La isla de los ausentes

Si Borges dice que eres bueno, seguro lo eres (Hey, tranquilos, hablo de escritores, no de políticos). Si Borges, que desconfiaba de la novela en cuanto a género, escribe que ha encontrado una "novela perfecta", pues no te queda otra que leerla. A Papá Borges no se le discute.




Ya tenía una idea de la calidad de la prosa de Adolfo Bioy Casares por algunos de sus relatos  (como su cuentazo En memoria de Paulina que puedes leer en este enlace)  pero no tenía ninguna acerca de qué trataba su primera novela. Sin ninguna referencia empiezo. No logro comprender el primer párrafo, no entiendo su relación con el segundo... El narrador habla de una isla y enumera caóticamente una serie de eventos. Pero en el tercer párrafo, cuando explica por qué está ahí, me engancho, porque es irresistible:

Un italiano, que vendía alfombras en Calcuta, me dio la idea de venirme; dijo (en su lengua):
—Para un perseguido, para usted, sólo hay un lugar en el mundo, pero en ese lugar no se vive. Es una isla. Gente blanca estuvo construyendo, en 1924 más o menos, un museo, una capilla, una pileta de natación. Las obras están concluidas y abandonadas.

Lo interrumpí; quería su ayuda para el viaje. El mercader siguió:
—Ni los piratas chinos, ni el barco pintado de blanco del Instituto Rockefeller la tocan. Es el foco de  una enfermedad, aún misteriosa, que mata de afuera para adentro. Caen las uñas, el pelo, se mueren la piel y las córneas de los ojos, y el cuerpo vive ocho, quince días. Los tripulantes de un vapor que había fondeado en la isla estaban despellejados, calvos, sin uñas —todos muertos—, cuando los encontró el crucero japonés Namura. El vapor fue hundido a cañonazos.

Pero tan horrible era mi vida que resolví partir...
La primera edición de esta nouvelle (1940) publicada por Losada con prólogo de Borges, venía con un croquis (qué lujo!) en la portada con los principales lugares de la misteriosa isla donde se ocurren todos los hechos. Imagen tomada de rarebooks.library.nd.edu

La invención de Morel es una novela breve de aventuras, de horror, policíaca, y hasta de ciencia ficción. Cuenta la historia de un evadido de la justicia que se esconde en una isla presuntamente deshabitada. Cada día que pasa escribe una nota en su diario en la que nos explica que no está solo, que andan por ahí una serie de despreocupados personajes que pasan sus días como si estuvieran de vacaciones. El fugitivo intenta, de manera obsesiva y paranoica, entender lo que pretenden esos intrusos pero procurando que no lo descubran pues teme que lo delaten y lo entreguen a las autoridades de un mundo que es "un infierno unánime contra los perseguidos".

Adolfo Bioy Casares este año hubiera cumplido un siglo de vida. Murió en 1999. Imagen tomada de la web de Página12


Las pesquisas  del atribulado protagonista nos llevan a recorrer la isla con él, conociendo sus playas, sometidas a mareas excesivas, sus construcciones elegantes y sus sótanos insondables donde se esconden unos "aparatos de contraarrestar ausencias" que terminan convirtiéndose en el eje (a un mismo tiempo espantoso y luminoso) de la obra. Es entonces cuando la psicología del fugitivo toma las riendas del relato para convertir lo que era la narración de una búsqueda de respuestas en una parábola de lo que es el amor por la vida y el deseo de inmortalidad.

La planificación de la novela por parte de su autor ha debido sido rigurosa. La invención de Morel es una compleja máquina de relojería cuyos resortes y mecanismos (que recuerdan a las máquinas que rigen la isla) han sido inteligentemente repartidos a lo largo de sus página como las piezas de un rompecabezas. Es en una rápida relectura que el lector puede por fin sonreir y exclamar "ajá", "con razón", "ah, eso era!" con verdadera admiración. Aún hoy resulta una historia original y poderosa, escrita en tono sencillo y que resulta tan entretenida que se lee de un tirón. Vale la pena el viaje.

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