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Quién

 
Soy el que no volvió contigo. El que esa tarde se mordió la lengua y se amarró las manos. El que pensó al verte: no es momento, está muy fresco todo, mejor después, al año, nunca, terminemos el café y quedemos como amigos, no puedo acompañarte a casa, pero gusto en verte, te llamo para tu santo, me alegra que estés bien. Soy el que deja que el reloj camine, no se aferra y tiempo al tiempo. El que les da chances a otras voces y a otras tardes. El que se sacude de sus ruinas. El que ya no mira para adentro. Ni para ayer.

O soy el que sí volvió contigo, pero puso reglas, cosas claras. Ya sabes: tú en tu sitio, yo en el mío, nada de entusiasmos ni mudarnos juntos, despacito, porque ya no somos niños y no queremos repetir la historia, ¿no? Crecer, de eso se trata. No de pudrirse en el intento.  

O soy el que esa tarde no asistió al café. El que cambió de opinión y dijo no, ya me conozco: si voy, caigo. El que no pone tan fácil el cuello sobre el tronco, porque zás, el hacha. Soy, entonces, el que envió un mensaje horas antes de la cita: “lo pensé mejor, no iré”. Así. Sin asco. Nada de tuve un imprevisto o mejor quedamos otro día o me duele la barriga. Todo real. Para que te fueras enterando cómo va eso de hablar con la verdad. Si lo tomas a bien, genial, quizá quede abierta una rendija, quién sabe, más adelante, más maduros ambos... Pero ahorita, ni de vainas.


O soy el que no contestó a la invitación. El que dejó en visto tu mensaje en el wasap y no hizo caso. El que tuvo eso que llaman, ¿cuál es la palabra? ¿autoestima? ¿dignidad? ¿grosería? ¡Clarividencia! El que te tendrá esperando inútilmente una respuesta. Y no podrías reclamarme nada, claro que no, ¿con qué cara? Aprende. A lo mejor así, malón, te gusto más. Y te pesa más. Te lo mereces.

O soy el que sí contestó, pero airado. El que se mandó un discurso al uso por escrito, ¿qué es eso de hola cómo estás he pensado mucho en ti qué tal si vamos por un café a donde siempre para charlar como en los buenos tiempos? ¿qué clase de disculpa es esa? ¿cómo te atreves? ¿o te has equivocado y el mensaje ese era para otro? O no. No podría. Me molesto, sí, pero, aún si yo no fuera yo —sino ese, este, aquél—, no me pondría en evidencia. Es verdad que apenas leí tu mensaje inesperado te menté la madre y me indigné. Pero también dije gracias, Dios, te mato el diablo que tú digas. Además, si te contestaba de ese modo, te habrías puesto caradura: “uy, qué genio tienes, pensé que habías cambiado”. Y ahí sí que de verdad me enojaría.

O soy el que, meses antes, apenas se acabó la cosa, se puso a salvo. El que cambió de número telefónico, el que te borró del feis y te registró en la carpeta spam, por si las moscas. El que se sorbió los mocos y la incredulidad y se dijo, bueno, a otra cosa y pa adelante. El que nunca se enteró de que quisiste volver.

O soy el que cae redondito.



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