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Fabricio del Dongo, protagonista de la Cartuja de Parma, escapa de su prisión. |
Al cabo de unos momentos, Fabricio vio a veinte pasos una tierra arada que estaba removida de una manera extraña. El fondo de los surcos estaba lleno de agua y la tierra, muy húmeda, que formaba la cresta de los surcos volaba en pequeños fragmentos negros a tres o cuatro pies de alto. (...) Oyó un grito seco junto a él; eran dos húsares que caían alcanzados por las balas de cañón; cuando los miró quedaban ya a veinte pasos de la escolta. Lo que le pareció horrible fue un caballo todo despanzurrado que se debatía en la tierra labrada, con los pies enredados en sus propias entrañas: quería seguir a los demás. La sangre corría por el barro. "¡Ah, heme por fin en fuego! se decía Fabricio- ¡He visto la guerra! -repetíase con satisfacción- Ya soy militar."
En aquel momento la escolta avanzaba vientre a tierra y nuestro héroe comprendió que eran las balas de cañón lo que hacía volar la tierra por doquier. En vano miraba hacia el lado de donde venían las balas; veía la humareda blanca de la batería a una distancia enorme y, en medio del tronar uniforme y contínuo de los disparos del cañón, le parecía oír descargas mucho más cercanas. No entendía nada de lo que pasaba.
En este momento los generales y la escolta bajaron a un sendero lleno de agua bordeado por una pendiente de cinco pies. El mariscal se detuvo y tornó a mirar con el anteojo. Esta vez Fabricio pudo verle a su gusto; le encontró muy rubio, con una cabeza grande y pelirroja.
"En Italia no tenemos caras como ésta -se dijo-. Nunca yo, tan pálido y con el cabello castaño, seré así", añadió con tristeza. Para él, esas palabras querían decir "Nunca seré un héroe". (Páginas 43-44)
Pero esta no es una novela sobre la guerra, que sólo aparece al principio de la historia (aunque sus secuelas marcan las acciones futuras de sus personajes). La Cartuja de Parma combina las intrigas políticas de una corte italiana con las aventuras de Fabricio y sus dos protectores (Gina del Dongo y el Conde Mosca).
Hay
duelos a muerte, persecuciones, prisiones extravagantes, fiestas en
grandes salones y muchos escapes. Tiene un montón de personajes
pintorescos que se disfrazan para que sus enemigos no los reconozcan, nobles que se
agrupan en bandos para ganarse el favor de los príncipes, burgueses
"locamente enamorados de un título nobiliario", confesores delatores,
carceleros envenenadores, poetas enloquecidos, sirvientes que se
venden por miedo o por dinero, almas superiores que se atreven a todo por honor, sinvergüenzas de toda calaña y juramentos de ésos que se toman tan en serio que nadie se atreve a pronunciarlos.
Pero el hilo conductor -al principio recatado y discreto y hacia el final, poderoso y gritón- es el amor, que como en todas las grandes historias decide los destinos de los protagonistas. Aparece en sus distintas formas: A veces es imposible, a veces no correspondido, otras sólo es un capricho y en ocasiones es el origen del sacrificio y la tragedia. Es una obra intensa, revulsiva, donde si bien abundan los momentos sosegados éstos siempre preceden a grandes giros en la trama. Y en las últimas páginas, cuando creías que ya era suficiente y todo estaba dicho, se acelera el ritmo narrativo y la obra remonta por última vez hacia un final que golpea por su crudeza e ingenio. El tono siempre es realista (incluso cuando se invoca a los juramentos sagrados y a las supersticiones) y ningún personaje pretende nunca ser un modelo de nada. Emociona y está estupendamente escrita.
Pero el hilo conductor -al principio recatado y discreto y hacia el final, poderoso y gritón- es el amor, que como en todas las grandes historias decide los destinos de los protagonistas. Aparece en sus distintas formas: A veces es imposible, a veces no correspondido, otras sólo es un capricho y en ocasiones es el origen del sacrificio y la tragedia. Es una obra intensa, revulsiva, donde si bien abundan los momentos sosegados éstos siempre preceden a grandes giros en la trama. Y en las últimas páginas, cuando creías que ya era suficiente y todo estaba dicho, se acelera el ritmo narrativo y la obra remonta por última vez hacia un final que golpea por su crudeza e ingenio. El tono siempre es realista (incluso cuando se invoca a los juramentos sagrados y a las supersticiones) y ningún personaje pretende nunca ser un modelo de nada. Emociona y está estupendamente escrita.
Los
hechos transcurren en diferentes localidades del norte de Italia, Suiza
y Francia, aunque la mayor parte de la novela gira en torno a Parma,
ciudad que el autor transforma en un inexistente principado
independiente para poder dejar volar más libremente su imaginación (de
hecho le inventa varias construcciones que no existen en la
Parma real, como una gran Torre en donde ocurren varias escenas memorables)
pero sin sacarla del imprescindible contexto histórico en que ocurren
los hechos: La Europa de la primera mitad del siglo XIX, un mundo
dominado por la estela de Napoleón, el terror de los nobles a perder sus
privilegios y los conatos de rebelión permanentes de los plebeyos.
Los protagonistas
Los principales personajes son tres. Por un lado está el ya mencionado Fabricio, engreído e irresponsable pero también idealista y
ambicioso. Es supersticioso (vé "señales" por todas partes) y está obsesionado con la idea de que es incapaz de enamorarse.
Acaso eso que llaman amor será también una mentira? Yo siento el amor, desde luego, pero lo mismo que siento buen apetito a las seis. (p. 214)
Fabricio tiene una gran facilidad para
hacerse de enemigos pero también para desconcertarlos a todos y escapar de sus garras. De hecho durante la mayor parte de la trama es un fugitivo. A pesar de meterese en la carrera eclesiástica no tiene ninguna característica piadosa. En él nunca se desarrollan
sentimientos de culpa por los estragos que sus aventuras causan en los
corazones y las fortunas ajenas. Ni se entera.
Tanta suerte no es casualidad: Siempre encuentra quien lo proteja cuando sus aventuras salen mal. Su tía Gina del Dongo es quien más lo cuida (la mayoría de las veces sin que él lo sepa). Ella es probablemente el gran personaje de esta novela,
irresistible no sólo para mí como lector sino para todos los demás personajes, pues incluso sus enemigos más acérrimos le reconocen
su don de gentes, su gran inteligencia y sus encantos físicos. Pero es una mujer dual. Se
debate permanentemente entre el recato cortesano y la insolencia de su
falta de tacto. Stendhal logra que en ella convivan de manera creíble la
astucia del conspirador y la torpeza del imprudente. Tiene un corazón
generoso pero éste siempre anda destrozado. Su amor va y viene. Y tiene muchas manías:
Dos cosas se destacaban en el carácter de la duquesa: Quería siempre lo que había sido querido una vez.; no volvería jamás a deliberar sobre lo que una vez había decidido. Citaba a este propósito una frase de su primer marido: "Qué insolencia hacia mí mismo! -decía- por qué suponerme más inteligente hoy que cuando tomé aquella decisión?" (p.366)
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Detalle del famoso retrato de Henri Beyle, alias Stendhal (1783-1842) que le hiciera el pintor sueco Olof Johan Södermark (1790-1848) dos años antes de la muerte del escritor. |
Gina tiene un admirador, un apóstol, un protector, un incondicional que está perdidamente enamorado de ella. Es el Conde Mosca della Rovere,
ministro todopoderoso del Príncipe de Parma. Cuando se requiere sabe ser cruel por causa de sus obligaciones políticas (que lo haen lidiar a diario con los disidentes y los enemigos de la corte). Posee
todos los talentos que demanda su oficio. Sólo coleccionando sus
diálogos y pensamientos podría elaborarse un pequeño manual de
política:
Lo cómodo del poder absoluto es que lo santifica todo a los ojos de los pueblos. (p. 106)
Todo lo que pueda disimular ese miedo [a la revolución], será altamente moral para los nobles y los beatos. Y en Parma todo el que no es noble ni beato, está en la cárcel o se dispone a entrar en ella (p. 144)
Pero también es sumamente leal, honorable, generoso con los que quiere, amante
fidelísimo (cosa inusual en el contexto que se nos presenta, repleto de sacavuelteros) y es capaz de
hacer cualquier sacrificio (o crimen) por honor y por amor. No siente simpatía por Fabricio pero el afecto que Gina le profesa a su sobrino es suficiente para que el Conde haga lo imposible por protegerlo.
Hay un cuarto personaje que sólo adquiere relevancia en el último tercio de la novela. Y es con ella, Clelia Conti, la única con la que tuve algunos problemas como lector. La chica será
guapa e interesante, pero cuando te metes en su cerebro te empalagas.
Los monólogos que le sorprendemos son repetitivos, melosos, demasiado
lamentosos. No lo entendía. Hasta que me di cuenta que, a diferencia de
todos los demás personajes, ella no parecía humana porque durante casi
toda la novela no exhibía defectos. Pero en cuanto empieza a tenerlos, en
las vibrantes últimas páginas de la obra , adquiere talla y se vuelve tan
excepcional como Gina. La lección (porque esta novela está llena de
ellas para los que pretendemos escribir bien algún día) es que no hay
empatía con el lector si no hay verosimilitud.
Hay
un detalle más. El autor se esfuerza desde el principio por instalar al
lector en un "contexto moral". Pone el parche. Te dice de arranque que lo que vas a leer no es decoroso ni modélico. Y así, con esa censura, puede despacharse a su gusto sin tener que justificar a sus personajes todo el tiempo (algo que hace, por ejemplo, en Rojo y Negro, su novela anterior, ya comentada por aquí).
La acción psicológica
En ocasiones el autor combina los pensamientos de varios
personajes en una misma escena. Eso sucede, por ejemplo, en la "reunión cumbre" que sostienen el primer
príncipe de Parma, su brazo derecho el conde Mosca y la duquesa Sanseverina (Gina) en
palacio. La situación es ésta: Ella, en desacuerdo con una decisión
judicial tomada por el príncipe contra su sobrino Fabricio, va a buscar
al monarca a su palacio para decirle que abandonará la ciudad en represalia. Su
declaración desata un auténtico duelo entre el orgullo absolutista del
monarca (que la admira y la desea -aunque sabe que ella es pareja del Conde Mosca- pero que no quiere tolerar sus insolencias),
el dolor enamorado del Conde (que la ama con locura pero es incapaz de
traicionar a su jefe) y la
irresistible sangre fría de la duquesa, que
manipula a ambos hombres rompiendo el estricto protocolo y se arriesga, no sólo a caer en desgracia sino también a romper su conveniente relación
con el Conde o a hacer que condenen a su adorado sobrino (el alborotador Fabricio
quien para variar, es el que provoca el problema). La escena me
recordaba a
un tercetto de ópera donde tres personajes que se encuentran
juntos cantan para sí mismos lo que no se atreven a decirse. Después de
unos capítulos donde todo parecía ser acción y tropelías el
autor nos recuerda que en la construcción de personajes es un genio. Aquí va un pedacito de eso:
-Y bien- le dijo el príncipe- aquí está la señora duquesa Sanseverina que pretende abandonar Parma inmediatamente para ir a residir en Nápoles, y que, encima, me dice impertinencias.
- ¡Cómo es eso! - exclamó Mosca, palideciendo.
- Pero, ¿No conocía usted ese proyecto de partida?
- Ni una palabra. A las seis dejé a la duquesa feliz y contenta.
Estas palabras produjeron en el príncipe un efecto increíble. Miró a Mosca; Su palidez creciente le demostró que decía la verdad y que no era cómplice del arrebato de la duquesa. "Entonces -se dijo- la pierdo para siempre; placer y venganza, todo se esfuma al mismo tiempo. En Nápoles hará epigramas con su sobrino Fabricio sobre la tremenda ira del principillo de Parma". Miró a la duquesa; el desdén más violento y la más viva cólera se disputaban su corazón; en aquel momento tenía los ojos fijos en el conde Mosca, y los finísimos contornos de su hermosa boca expresaban desprecio muy amargo. Todo en aquel semblante decía: ¡vil cortesano! "Resulta, pues -pensó el príncipe después de observarla-, que pierdo también el medio de atraerla a este país. Si sale de mi gabinete en este momento se acabó para mí. ¡Y Dios sabe lo que dirá de mis jueces en Nápoles! Y con ese talento y esa divina persuasión que el cielo le ha dado conseguirá que todo el mundo le crea. Le deberé la fama de un tirano ridículo que se levanta por la noche a mirar debajo de la cama".
Mediante una maniobra diestra y como si se paseara tratando de calmar su agitación el príncipe se colocó de nuevo ante la puerta del gabinete; el conde estaba a su derecha, a tres pasos de distancia, pálido, derrumbado y tan trémulo que tuvo que apoyarse en el respaldo del sillón que había ocupado la duquesa al comenzar la audiencia y que el príncipe, en un momento de cólera, había empujado lejos. Estaba enamorado. "Si la duquesa se marcha, la sigo -se decía-; pero ¿me admitirá en su compañía? Esta es la cuestión." A la izquierda del príncipe la duquesa de pie, con los brazos cruzados y apretados contra el pecho, le miraba con una impertinencia admirable. Una palidez total y profunda reemplazaba ahora los vivos colores que antes animaran aquel semblante sublime. El príncipe, al contrario de los otros dos personajes, tenía el rostro encarnado y el gesto inquieto. Su mano izquierda jugaba convulsa con la cruz pendiente del cordón que llevaba al cuello; con la derecha se acariciaba la barbilla.
- ¿Qué hay que hacer? -le dijo al conde, sin darse demasiada cuenta de lo que preguntaba y llevado de la costumbre de consultarle sobre todo.
- En verdad no lo sé, Alteza Serenísima -respondió el conde, como quien exhala el último suspiro. Apenas podía articular las palabras de su respuesta. Este tono de voz fue para el príncipe el primer consuelo que su orgullo herido hallara en aquella audiencia y esta pequeña satisfacción le sugirió una frase grata para su amor propio.
- Pues bien -dijo- yo soy el más razonable de los tres; quiero dejar a un lado enteramente mi posición en el mundo y voy a hablar como un amigo... (p. 242-243)
Datos
- Esta obra fue publicada en marzo de 1839. En su tiempo no tuvo mucho éxito aunque mereció el elogio entusiasta de Balzac. Con los años la obra de Stendhal fue revalorizada y hoy es uno de los grandes clásicos de la novela realista francesa.
- El título de la novela es un enigma famoso. Se supone que alude un convento de monjes pero que no existe ni tampoco tiene relevancia alguna en la historia ya que sólo se menciona como un sitio de retiro potencial para el futuro de uno de los protagonistas. Quizá, me atrevo a pensar, ahí esté la gracia, encarna la idea de liberación, de "dejar atrás" todo lo que vive ese personaje en la novela.
- La versión que leí es una en pdf de la Biblioteca Virtual Universal. Para descargarla haz clic aquí . Es la versión que he usado para las citas. El formato no es el más bonito pero el texto no tiene fallas. Digo esto porque hay otra mucho más bonita y ordenada del Ministerio de Educación de Uruguay que, sin embargo, no ha sido conveniente revisada. Se nota que los textos originales fueron escaneados y, como se sabe, en algunos casos algunas letras se cambian por otras y producen palabras incorrectas. Esa otra versión puede verse en este enlace.
(17 de junio de 2015)
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