Los locos no existen

—¿Cuál fue su descubrimiento literario del año?

La pregunta de Javier no se refería a ninguna novedad editorial sino a aquel libro o autor del que no tenías ninguna referencia previa y que, casi por casualidad, empezaste a leer y no te defraudó. Yasser mencionó "Antes que anochezca" , de Reynaldo Arenas. Johan mencionó a un cronista (de cuyo nombre no me acuerdo en este momento). Y el mismo Javier habló de Chinua Achebe con el estusiasmo de un poseso. Yo me sentí avergonzado porque mis escasas lecturas del último año habían sido menos arriesgadas. O bien me había ido "por lo seguro" (Tolstoi, Carver o Bellatín) o guiado por recomendaciones (Richard Parra, García Falcón). Y entonces recordé que sí que tuve un "descubrimiento" deslumbrante  en el 2017... solo que éste no tenía nada que ver con la literatura de ficción... 


El autor que mencioné era Oliver Sacks. Yo no sabía nada de él hasta que leí en la prensa de 2015 unos artículos en los que este neurólogo británico contaba cómo se estaba preparando para morir (pues sabía que le quedaban pocos meses de vida). Me quedé tan impactado por la lucidez y fría emoción de esos textos, que exploré su biografía, llena de elementos novelescos, y descubrí que era un famoso escritor de best sellers de divulgación científica. Curioso, me bajé una copia pirata de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, uno de sus libros más celebrados, en el que cada capítulo está enfocado en el caso de un paciente distinto y en la relación profesional que el médico establece con cada uno. El archivo se quedó escondido en mi tablet hasta que, por casualidad, lo reencontré el año pasado. 


Es fácil de leer, didáctico, entretenido y... muy perturbador. Pero, como si eso no fuera suficiente, encontré "algo más" que explicó mi entusiasmo por esa lectura. Y es que, por momentos, yo pensaba que estaba leyendo los relatos de un maestro del cuento y no los escritos divulgativos de un neurocientífico. Porque Sacks , no sé si proponiéndoselo o no, hace literatura de la buena, a pesar de que, en apariencia, las veinte piezas que componen este volumen no son otra cosa que las descripciones de dolencias y situaciones de seres humanos que sufren (o, a veces, gozan) de extraordinarios "problemas" en su sistema nervioso. El autor logra trazar la personalidad completa de individuos muy complejos con pocas pinceladas, algo poco habitual en las narraciones cortas, donde los hechos, como decía Borges, suelen ser más relevantes que el retrato de los personajes.

Por supuesto que nuestro neurólogo cuenta con un aliado que la mayoría de escritores de ficción no tienen: Como todas las piezas breves que contiene el libro pretenden ejemplificar un síndrome, dolencia o problema neurológico, al empezar cada capítulo el lector ya sabe qué esperar ("Ah, ya, ahora nos hablará de otro problema clínico) y esa "predictibilidad" ordena la lectura, eliminando la expectativa por giros abruptos en las tramas o esa necesidad de asombro que algunos lectores siempre tenemos ante un libro de relatos ficticios. Y aunque este no lo es, lo parece. Del género fantástico, encima. No otra cosa parecen las experiencias que sufre "la mujer desencarnada", la curiosa relación con el mundo visual que tiene "el hombre que confundió a su mujer con un sombrero" o la desesperación de un muchacho que es asaltado permanentemente por un recuerdo terrible que le parece que está, literalmente, viviéndo de nuevo. Ese "sesgo" influenció tanto en mi lectura que, mientras avanzaba, llegué a pensar en algunas "reglas" del género, como aquella de Cortázar que decía que lo "fantástico" debe ser solo un detalle de un relato que, en su mayor parte, debe parecer cotidiano y normal. 


Las objeciones

Pero esto no es ficción. Y ahí es donde entran a tallar las consideraciones éticas que, en su momento, le causaron críticas a su autor. Por ejemplo, eso de "adornar y estilizar" el relato del sufrimiento de personas reales para convertirlas en buenos ejercicios de prosa... ¿es legítimo?  Aunque se menciona que muchos de los pacientes dieron su autorización para que sus casos fueran contados con tanto detalle, es claro que existe un grupo de pacientes (por ejemplo los que experimentaban retardo mental o los que vivían disociados del presente) que no estaba en condiciones de dar su consentimiento. ¿Es legítimo todo eso? Podría decirse que Sacks "utiliza" a sus pacientes para convertirlos en personajes literarios (alguien dijo "en parte de un show de freaks para intelectuales"), pero ¿no es eso la literatura? ¿tomar lo que sabemos de nuestras vidas o de las de otros como insumo para escribir sobre nuestra propia humanidad? Claro, se podría acotar que muchas de las personas retratadas en este libro son casos que merecen difundirse, por las lecciones que arrojan. Pienso, por ejemplo, en "la mujer desencarnada", que de un día para otro pierde la capacidad de hacerse cargo de su propio cuerpo. Ella descubre, solo en ese caso, que todos tenemos un sentido tan importante como desconocido, que empleamos todo el tiempo pero en el que casi nunca pensamos: la propriocepción (lo que te permite saber dónde están tu pie o tu mano sin que tengas que mirarlos). Esta mujer emprende una lucha tenaz, por aprender una nueva forma de controlar sus movimientos, utilizando el sentido de la vista para acciones tan obvias para nosotros como caminar o mover un dedo. La carga que lleva es abrumadora, pero la resolución con la que la enfrenta crea una de esas grandes historias de superación que merecen ser contadas.

Pero también hay casos en los que la enfermedad constituye la esencia de una personalidad. Es lo que sucede con Ray, un paciente aquejado por tics nerviosos que lo hacen gritar, decir "cosas inapropiadas" o moverse de forma errática e impredecible. Su comportamiento constituye la fuente de la mayoría de sus problemas (sociales, laborales, románticos)... pero también son la causa de todo lo bueno que él considera que tiene (su inmenso talento musical, especialmente). Luego de probar una droga que le quita los tics llega a decirle a Sacks:
—Supongamos que pudiese usted quitarme los tics —dijo—. ¿Qué quedaría? Yo estoy formado por tics... no hay nada más
Y es que hay casos en donde, a decir de Sacks...

...enfermedad puede ser bienestar, y normalidad enfermedad, donde la excitación puede ser una esclavitud o una liberación, y donde la realidad puede residir en la ebriedad, no en la sobriedad. 
La solución de este caso impresionante -perdónenme el spoiler- es que, luego de una serie de ensayos y errores, este hombre decide que tomará las dosis necesarias de fármacos para "estar libre de tics" de lunes a viernes, de manera que no afecte su vida laboral. Pero los fines de semana, se permitirá "ser él mismo", sin drogas, y exhibiendo su apabullante talento para tocar la batería y ser feliz.

El neurólogo británico Oliver Sacks, el año en que publicó el libro comentado (1983).
La foto tiene el crédito de United News/Popperfoto/Getty Images


Empatía

Si puede hablarse de un personaje principal es, desde luego, el terapeuta, el propio autor. Narra todos los episodios en primera persona y se involucra emocionalmente (o, bueno, al menos eso consigue hacernos creer) con la situación de su paciente, su tratamiento y sus posibilidades de mejorar. Este narrador se cuestiona todo el tiempo, duda, como buen científico y es plenamente consciente de su ignorancia. Se sorprende cuando encuentra la clave de una terapia alternativa y se frustra ante casos incomprensibles, trasladando sus emociones al lector. El señor William Thompson, por ejemplo, es un paciente que cada segundo vive en una realidad distinta. En él la realidad y la fantasía son la misma cosa. Su vida parece ser un recipiente que se vacía por completo cada minuto y se vuelve a llenar de confusión y angustia. ¿Quién es realmente el Señor Thompson?, se pregunta el narrador luego de recorrer las posibles causas de su problema. Intenta encontrar una respuesta conversando con las monjas del hospital y haciéndoles una pregunta terrible: 

¿Creen ustedes que William tiene alma? ¿O la enfermedad le ha vaciado, le ha dejado hueco por dentro, lo ha des-almado? (p. 130)

En algunos casos hasta resulta legítimo dudar de la sinceridad del cronista por lo extraordinarios que son los casos que narra y el estilo que usa, con el que a veces desaparece la rigurosidad descriptiva en beneficio del adjetivo y la metáfora, para suerte del lector no iniciado. Una de esas imágenes alucinantes es el caso de una anciana, a la que Sacks vio en una calle imitando los gestos de las personas que pasaban junto a ella. Cito, para que se vea por qué a veces pienso que Sacks mezcla sus casos con una maravillosa capacidad de inventar:

En la extensión de una manzana pequeña esta anciana frenética caricaturizó convulsivamente los rasgos de cuarenta o cincuenta transeúntes en una secuencia vertiginosa de imitaciones caleidoscópicas, que duraban un segundo o dos cada una, a veces menos, y la vertiginosa secuencia completa muy poco más de dos minutos. Y había imitaciones ridículas de segundo y tercer orden; porque la gente de la calle, asombrada, ofendida, desconcertada por las imitaciones de la anciana, adoptaba como reacción nuevas  expresiones; y esas expresiones eran a su vez, re-reflejadas, re-dirigidas, re-deformadas, por la víctima del tourettismo, lo que provocaba un grado aun mayor de conmoción y cólera. Esta grotesca resonancia involuntaria, o reciprocidad, por la que todos se veían arrastrados a una interacción absurdamente amplificante, era el origen del alboroto que yo había visto desde lejos. Aquella mujer que, convirtiéndose en todos, perdía su propio yo, se convertía en nadie. Una mujer con mil rostros, máscaras, personajes... ¿cómo debía sentirse ella en aquel torbellino de identidades? Pronto llegó la respuesta... sin un segundo de retraso; porque la acumulación de presiones, la suya y las de los demás, se aproximaba rápidamente al punto de explosión. Súbita, desesperadamente, la anciana se desvió, entró en una calleja que la alejó de la calle principal. Y allí, con todas las apariencias de una persona muy enferma, expulsó, tremendamente acelerados y abreviados, todos los gestos, las posturas, las expresiones, los comportamientos, todos los repertorios de conducta, de las últimas cuarenta o cincuenta personas con las que se había cruzado. Efectuó una regurgitación vasta y pantomímica, en la que vomitó las identidades engullidas de las últimas cincuenta personas que la habían poseído. Y si la asimilación había durado dos minutos, el vómito fue una exhalación única: cincuenta personas en diez segundos, un quinto de segundo o menos para el repertorio condensado de cada persona. 

Nuevas preguntas

El caso titulado "El discurso del Presidente" muestran la forma en que dos tipos de individuos reaccionan ante un mismo estímulo, que es la transmisión televisada de una declaración de Nixon. Entre los espectadores hay un grupo completamente sordo a las palabras, pero hipersensible a los cambios de entonación y las modulaciones de la voz. Estas personas perciben "todo lo emotivo del discurso" pero no su signficado. Pero en el auditorio también hay una mujer que posee características completamente opuestas: Entiende a la perfección la parte racional del discurso pero es incapaz de percibir la más mínima modulación y emotividad. Es casi como un escucha robot. Lo alucinante es que ninguno de los dos grupos cree lo que el presidente está diciendo. Sacks resume la experiencia así:

A nosotros, individuos normales... con la ayuda, indudable, de nuestro deseo de que nos engañaran, se nos engañaba genuina y plenamente (...) Y el uso engañoso de las palabras se combinaba con el tono engañoso tan taimadamente que sólo los que tenían lesión cerebral permanecían inmunes, desengañados (p. 97)

En otros de sus relatos, Sacks también intenta acceder a mundos ocultos y completamente vedados al conocimiento cientifico como los que él llama los "sabios idiotas", que merecen una sección completa de la obra. Ahí encontramos, por ejemplo, a un hombre retardado para casi todo, pero que está musicalmente superdotado. O un par de gemelos con un misterioso poder matemático. No entienden nada del mundo, no muestran ninguna capacidad de abstracción posible. Pero, cuando conversan, son capaces de descubrir difíciles secuencias de números primos que calculan con una facilidad incomprensible, superando la habitual capacidad matemática de una persona promedio. O el abrumador caso de un hombre autista que nadie sospecha (salvo Sacks, claro) que está "prisionero" dentro de sí mismo y que la única forma que tiene para relacionarse con el mundo es el dibujo, para el que tiene sensibilidad o talento. Es dentro de esos "mundos" (la música, las matemáticas, el arte plástico) donde resulta posible "comunicarse" con estas personas, ver el fondo de su humanidad, su extraña inteligencia y hasta una sensibilidad que en ningún otro aspecto de su vida demuestra. Ahí dejan de "ser idiotas" y se vuelven seres en los que podemos reconocernos, más allá  de la lástima y la condescendencia. Pero apenas se alejan de esas actividades sus capacidades parecen anularse y vuelven a ser personas extrañas con las que es difícil identificarse. Pareciera que la empatía consiste ver al otro en su elemento.

Este libro me dejó la cabeza revuelta. Convencido de lo poco que sabemos los que no sabemos nada de neurociencia. De que caemos en un error cuando le decimos "loco" a cualquier individuo que tenga un comportamiento extravagante o impredecible (pues los diferentes desórdenes mentales tienen poco que ver entre sí y se deben a causas muy diferentes y a problemas en áreas completamente distintas del cerebro). De que la humanidad de una persona puede estar escondida debajo de un montón de capas de sombras, tics, retardos, comportamientos erráticos o falta de sentidos. De que nuestra personalidad, historia, gustos y manías reside en una frágil masa de gelatina que tenemos detrás de los ojos. De que un pequeño "corto circuito" en ella, puede desatar dolencias o talentos indeseables que cambiarían completamente nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos y con el mundo. Y de que cualquiera de nosotros (toco madera) puede convertirse en cualquier momento -por azar, genética, mala suerte o lo que sea- en un personaje que, visto de lejos, parecería sacado de la literatura fantástica. Pero que, de cerca, no sería otro que tú mismo, el que siempre has sido, solo que atrapado en una maraña inextricable de incomprensión, euforia o terror. 

Notas

La versión que leí fue un traducción del inglés de José Manuel Álvarez Flórez para Editorial Anagrama. 

Sacks se inspira en los informes médicos de neuropsicólogos que admira, en especial del ruso Alexandr Luria, de quien rescata la importancia de empatizar con los pacientes para poder profundizar en sus historias y dolencias. 

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