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Resaca

 

[MICRORRELATO]

 

Aún era temprano cuando los niños regresaron a la carpa. Ya no pude dormir más.

—Papá, ¡alguien ha caído de un avión!
 
A regañadientes, me dejé guiar por ellos hasta el centro de la playa en donde había un cráter del que sobresalían, como mástiles, dos peludas pantorrillas. Como los dedos de los pies aún se movían, empezamos a cavar para liberar al resto del cuerpo, sorprendidos por la ausencia de sangre o de vísceras desparramadas. Cuando llegamos a la altura de la cabeza, el pobre tipo volvió en sí, tosiendo arena e impregnándonos su hedor a cañazo. Le preguntamos si estaba bien, mientras lo ayudábamos a sacudirse. Entonces gruñó, intentó golpearme y nos acusó de querer robarle. Luego me abrazó y lloró sobre mi hombro, repitiendo el nombre de alguien que "ya no lo quería". Tras darle algunas palmaditas en la espalda y un poco de agua, se calmó y dijo que tenía que marcharse. Lo acompañamos hasta la carretera, en donde estuvo tirando dedo media hora. Aunque pararon algunos carros, ningún chofer quiso llevarlo, no sé si por lo extraordinario de su aspecto o porque nadie sabía cómo llegar hasta la dirección que repetía. Resignado, se puso a caminar por el asfalto, rumbo al sur, arrastrando sus alas rotas y excesivas.
 
 
 
Pablo Ignacio Chacón

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