La ciudad de las apariencias

Una mirada a los tragicómicos petersburgueses de Gogol.

Probablemente no hay escena más delirante en este libro que aquella en la que una nariz se pasea por San Petersburgo, como un ciudadano cualquiera.

Consciente de que no había tratado con la suficiente gentileza al Sr. Gogol (como conté por aquí) intenté compensar mi insolencia leyendo, esta vez sí con orden y fluidez, algunos de sus relatos breves. Por eso abordé Historias de San Petersburgo, una colección de cuentos y novelas cortas que transcurren en la fría ciudad de los canales (que fuera capital del Imperio Ruso durante los siglos 18 y 19) y que Gogol conoció en su juventud. Era un lugar muy diferente a su luminosa y templada Ucrania natal. Le chocó que hiciera mucho frío, que todo fuera "húmedo, liso, llano, pálido, gris y embrumado" (de hecho cuando habla de pintura lamenta la escasa luz de la ciudad frente a la  de otras latitudes) y que las diferencias sociales fueran tan marcadas. Durante su vida en San Petersburgo Gogol estuvo trabajando en un cargo administrativo y conoció las miserias del funcionariado de bajo nivel. Se dio tiempo además para estudiar algo de pintura. Todos esos elementos de su biografía vienen al caso porque son temas que se plasman en las cinco narraciones que conforman este libro.  

En todas las historias un evento extraordinario (que puede ser un asunto de ultratumba, el producto de un sueño/delirio o simplemente algo tan absurdo que es mejor no buscarle explicación) rompe la rutina de sus protagonistas y afecta, de algún modo u otro, a todos sus conciudadanos, tomando el carácter de leyendas urbanas. A pesar de esas concesiones a lo fantástico los relatos siempre muestran, de soslayo pero con mordacidad, los problemas de la ciudad: La miseria, la mediocridad de la burocracia, las barreras entre clases, la corrupción o la ineptitud policial.

Cuestión de apariencias

Una de las cosas que enlaza a las diferentes historias, que son independientes entre sí, es que todos sus protagonistas tienen un asunto pendiente con su propia apariencia. Para algunas resulta vital "verse bien" e impresionar con su aspecto a los demás (es lo que ocurre con personajes de La Nariz y El Retrato: El primero para conseguir un mejor empleo, el segundo para codearse con la alta sociedad). Para otros la propia apariencia es un instrumento de poder político (como ocurre con el desquiciado protagonista de Diario de un Loco que se obsesiona por lucir como un rey). Incluso la apariencia es relevante para aquél que parece indiferente a ella, como el protagonista de El Abrigo, quien, una vez que constata lo que un nuevo traje puede hacer por él, convierte a su atuendo en la principal preocupación de su vida. Gogol deja claro que este es un tema que no compete sólo a sus criaturas sino a todos los petersburgueses. A tal punto que sugiere que la principal avenida de la ciudad es frecuentada por sus ciudadanos para ser usada como algo más importante que hacer negocios o trasladarse: Ver y ser visto. Esta avenida, el gran escaparate pertersburgués, es La Perspectiva Nevski, precisamente el título de la primera narración de la colección.

El autor describe a esta vía como si fuera una persona cuyo carácter cambia según la hora del día. Y es que cada estamento de la sociedad local tiene un horario específico para pasar por la Nevski. Se "turnan" en su uso, como obedeciendo a alguna rígida programación que empieza con las primeras luces de la mañana...

...cuando todo Petersburgo huele a panes calientes y recién hechos, y está lleno de viejas con vestidos rotos y envueltas en capas, que asaltan primeramente las iglesias y después a los transeúntes compasivos. A esta hora la perspectiva Nevski está vacía: los robustos propietarios de los almacenes y sus comisionistas duermen todavía dentro de sus camisas de holanda o enjabonan sus nobles mejillas y beben su café; los mendigos se agolpan a las puertas de las confiterías, donde el adormilado Ganimedes que ayer volaba como una mosca portador del chocolate, ahora, sin corbata y con la escoba en la mano, barre, arrojándoles secos pirogi [cierto tipo de ravioles] y otros restos de comida. Por las calles circula gente trabajadora; a veces, también mujiks rusos dirigiéndose apresurados a sus tareas y con las botas tan manchadas de cal, que ni siquiera toda el agua del canal de Ekaterininski, famoso por su limpieza, hubiera bastado para limpiarlas. A esta hora no es prudente que salgan las damas, pues al pueblo ruso le agrada usar tales expresiones, como seguramente no habrán oído nunca ni en el teatro. (La Persepctiva Nevski)

Tras una larga exposición de los diferentes horarios, el narrador entra de lleno en la descripción de la noche, cuando la avenida se convierte en el lugar en el que los jóvenes se miran con descaro en busca de pareja. Ahí se nos presenta por fin personajes con nombre y apellido: Un militar (Pigariov) y un pintor (Peskarev). Son amigos, que se pasean por la Nevski y que deciden separarse para perseguir, cada uno por su lado, a dos mujeres cuyas bellezas los han hechizado. Pero mientras uno de esos intentos de conquista se convierte en una historia de amor tortuosa y trágica, la otra se hace casi una comedia. El autor usa intencionalmente el contraste de ambos registros para demostrar su punto: Que todo tipo de desgracias pueden surgir para el que se guía de las apariencias:

¡Oh!... ¡No crea usted en la perspectiva Nevski! Yo, cuando paso por ella, me envuelvo más fuertemente en mi capa y me esfuerzo en no mirar nada de lo que me sale al encuentro. ¡Todo es engaño! ¡Todo es ensueño! ¡Todo es otra cosa de lo que parece!  (La Perspectiva Nevski)

Una fotografía coloreada de la perspectiva Nevski de  principios del siglo XX en el que aparecen los mismos locales comerciales a los que se refiere Gogol. Imagen tomada de san-pertersburgo.com

Los dilemas de los pintores

La novela corta que sigue, llamada El Retrato, es lo que más me ha gustado de este libro. Sí, es probablemente la historia más convencional de las cinco, no es la más original (usa el viejo recurso del "objeto mágico" que cambia la fortuna de las personas), "peca" de moralismo y está escrito de manera sencilla... Pero todos esos "defectos" empequeñecen ante la fuerza de su trama, su intensidad, su permanente suspenso, su coherencia, su construcción perfecta (es un relojito) y el vibrante ritmo con el que ocurren sus acontecimientos. Es, para más mérito, muy verosímil, a pesar de que pertenece al género fantástico porque lo sobrenatural, que late en el misterioso cuadro que da nombre al relato, no entra de golpe en la historia sino de a pocos, y por eso el lector va, lentamente, aceptándolo, acomodándose a él.
en el cuadro que estaba delante de él había todavía algo más extraño. Eso ya no era arte, eso hasta destruía la armonía del mismo retrato. Eran unos ojos humanos, unos verdaderos ojos. Parecían haber sido arrancados de un rostro vivo e insertados en el retrato. Aquí no había el goce sublime que el alma siente ante una obra de arte, por horrible que sea el asunto representado; aquí sólo una sensación enfermiza, torturadora, se apoderaba de uno. 
El momento en el que Chartkov descubre el retrato de un anciano en una tienda de pinturas. ilustración del Colectivo Kukrinisky para una edición soviética de los cuentos de Gogol
Esta es la historia de Andrei Petrovich Chartkov, un pintor "pobre" (entre comillas, porque tiene un criado) que está a punto de ser expulsado de la casa que alquila por falta de pago. A pesar de estar en esa situación se gasta sus últimos copecs en adquirir de un mercachifle el misterioso retrato, "casi vivo" de un anciano, cuya maestría de ejecución le fascina. Como es de esperarse el retrato encierra un "poder" terrible (que me hizo recordar mucho a El Retrato Oval de Poe) que puede cambiar la suerte de su propietario. Al caer bajo el hechizo Chartkov se encuentra con una disyuntiva apasionante:  ¿Debe usar su nueva "fortuna" para consolidar su talento y convertirse en el mejor pintor de su época? ¿O debe vivir la vida al máximo ahora que tiene la oportunidad? (empezando, por supuesto, por comprarse un bonito traje). Ocurren tantas cosas en esta historia llena de giros argumentales que posiblemente en manos de otro narrador se hubiera convertido en una novela larga (como La piel de zapa, que tiene una premisa afín). Pero Gogol no pierde tiempo: Ninguna descripción sobra y, aunque el narrador se da el lujo de tocar muchos temas (reflexiona sobre la naturaleza del arte y el trabajo duro como única forma de conseguir la maestría o critica con su ironía habitual el esnobismo de las clases altas), la emoción no decae ni por un momento. A medida que su alma va cambiando, Chartkov se vuelve un personaje cada vez más notable, más humano, al que podemos odiar, amar y compadecer.

Me sorprendió mucho que la novela tuviera dos partes porque luego del magnífico final de la primera (redondo, impactante) no parecía necesario añadirle nada a la historia. Pero la segunda parte fue otra sorpresa feliz: El argumento aquí se dedica a descifrar el misterio sobrenatural del dichoso retrato sin que esa indagación parezca impostada ni accesoria. Gogol construye para ello una nueva ambientación (la del modesto y tranquilo barrio de Kolomna) y ubica en él a nuevos personajes memorables, como el misterioso anciano del retrato (un hombre torturado y del que todo el mundo sospecha) y el talentoso pintor que lo inmortaliza, que se enfrenta a un dilema muy diferente del de Chartkov, en el que renunciar al arte es una obra de bien y reproducir la naturaleza con fidelidad puede ser un pecado. Afrontando el dilema, Gogol logra establecer un vínculo argumental sólido entre los personajes de ambas partes, atando los cabos sueltos y redondeando la trama.

El funcionario que se volvió rey (sin que nadie lo sepa)

Si la coherencia y el equilibrio son los rasgos más notables de El Retrato, en Diario de un Loco lo que domina es el desvarío. Y es que el título de este relato le sirve al autor para justificarle muchísimas licencias liberándolo de la obligación, tan religiosamente cumplida en la historia anterior, de dar explicaciones. En esta historia un funcionario estatal que envidia la suerte de otros a los que les va mejor, escribe una serie de notas sobre cómo pasa sus días. Al principio lo que cuenta es desconcertante (por ejemplo, la conversación entre dos perros) y luego cómico (como el contenido de las cartas que estos perros supuestamente se escriben, contándose todo tipo de chismes sobre sus amos). Pero haciendo sumas y restas el lector termina por darse cuenta que está asistiendo a la crónica, triste y por ratos inhumana, de la descomposición emocional y racional de un hombre desesperado por mejorar su estatus. 
¡Por llevar una cadena de oro en su reloj y encargarse unas botas de 30 rublos se cree alguien! ¡Que se vaya al diablo! ¿Acaso se cree que soy hijo de un plebeyo o de un sastre o de un sargento? Soy noble. También yo puedo llegar a obtener el mismo cargo que él. Sólo tengo cuarenta y dos años, que en realidad es la edad cuando precisamente se empieza a trabajar. ¡Espera, amigo: también yo llegaré a ser coronel, y con la ayuda de Dios quizás algo más! También yo gozaré de una reputación mejor que la tuya. ¿Qué te crees, que en el mundo no hay hombre más formal que tú? Espera un poco: cuando yo tenga un frac cortado a la moda y una corbata como la tuya, entonces no me llegarás ni a la punta de los zapatos. Lo malo es que no dispongo de medios. (Diario de un loco)

El protagonista de Diario de un Loco tal como lo imaginó el gran Ilya Repin (1844-1930)

Como en La Perspectiva Nevski aquí los diferentes "tonos" (cómico, trágico) sirven al autor para algo más que contar la historia de una vida desdichada porque aparecen con nitidez temas como las grandes diferencias sociales, la precariedad de los funcionarios de bajo rango y el trato inhumano a los enfermos. Al final uno no está seguro de si hay que reirse o compadecerse del pobre protagonista que, a pesar de que luce cada vez más como un enajenado, tiene en mucha estima su propia apariencia.

Me paseé de incógnito por la Nevski. Pasó el coche del zar, y toda la gente se quitó el sombrero; yo también lo hice y me comporté como si no fuera rey de España. Encontré poco adecuado descubrir mi personalidad, así, delante de todos. Ante todo, he de presentarme en la Corte. Lo único que me retiene hasta ahora es que no tengo ningún traje de rey. 


El hombre de la cara plana

Pero si hay un relato en donde lo trágico y lo cómico forman un todo coherente y nunca se separan, es en La Nariz. Esta es la historia del mayor Kovalev, un funcionario del estado que también está obsesionado por mejorar su estatus hasta que, de un día para otro, "pierde" su nariz. Pero no la "pierde" porque fuera cercenada en un lamentabe accidente... simplemente se le extravía, como quien pierde un lapicero o un botón. Por supuesto Kovalev queda profundamente afectado por el hecho aunque no porque sienta peligrar su salud o porque tenga dolor (no lo tiene) o una cicatriz espantosa (de hecho no tiene ninguna cicatriz... su cara simplemente queda "aplanada") sino porque cree que su nueva apariencia será un impedimento para ascender en el escalafón. La historia ofrece situaciones cada cual más absurda, como cuando el afectado corre a las oficinas de un importante diario para publicar en la edición siguiente un aviso en el que ofrece una jugosa recompensa para aquél que recupere su nariz. Lo que sigue es parte del diálogo con un trabajador del diario:

 - (...) mi propia nariz, que ha desaparecido sin dejar rastro. ¡Alguna jugarreta del demonio!
-Pero, ¿de qué modo ha desaparecido? No acabo de hacerme cargo.
-Tampoco podría decir yo de qué modo ha desaparecido; pero lo esencial es que ahora anda de un lado para otro por la ciudad y se hace pasar por consejero de Estado. Por eso le ruego poner el anuncio: para que quien le eche mano me la traiga inmediatamente, sin dilación alguna. Hágase usted cargo: ¿cómo me las voy a arreglar sin un apéndice tan visible? Porque no se trata de un simple meñique del pie, por ejemplo, que va metido dentro de la bota y nadie advierte su falta. Yo suelo ir los jueves a casa de la señora Chejtariova, esposa de un consejero de Estado. También me distinguen con su amistad Palagueia Grigórievna Podtóchina, casada con un oficial de Estado Mayor, y su hija, que es un encanto. Conque, dígame usted qué hago yo ahora. No puedo presentarme a ellas de ninguna manera.

El empleado se puso a cavilar, lo que podía colegirse por el modo de apretar los labios.

-Pues, no. No puedo insertar ese anuncio -dictaminó al fin, después de un largo silencio.
-¿Cómo? ¿Por qué no?
-Porque podría desprestigiar al periódico. Si ahora se pone a escribir la gente que se le ha escapado la nariz, pues... Demasiado se murmura ya de que publicamos muchos disparates y bulos.
(La nariz)

Nikolai Gogol (1809-52). Imagen adaptada de un daguerrotipo tomado en 1845.
El drama de Kovalev deja pronto de ser un asunto privado y se convierte en el tema del día para todos los habitantes de San Petersburgo que cuchichean entre sí sobre si es cierto eso de que la nariz evadida está recorriendo la ciudad como si fuera un ser viviente y autónomo. 
...corrió el rumor de que la nariz del mayor Kovalev no se paseaba por la avenida Nevski sino por el jardín Tavicheski y que, al parecer, se encontraba allí desde hacía mucho tiempo. (...) Unos cuantos estudiantes de la Facultad de Medicina que estaban estudiando cirugía también fueron al jardín. Una ilustre y noble dama pidió por medio de una carta especial al guarda de aquel jardín que enseñara el raro fenómeno a sus hijos y, a ser posible, se lo explicara de manera instructiva y provechosa para la juventud. Todos estos acontecimientos proporcionaron una gran alegría a esos distinguidos caballeros del gran mundo, elemento indispensable de toda reunión y amantes de hacer reir a las damas y cuya provisión de anécdotas se estaba agotando por entonces. (La Nariz)
Trascendencia de un intrascendente

De un tipo muy distinto es el último relato, El abrigo, quizá la más directa y por eso mismo perfecta narración de la colección. La historia de su protagonista pasa de ser esencialmente íntima y pequeña a tomar el estatus de una verdadera leyenda urbana para los peterburgueses, que se la toman mucho más en serio que la broma de La nariz. Gira en torno a un funcionario de baja categoría, sueldo miserable y nombre ridículo cuyo rasgo más interesante es carecer de rasgos interesantes. No hay nada que llame la atención en su vida y ni siquiera vemos en él aspiraciones ni sueños. Sólo una cosa lo motiva y es su trabajo, repetitivo y nada exigente, que consiste en copiar documentos en un ministerio. 
Ni una sola vez en la vida prestó atención a lo que ocurría diariamente en las calles (...) adonde quiera que mirase, siempre veía los renglones regulares de su letra limpia y correcta. Y sólo cuando se le ponía sobre el hombro el hocico de algún caballo, y éste le soplaba en la mejilla con todo vigor, se daba cuenta de que no estaba en medio de una línea, sino en medio de la calle.
El copista Akaki Akakievich entra a hablar a la oficina de su jefe, siempre dispuesto a humillar a sus subordinados, en una de los momentos de El Abrigo. Ilustración del Colectivo Kukryniksy para una edición soviética de cuentos de Gogol.

Pero su vida se trastoca cuando su abrigo, deshilachado y casi deshecho debe ser reemplazado por uno nuevo. Y así de pronto su patética pero segura rutina desaparece y tiene que hacer cosas que le resultan extraordinariamente molestas, como visitar un  sastre, regatear o ahorrar para poder pagarse la nueva prenda. 

Sólo  a partir de entonces concita la atención de sus semejantes, recibe algún afecto y hasta empieza a aparecer en él cierto tipo de ilusión. El mensaje, terrible, parece ser que Akaki Akakievich sólo logra "existir" cuando su apariencia mejora. Pero, siendo esencialmente un antisocial que no ha mostrado nunca interés en adaptarse a su sociedad, su nueva estrella pronto se vuelve en contra de él por su inexperiencia.

Portada de una edición rusa de El Abrigo preparada por el Igor Grabar (Fuente: Wikimedia Commons)


Así, la historia cargada de humor negro se enrumba hacia un final predecible. Pero en sus últimas páginas Gogol le abre la puerta a lo sobrenatural (y logra hacerlo, otra vez, sin que parezca forzado) y todo se ilumina, haciendo que su personaje adquiera una dimensión insospechada y logrando que sus enemigos, de algún modo, paguen las ofensas que le inflingieron. 

A pesar del destino desdichado de todos los personajes del libro, Gogol reduce la posible desazón del lector con sus finas ironías, los giros inesperados de las tramas y la construcción de personajes entrañables. Muchos de los problemas de la sociedad que retrata son, además, visibles en las sociedades lationoamericanas de hoy y por eso resulta fácil identificarse con las historias. Los textos, finalmente, son sencillos y no se andan con vueltas y eso ayuda a que sea la lectura resulte ágil y entretenida. En lo que a mí respecta con seguridad voy a volver a El retrato y a El abrigo, que me han impresionado.

Más datos

Originalmente estas piezas fueron publicadas de manera independiente entre 1835 y 1842.

No he encontrado una versión electrónica completa, aunque si he podido encontrar los cinco relatos en fuentes distintas. El retrato me lo bajé de este enlace de la Biblioteca Digital Ilce. Del mismo editor, Diario de un loco, aquí. Me descargué La Nariz de un enlace del Ministerio de Educación de Uruguay (clic aquí). Los otros dos relatos los leí en las versiones online de la excelente web de Luis Lopez Nieves, Ciudad Seva. La perspectiva Nevski, aquí. Y El abrigo, aquí.

(3 de octubre de 2015)

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