Es un lugar común decir que los buenos libros
tienen la virtud de arrastrarte hacia la trama y hacerte vivir parte de
ella. Pero hay ocasiones en que ocurre un curioso fenómeno inverso: Es uno
mismo el que trae la trama hacia su propia vida, pero no hacia su pasado
si no a lo que está viviendo en esos momentos. No es, en ese caso, un
mérito mágico del autor, sino un problema psicológico rebuscado ejercicio lógico que hace uno mismo como lector. Como si quisieras creer que desde las
páginas del libro resuena una voz, (en tono misterioso y con mucho eco) que te dice: Sé lo que estás pensando, sé lo que quieres hacer. Y, para colmo, agrega: Y también sé como va a terminar "eso"... Sí, la sensación es cuando menos, inquietante...
Pues bien, Honoré de Balzac (1799-1850) me ha contado, hace pocas noches, un pedacito de mi propia vida. Sí, ya sé, me vas a decir que ese ilustre señor lleva siglo y medio muerto y que, aún si aceptáramos que su alma deambula ociosa por la Lima de 2015, lo más seguro es que tendría cosas mas interesantes que hacer que ocuparse de un tipejo como yo. Y no, tampoco es que yo me haya encontrado un objeto mágico capaz de traerme la fortuna (aunque mataría por eso), que es en esencia de lo que trata su novela La Piel de Zapa, que acabo de terminar de leer.
Pero sí hay una parte de la historia de su atribulado protagonista, Rafael de Valentin con la que me he sentido profundamente identificado. Y es que durante su época de miseria, este desdichado decide programar sus próximos tres años con exceso de celo y prudencia: Calcula una cantidad exacta de dinero, de acuerdo a los ahorros que tiene (toda su fortuna) y los gastos estrictamente necesarios que debe hacer para dedicarse a escribir y leer y así, quién sabe, a base de aplicación, modestia y una planificada pobreza material, encaminarse a la hora del triunfo. Eso lo lleva a aislarse de la vida social no por misantropia sino para poder extender su renta lo más que pueda. Incluso calcula gastos imprevistos y confía en que la salud no le juegue una mala pasada que arruine sus planes. Proyecto espantoso, peligroso, pero al mismo tiempo hermoso, que parece corresponder más a ese siglo XIX en que se gestó la novela y el romanticismo, que a nuestro XXI hiperpragmático. Lo confesaré ya: Es algo que estoy haciendo hace un tiempo. Mis negocios han ido mal en los últimos meses y mientras no me salgan algunos proyectos que están aguardando, estoy en "modo hibernación", reduciendo al mínimo mi consumo de energía (es decir, dinero), calculando al milímetro los gastos como un viejo avaro, como hacen algunos animales con sus reservas de grasa en los inviernos más largos, esperando al abrigo de una cueva aburrida la llegada de mejores tiempos. Pero yo disfruto, masoquista, de mi "encierro" porque puedo dedicar la mayor parte de mis fuerzas al suicida vicio de la escritura mientras la arena del reloj sigue cayendo y mis ahorros se van achicando.
Ya, muy interesante tu vida... pero ¿qué hay de libro?
Perdón,
estoy siendo más egocéntrico que de costumbre... Allá vamos... La obra
se sustenta en una premisa de tintes faustianos: A mediados del siglo
XIX un abogado parisino, bastante joven y soñador, acosado por las
deudas y las dificultades y por tanto al borde del suicidio, encuentra
una forma inesperada para reconstruir su vida
mediante el uso de un recurso maravilloso e inextricable: Una piel de asno salvaje que puede
concederle todos sus deseos. El problema es que cada vez que usa "sus poderes" se acelera su encuentro con la muerte. Y, como si fuera un
termómetro de esa degradación, la tela va encogiéndose con cada nuevo
deseo. La gran paradoja es que el protagonista se debate entre la
tentación de usar el inmenso poder que posee como una segunda
oportunidad de vivir como quiera, y el terror que siente por el hecho de
que la vida se le escape cuando más la puede disfrutar. El narrador,
que cuenta la historia en tercera persona y que reflexiona junto con el
lector sobre las acciones que van ocurriendo, plantea el problema de ese
gran poder con una frase magistral:
Los caminos de los personajes
A medida que va y viene entre sus tentaciones, el protagonista se encuentra con personajes que expresan diferentes visiones de lo que debe ser la vida, tema central de la novela. Así, cada uno de ellos parece ser un arquetipo más que un ser humano. Ahí está, por ejemplo, la alucinante posición del anticuario:
O la perturbadora postura del cínico Rastignac, quien cuestiona a Rafael la inutilidad de sus primeros esfuerzos por ahorrar y dedicarse al estudio (esos que contaba y compartía al principio de este texto) con un argumento demoledor que me obligó a interrumpir la lectura un momento y quedarme mirando, como idiota, a la pared. Y es que, no sólo es desalentador sino profundamente creíble. He visto aplicar los principios de Rastignac a muchas personas en mi vida. Y los he envidiado por eso. Y, peor aún, los he admirado:
Sabiduría pura. Y de la más cruel.
El camino de Rafael, en cambio, es errático, nunca definido, dudoso y doliente. Repleto de contradicciones, y progresivamente controlado por el objeto mágico, este gran personaje experimenta grandes transformaciones interiores en la trama. Al principio es inevitable quererlo, conmoverse con sus gestos, porque incluso cuando ya ha perdido toda la esperanza de vivir encuentra un espacio para ser generoso con unos mendigos. Su evolución, lenta y predecible, lo convierte en un ser egoísta y exasperante. Parece que puede ser salvado por el amor, porque es su mayor ilusión (más que el dinero y el poder). Y hay dos mujeres candidatas en la obra a salvarlo.
Dos pasiones opuestas
Pero la realidad es que ella era pobre, y eso para Rafael, un fetichista completo, es un obstáculo.
Por eso, se obsesiona con Fedora, "la mujer sin corazón", posiblemente el personaje más interesante de todos, quien sin plantearse dilemas morales (aunque sin actuar de manera deshonesta) vive para sí misma, buscando constantemente el ascenso social y los negocios más convenientes para acrecentar su fortuna. Encantadora para todos, no se inmuta por la devoción enfermiza que le profesan todos sus amigos. Rafael cae en su tela pero quiere ser el primero que triunfe. Para ello la estudia, la acosa, la espía, intenta descifrarla. Y así le describe esta situación a su amigo Emilio:
La sociedad burguesa de su tiempo y sus poses e imposturas, se convierte en manos de Balzac en un personaje más, al que dan voz una multitud de figurantes, que construyen un mundo parecidísimo a aquél en el que vivo. La actualidad de las siguientes líneas es alucinante.
El estilo
Pese al elemento tipo fantástico en torno al que gira la trama, todo el relato transcurre en medio de una prosa realista hasta el extremo
no sólo por la detallada descripción de los espacios y las personas
sino por la agudeza con que se presentan las miserias de la riqueza y
las bondades de la pobreza. El relato es limpio, sin claves ocultas, ni
intrigas por resolver, pródigo en detalles y exento de sutilezas (salvo
en la descripción de situaciones sexuales que, supongo que por el pudor
de su tiempo, se contenta con sólo sugerir).
Es posible que una idea similar en manos de un escritor más reciente hubiera merecido menos páginas dedicadas a la reflexión y más detalles a la descripción de los vicios y voluptuosidades a las que se entrega el protagonista para aprovechar su renovada fortuna. A Balzac, además, le encanta perderse en los vericuetos de sus propios conocimientos abundando en información que no resulta esencial para la marcha de los acontecimientos. Eso sí, ni cuando se enfrasca en devaneos filosóficos deja de ser entrentenido. Describe de manera detallada el espíritu de su tiempo, se refiere con agudeza a las circunstancias políticas de una Francia que acaba de salir de una nueva revolución (la de 1830) recogiendo las preocupaciones y las discusiones entre los monárquicos "a la antigua" y los liberales burgueses, que gozan de la libertad que les ofrece el nuevo régimen del rey Luis Felipe de Orleans. Sí es cierto que los diálogos de los amantes parecen cursis y anticuados pero, salvo recargar con miel cuatro páginas, no molestan demasiado. Aunque el mismo autor, en un recurso admirable, lo reconoce
Esa agudeza se repite en cada escena donde se hace necesario describir, al mismo tiempo, objetos y comportamientos humanos. Como ocurre con el banquete de Taillefer, el dueño de un nuevo periódico que halaga a sus colaboradores con un pantagruélico festín.
Y de eso está lleno el libro, a niveles superlativos
en la tienda del anticuario, en su buhardilla, en la habitación de
Fedora, o las descripicíones de la naturaleza en el último tercio del
libro.
El cetro es un juguete en manos de un niño, una hacha en las de Richelieu, y en las de Napoleón una palanca que hace vacilar al mundo. El poder nos deja tal cual somos y no engrandece más que a los grandes. (Página 197)
Un anticuario le muestra a Rafael de Valentin la maravillosa piel que da título a la novela de Balzac. Detalle de una ilustración de |
A medida que va y viene entre sus tentaciones, el protagonista se encuentra con personajes que expresan diferentes visiones de lo que debe ser la vida, tema central de la novela. Así, cada uno de ellos parece ser un arquetipo más que un ser humano. Ahí está, por ejemplo, la alucinante posición del anticuario:
Por eso me he cernido sobre el mundo, en el que todos mis placeres fueron siempre goces intelectuales. Mis excesos se han condensado en la contemplación de mares, de pueblos, de selvas, de montañas. Lo he visto todo; pero tranquilamente, sin cansancio. jamás he ambicionado nada, esperándolo todo. Me he paseado por el Universo, como por el jardín de una vivienda de mi propiedad. Lo que los demás califican de penas, amores, ambiciones, reveses, tristezas, se convierte para mí en ideas, que , trueco en ensueños; en vez de sentirlas, las expreso, las traduzco; en lugar de dejar que devoren mi vida, las dramatizo, las desarrollo, me distraigo como con novelas que leyera mediante una visión interior. Como nunca he desgastado mi organismo, disfruto aún de perfecta salud; y como mi alma conserva todas las energías que no he disipado, mi cabeza está mucho mejor surtida que mis almacenes. ¡Aquí - prosiguió, dándose, una palmada en la frente-, aquí está el verdadero capital! Paso días deliciosos dirigiendo una mirada inteligente al pasado, evoco países enteros, parajes, vistas del Océano, figuras hermosas de la historia. Tengo un serrallo imaginario, en el que poseo a todas las mujeres que no he conocido (Página 27)o la de Eufrasia, una prostituta pragmática
-¡La virtud! Eso queda para las feas y contrahechas. ¿Qué sería, sin ella, de esas infelices?
-¡Calla! ¡Calla! -exclamó Emilio-, no hables de lo que no sabes.
-¿No he de saberlo? -replicó Eufrasia-. Entregarse durante toda la vida a un ser odiado, saber criar hijos que nos abandonen, y haber de darles las gracias cuando desgarren nuestro corazón. Esas son las virtudes que exigen ustedes a la mujer; y aun para recompensar su abnegación, acaban por imponerla sufrimientos, tratando de seducirla, y si resiste la comprometen. ¡Bonita vida! Vale más conservar la libertad, amar a quien se quiera y morir jóvenes.
-¿No temes que llegue un día, en el que pagues todos esos excesos?
-Si llegara, en lugar de haber mezclado mis alegrías con sinsabores, habría dividido mi vida en dos partes : una juventud positivamente gozosa, y una vejez incierta, durante la cual lo sufriré todo a gusto (Página 53)
Una versión del joven Balzac por el ilustrador |
O la perturbadora postura del cínico Rastignac, quien cuestiona a Rafael la inutilidad de sus primeros esfuerzos por ahorrar y dedicarse al estudio (esos que contaba y compartía al principio de este texto) con un argumento demoledor que me obligó a interrumpir la lectura un momento y quedarme mirando, como idiota, a la pared. Y es que, no sólo es desalentador sino profundamente creíble. He visto aplicar los principios de Rastignac a muchas personas en mi vida. Y los he envidiado por eso. Y, peor aún, los he admirado:
Yo, que sirvo para todo y no aprovecho para nada, que soy perezoso como un cangrejo. llegaré a donde quiera. Me prodigo, atropello a todos y me abro hueco; me alabo y se me cree; contraigo deudas y me las pagan. La disipación, amigo mío, es un sistema político. La vida de un hombre dedicado a comerse su fortuna, suele convertirse con frecuencia en especulación; coloca sus capitales en amigos, en placeres, en protectores, en relaciones. El comerciante que arriesga un millón, no duerme, no bebe, no se divierte durante veinte años; empolla su dinero, lo hace trotar por toda Europa; se aburre, se da a todos los diablos habidos y por haber; y luego viene una liquidación, como yo lo he visto bastantes veces, que le deja sin caudal, sin nombre, sin amigos. En cambio, el disipador disfruta de la vida y de sus encantos. Si por casualidad pierde sus capitales, tiene la suerte de ser nombrado administrador de contribuciones, de hacer un buen matrimonio, de agregarse a un ministerio o a una embajada. Conserva los amigos y la reputación, y no le falta nunca dinero. Conocedor de los resortes del mundo, los maneja en provecho propio. ¡O yo estoy loco, o éste es el procedimiento lógico! (Página 78)
Sabiduría pura. Y de la más cruel.
El camino de Rafael, en cambio, es errático, nunca definido, dudoso y doliente. Repleto de contradicciones, y progresivamente controlado por el objeto mágico, este gran personaje experimenta grandes transformaciones interiores en la trama. Al principio es inevitable quererlo, conmoverse con sus gestos, porque incluso cuando ya ha perdido toda la esperanza de vivir encuentra un espacio para ser generoso con unos mendigos. Su evolución, lenta y predecible, lo convierte en un ser egoísta y exasperante. Parece que puede ser salvado por el amor, porque es su mayor ilusión (más que el dinero y el poder). Y hay dos mujeres candidatas en la obra a salvarlo.
Dos pasiones opuestas
Yo me hubiera casado con Paulina, pero habría sido una locura ¿No era tanto como entregar un alma inocente y amante a las más espantosas calamidades? (Página 75)
Pero la realidad es que ella era pobre, y eso para Rafael, un fetichista completo, es un obstáculo.
Además, lo confieso para vergüenza mía, no concibo el amor miserable (...) ¡Si! ¡ viva el amor entre sedas y cachemires, rodeado de las maravillas del lujo que tan admirablemente le cuadran, porque quizá es otro lujo! En la expansión de mis deseos, me gusta estrujar vistosos trajes, deshojar flores. sentar una mano devastadora sobre la elegante confección de un perfumado y artístico peinado. (...) Afortunadamente para mí, hace veinte años que no hay reina en Francia; si no, ¡la hubiera amado! (Páginas 75-76)
Por eso, se obsesiona con Fedora, "la mujer sin corazón", posiblemente el personaje más interesante de todos, quien sin plantearse dilemas morales (aunque sin actuar de manera deshonesta) vive para sí misma, buscando constantemente el ascenso social y los negocios más convenientes para acrecentar su fortuna. Encantadora para todos, no se inmuta por la devoción enfermiza que le profesan todos sus amigos. Rafael cae en su tela pero quiere ser el primero que triunfe. Para ello la estudia, la acosa, la espía, intenta descifrarla. Y así le describe esta situación a su amigo Emilio:
Fedora, a pesar de su sagacidad, no había desechado todos los vestigios de su origen plebeyo; su olvido de sí misma era falsía; sus modales, en lugar de ser ingénitos, revelaban un laborioso estudio; su cortesía, en fin, trascendía a servilismo. Y, sin embargo, sus melosas palabras eran para sus favoritos la expresión de la bondad, su pretenciosa exageración, noble entusiasmo. Sólo yo había estudiado sus muecas; había descubierto su interior, despojándola de la tenue corteza exigida por la sociedad; yo era el único a quien no podía embaucar con sus arterías, porque conocía a fondo su alma felina. Cuando un necio la cumplimentaba, la ensalzaba, me avergonzaba por ella. ¡Pero continuaba amándola! ¡Esperaba fundir los témpanos de su alma bajo las alas de un amor de poeta ! Si alguna vez lograba abrir su corazón a las ternuras femeninas, si la iniciaba en la sublimidad de los sacrificios, la veía perfecta, convertida en ángel. La amaba como hombre, como pretendiente, como artista, cuando habría precisado no amarla, para obtenerla. (Página 104)El telón de fondo
La sociedad burguesa de su tiempo y sus poses e imposturas, se convierte en manos de Balzac en un personaje más, al que dan voz una multitud de figurantes, que construyen un mundo parecidísimo a aquél en el que vivo. La actualidad de las siguientes líneas es alucinante.
El mundo alegre destierra de su seno a los desdichados, como un hombre de salud vigorosa expulsa de su cuerpo un principio morbífico. El mundo abomina de los dolores y de los infortunios, los teme como a la peste, y no titubea entre ellos y los vicios. El vicio es un lujo. Por majestuosa que sea una desgracia, la sociedad sabe empequeñecerla, ridiculizarla con un epigrama: traza caricaturas para lanzar a la cabeza de los reyes caídos las afrentas que supone haber recibido de ellos. Semejante a las jóvenes romanas del Circo, no perdona jamás al gladiador vencido; vive de oro y de burla. (...) Si entre las aves encerradas en un corral, hay alguna enteca y enfermiza, las restantes la persiguen a picotazos, la despluman y la torturan. (Página 188)
El estilo
Ilustración que muestra la escena en que Rafael, harto de la maldición que pesa sobre él, intenta deshacerse por primera vez de la piel arrojándola a un pozo. Imagne tomada de www.larousse.fr |
Es posible que una idea similar en manos de un escritor más reciente hubiera merecido menos páginas dedicadas a la reflexión y más detalles a la descripción de los vicios y voluptuosidades a las que se entrega el protagonista para aprovechar su renovada fortuna. A Balzac, además, le encanta perderse en los vericuetos de sus propios conocimientos abundando en información que no resulta esencial para la marcha de los acontecimientos. Eso sí, ni cuando se enfrasca en devaneos filosóficos deja de ser entrentenido. Describe de manera detallada el espíritu de su tiempo, se refiere con agudeza a las circunstancias políticas de una Francia que acaba de salir de una nueva revolución (la de 1830) recogiendo las preocupaciones y las discusiones entre los monárquicos "a la antigua" y los liberales burgueses, que gozan de la libertad que les ofrece el nuevo régimen del rey Luis Felipe de Orleans. Sí es cierto que los diálogos de los amantes parecen cursis y anticuados pero, salvo recargar con miel cuatro páginas, no molestan demasiado. Aunque el mismo autor, en un recurso admirable, lo reconoce
Sería enojoso consignar fielmente esas pláticas amorosas, a las que sólo dan valor el acento, la mirada y algún gesto intraducible. (Página 158)Pero el gran triunfo, donde el autor es avasallador, es la descripción. Es cierto que cada vez que presenta un objeto, lugar, persona o idea puede dedicarle una página entera sólo a su aspecto y propiedades. Pero qué gran nivel, qué agudeza de sinónimos, comparaciones y adjetivos. Las descripciones de la sala de juego de las primeras páginas son prodigiosas:
A aquella hora maldita, encontraríais ojos cuya calma espanta, rostros que fascinan, miradas que remueven las cartas y las devoran. Así, las casas de juego no son sublimes más que a la apertura de sus sesiones. Si España tiene sus corridas de toros, si Roma tuvo sus gladiadores, París puede vanagloriarse de su Palacio Real, cuya provocativas ruletas proporcionan el placer de ver correr la sangre a oleadas, sin el temor de que resbalen los pies. Intentad lanzar una mirada furtiva sobre aquella palestra, entrad... ¡Qué desnudez! Los muros, cubiertos de un papel mugriento hasta la altura' de una persona, no ofrecen una sola imagen capaz de refrigerar el alma. Ni siquiera se encuentra un clavo para facilitar el suicidio. El entarimado está carcomido y sucio. Una mesa oblonga ocupa el centro de la sala. La modestia de las sillas de paja agrupadas en torno de aquel tapete gastado por el roce del oro, denuncia una curiosa indiferencia por el lujo, entre los hombres que van a sucumbir allí por el afán de la fortuna y del fausto. (...) El galán desearía ver a su amada reposando sobre mullidos cojines de seda, envuelta en vaporosos tisúes orientales, y la mayor parte del tiempo la posee sobre un camastro (Página 4)
Esa agudeza se repite en cada escena donde se hace necesario describir, al mismo tiempo, objetos y comportamientos humanos. Como ocurre con el banquete de Taillefer, el dueño de un nuevo periódico que halaga a sus colaboradores con un pantagruélico festín.
La primera parte del festín podía compararse, por todos conceptos, a la exposición de una tragedia clásica. El segundo acto resultó un poco más locuaz. Cada comensal había bebido razonablemente, cambiando indistintamente de marca, y al retirar los restos del magnífico plato, comenzaron a entablarse tempestuosas discusiones; las frentes pálidas enrojecieron, algunas narices se tiñeron de púrpura; los rostros se encendieron y las pupilas chispearon. Durante esta aurora de la embriaguez, la discusión no rebasó los límites de la cortesía; pero las bromas, las ocurrencias, fueron brotando poco a poco de todas las bocas; luego asomó la calumnia su cabecilla de serpiente, hablando en tono meloso; entre los grupos algunos cazurros escuchaban atentamente, confiados en conservar su serenidad. En resumen: el segundo plato, encontró los ánimos bastante caldeados. Cada cual comió hablando, habló comiendo, bebió sin cuidarse de la afluencia de líquidos, tales eran de transparentes y olorosos y tan contagioso resultaba el ejemplo. Taillefer tomó a empeño animar a sus invitados, haciéndoles escanciar los terribles vinos del Ródano, el cálido Tokay, el rancio y espirituoso Rosellón. Desbocados, como caballos de coche-correo que parten de una parada de posta, aquellos hombres, aguijoneados por las burbujas del vino de Champaña, impacientemente aguardado, pero abundantemente vertido, dejando ya galopar su imaginación por el vacío de esos razonamientos que nadie escucha, emprendieron el relato de historias sin auditorio, repitiendo cien veces interpelaciones que quedaban invariablemente sin respuesta. Únicamente la orgía desplegó su potente voz, voz formada por cien clamores confusos que engrosaban, como los «crescendo» de Rossini. Después, llegaron los brindis insidiosos, las fanfarronadas, los retos. Todos renunciaron a ensalzar su capacidad intelectual, para reivindicar la de los toneles, pipas y cubas. (Páginas 36-37)
La abadía Hautecombe en el lago Bourget, en cuya contemplación se refugia el protagonista de la novela. Imagen: www.savoie-mont-blanc.com |
(...) a un lado el desierto, al otro una opulenta naturaleza; un mendigo asistiendo a la comida de un potentado; estas armonías y estas discordancias constituyen un espectáculo, en el que todo resulta grande o todo resulta pequeño. El aspecto de las montañas cambia las condiciones de la óptica y de la perspectiva un abeto de cien pies parece una caña; amplios valles, se ven estrechos como senderos. Es un lago apropiado para una confidencia amorosa. Allí se piensa y se ama. No existe lugar alguno de tan perfecto concierto entre el agua, el cielo, las montañas y• el llano. Allí se encuentran bálsamos para todas las crisis de la vida. Es un paraje que guarda el secreto de los dolores, los consuela, los atenúa e infunde al amor cierta solemnidad, cierto recogimiento, que hacen la pasión más profunda, más pura. Allí se amplifica un beso. Pero, sobre todo, es el lago de los recuerdos; los favorece comunicándoles el matiz de sus ondas, espejo en que todo se refleja (Página 191)
Algunos Datos
- La Piel de Zapa fue la primera novela que obtuvo algún éxito de las muchas que compuso Balzac. Pese a su evidente temática fantástica el autor se empeñó en considerarla un cuento de tipo filosófico y de hecho la incluó posteriormente entre sus "Estudios Filosóficos", una colección de novelas que forma parte, a su vez, de su obra magna La Comedia Humana. Fue publicada originalmente en 1831.
- Todas las citas consignadas aquí proceden de la versión electrónica que puede bajarse aquí . Salvo algunos errores menores (una letra, una palabra separada) sin duda procedentes del escaneo del texto de la obra, es una versión cómoda y legible. La versión no consigna la procedencia de la traducción pero confío en que es adecuada.
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