) |
Los diálogos son potentes, siempre provocadores y de una gravedad operática.
Me parece que Flaubert no buscaba apegarse al realismo en ellos sino
crear conversaciones que fueran convincentes pero también
grandilocuentes, de esas que se prestan para que los poetas las
recuerden, las hagan versos, las conviertan en epopeyas, como los modelos romanos en los que se inspiró. Noten, por ejemplo, la forma en que Spendio trata de convencer a Matho de liderar la revuelta:
- Acuérdate de todas las injusticias de tu jefe; las noches pasadas sobre la nieve, las marchas bajo un sol abrasador, las tiranías de la disciplina, y la eterna amenaza de la cruz! Después de tantas miserias, te han dado un collar de honor, como se cuelga del pecho de los asnos un collar de cascabeles para aturdirlos y hacer que no sientan la fatiga. (Página 23)
Moneda cartaginesa acuñada en Hispania con la efigie de Amílcar Barca en un lado y un elefante de guerra en el otro. Imagen: Wikimedia Commons. |
O el tono tirante entre Amílcar Barca y Consejo de los
Antiguos (el "senado" cartaginés). Se encuentran en un recinto
sagrado donde está prohibido llevar armas. Los Antiguos quieren
convencerlo de que use su genio militar para ayudar a Cartago a derrotar
a los mercenarios ya que él los conoce bien pues alguna vez los comandó.
La reunión termina en medio de amenazas mutuas entre Amilcar Barca y el Consejo, al que Flaubert ya ha dotado de una sola voz, como si se tratara de un solo personaje:—¡Barca! Cartago necesita que tomes el mando general de las fuerzas púnicas.
—Lo rehuso,-contestó Hamilcar.
—Te daremos plenos poderes.
- ¡No!
- Sin fiscalización, sin que tengas que dividirlo con nadie; te daremos cuanto dinero pidas, todos los cautivos, todo el botín, cincuenta zerets de tierra por cada muerto del enemigo.
—¡No! ¡no! porque es imposible vencer con vosotros.
—¡Tiene miedo!—Porque sois cobardes, avaros, ingratos, pusilánimes y locos
—¡Les favorece!
—Para ponerse á su cabeza,—dijo alguien.
—Y atacarnos nosotros,—contestó otro.
Desde el fondo de la sala, Hannon vociferó:
—¡Quiere hacerse rey!
Entonces todos se levantaron tirando los escabeles y las antorchas. Formando un grupo compacto se lanzaron hacia el altar. Blandían puñales, pero buscando bajo sus mangas, Hamilcar, sacó dos grandes cuchillos, y encorvado, con el pie izquierdo adelantado, llameantes los ojos, apretados los dientes, les desafiaba inmóvil bajo el candebro de oro. Resultaba que todos tenían armas; era un crimen; se miraron unos á otros asustados. Como todos eran culpables se tranquilizaron; poco a poco volviendo la espalda al Suffeta, bajaron rabiosos por la humillación. Por segunda vez retrocedían ante él. (Páginas 132-133)
—¡Hasta la noche próxima, Barca, en el templo de Ehmun!
—¡Estaré!
—¡Te haremos condenar por los Ricos!
—¡Y yo, por el pueblo!
—¡Cuida de no acabar crucificado!
—¡Y vosotros arrastrados por las calles!
(Página 135)
Gustave Flaubert (1821-1880) |
Algunos datos
- Matho, Spendio, Hamílcar, Hannón, Giscón, Autharito y Nar Havas son todos personajes históricos y sus acciones en lineas generales coinciden con lo que se narra en la novela (véase un enlace sobre esta guerra aquí). De los principales sólo Salambó es una completa creación de Flaubert. El autor se basó para su historia en las obras de algunos escritores romanos. No sólo eso, en su exhaustiva investigación el autor francés viajó a la zona de Cartago (en Túnez) en 1858 para documentarse de manera adecuada. Pudo darse ese lujo gracias al reciente éxito de Madame Bovary (que hemos comentado aquí).
- Si bien la obra es muy visual y de aliento épico sorprende que no haya merecido mucha atención por parte del cine. Hay una película francesa de los 70s supuestamente basada en ella pero traiciona totalmente la historia original y reduce su argumento a lo ridículo. En cambio la famosísima película muda italiana Cabiria de 1914 basa algunas de sus escenas en esta novela (especialmente en los sacrificios a Moloch)
- Aquí puede bajarse la versión que leí (que ya es de dominio público por su antiguedad): Clic aquí
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