Dibújame la muerte

Un funcionario de la corte otomana ha recibido el encargo de elaborar un libro lleno de ilustraciones. Los mejores artistas del Imperio han sido convocados para formar parte de la obra. Pero, por razones que desconocen, éstos deben trabajar siguiendo una serie de reglas extravagantes. Por ejemplo, ninguno podrá pintar una página entera sino sólo una parte de ellas. Tampoco podrán ver lo que otros han pintado, no trabajarán al mismo tiempo y siempre usarán seudónimos para identificarse. El proyecto, con todo, avanza, hasta que el asesinato de uno de los participantes convierte a los demás en sospechosos. 

Esa es, más o menos, una sinopsis de Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk. Una obra en la que los géneros épico y policial se entrecruzan con sesudas reflexiones sobre el amor, el arte y hasta la naturaleza de Dios. Lo leí hace poco y tomé algunas notas que quiero compartir por aquí.


Entre los ilustradores protagonistas existe la idea de que aquellos que lleguen a la culminación de su arte pueden darse el lujo de quitarse la vista con un alfiler. Es un "lujo" que sólo pueden darse los verdaderos maestros.
En el centro del mundo


La capital del imperio otomano en el siglo XVI es el eje del comercio mundial. En esa encrucijada es inevitable que los ilustradores protagonistas miren el arte que se hace en todos otros rincones del mundo. Oficialmente miran hacia el este, donde se conservan las tradiciones artísticas de los "antiguos maestros" de Persia y de la India de quienes los turcos se sienten herederos. Pero al mismo tiempo, y de manera secreta, los ilustradores miran a Occidente, con una mezcla de recelo e interés por "los nuevos usos de los artistas francos", (es decir, por la pintura renacentista europea) donde son comunes los retratos y las escenas con profundidad y perspectiva, técnicas rechazadas por los cánones y los maestros y que resultan muy distintas a las del arte islámico tradicional. Esa ambigüedad es parte esencial de la intriga. 

Detalle de un libro ilustrado (como los que elaboran los ilustradores de la novela) donde se ve
tropas otomanas durante sus acciones militares en Tunez en 1569.  Producto de sus conquistas
entre los siglos XV y XVI la élite otomana obtiene la suficiente riqueza para subvencionar
talleres de artistas que exalten, como en este caso, las glorias del imperio.
Imagen tomada de Wikimedia Commons

Pero no son las únicas tensiones que los protagonistas deben enfrentar. Ellos viven asediados por la crítica de grupos religiosos extremistas que predican que cualquier forma de arte es una herejía imperdonable. También los ponen nerviosos los caprichos del Sultán (como elaborar ese libro imposible), el celo de los funcionarios judiciales (que, haciendo uso de la amenaza y la tortura quieren encontrar al asesino a como dé lugar) y los demonios internos de cada uno, sus motivaciones artísticas, sus egos, sus envidias y sus afectos, que ocasionan constantes choques con sus colegas ilustradores. 

En medio de ese cambalache se elabora una complicada historia de amor entre Negro (un antiguo estudiante de ilustración convertido en burócrata), y Sekure, (la hija del líder del proyecto del libro). Ambos tienen que sortear prohibiciones y costumbres estrictas y usar todo tipo de artimañas para acercarse. Su relación es permanentemente identificada con los romances de leyenda que aparecen en los viejos libros ilustrados de Persia, que los ilustradores otomanos admiran y que aspiran a imitar.


Los escenarios 


Santa Sofía, iglesia bizantina convertida en mezquita por los otomanos (quienes les agregaron los cuatro minaretes que la rodean) es mencionada abundantemente en la novela. En la imagen, Santa Sofía según el artista polaco Eduard Hildebrandt (1817-68) . La acuarela está en el museo del Hermitage de San Petersburgo.  

La historia transcurre en las habitaciones y las cocinas de las casas, los cafés frecuentados por irreverentes camaradas, los talleres de pintura donde los artistas se someten a una disciplina esclavista, los mercados, los cementerios, misteriosos monasterios abandonados, alguna casa embrujada y hasta en el alucinante salón del tesoro imperial. Para llevarnos de un escenario a otro, el autor hace que los protagonistas se enreden, una y otra vez, por las caóticas calles de Estambul, descrita amorosamente con todos sus colores, olores y sabores. Pero, como si no fuera suficiente con construir una elaborada crónica urbana, la trama aspira también al relato épico pues constantemente evoca las grandes leyendas y gestas de los tiempos antiguos que transcurren en las llanuras, los desiertos y las montañas del Asia Central, moradas de sus sueños y utopías.

El estilo

Toda la novela está narrada en primera persona. Cada capítulo es contado por uno de los personajes. Lo alucinante es que Pamuk lleva esta técnica al extremo, porque incluso le da voz a aquellos que no sabemos quiénes son. Por ejemplo, hay varios capítulos llamados "Me llamarán Asesino" en donde el culpable que todos buscan (y que no sabemos quién es) habla con el lector de tú a tú, sin revelar su identidad. 




No obstante es difícil acostumbrarse al hecho de ser un asesino. Me resulta imposible permanecer tranquilo en casam salgo a la calle pero tampoco puedo quedarme allí, camino hasta otra y luego hasta la siguiente y al mirar las caras de la gente veo que muchos se creen inocentes sólo porque no han tenido la oportunidad de cometer un asesinato. Resulta difícil creer que la mayoría de la gente sea más moral o mejor que yo solo por una pequeña cuestión de azar y de destino. Como mucho, el no haber cometido todavía un crimen les da un aspecto más bobo... (Página 31) 
Otra técnica frecuente es la de usar narraciones independientes enmarcadas dentro de la narración principal. Pamuk la usa para sustituir lo que, de otro modo, hubieran sido largos debates abstractos entre los protagonistas. Hablar con parábolas, con leyendas, es la forma oriental de transmitir los puntos de vista y la sabiduría. Esto es relevante porque hay un dilema filosófico que obsesiona a los ilustradores y que atraviesa toda la obra: ¿Deben las cosas representarse como son (como se ven) o como "deben ser" a los ojos de Dios? Para responder esa pregunta y otras similares la novela de Pamuk apela a un montón de pequeños cuentos (acerca de guerreros, shas, jeques, batallas, raptos, enamoramientos y venganzas) que se intercalan dentro del marco general de la historia principal. Pongo un bonito ejemplo de esos mini relatos (es el cuento de un concurso entre dos médicos):

Uno de los dos médicos que competían ante el sultán, el que la mayoría de las veces se pintaba con la ropa color rosa, había hecho una píldora verde con un veneno tan potente como para matar a un elefante y se le dio al otro, al de caftán azul marino. Este se tomó con muy buen provecho primero la píldora venenosa y después otra azul con un antídoto que acababa de fabricar y, tal y como se puede entender por su dulce sonrisa, no le ocurrió nada. Además ahora le había llegado a él el turno de que su competidor oliera la muerte, Con lentos movimientosm saboreando el hecho de que ahora fuera su turno, arrancó una rosa rosada el jardín, se la acercó a los labios y le susurró una poesía oscura que nadie pudo oír. Luego, con gestos que demostraban de sobra la seguridad en sí mismo que sentía, le alargó la flor al médico vestido de rosa para que la oliera. El médico vestido de rosa estaba tan preocupado por el poder del poema que el otro había susurrado a la rosa, que en cuanto se acercó a la nariz la flor, que no poseía otra cualidad excepto su aroma, se desplomó muerto de terror. (páginas 207-208)



Mi  ejemplar de la novela de Pamuk, reposando, jadeante, inmediatamente después de entregarme el último capítulo. 
Pero el dilema de los ilustradores es asumido por el mismo autor en su forma de narrar: Por un lado describe al detalle los lugares y las pulsiones, terrores y esperanzas de sus personajes. Es decir, las cosas como lucen, como son. Pero, en simultáneo, se da el lujo de relatar las cosas como "deben ser" de acuerdo a las creencias de los personajes: Así, el autor hace que luzca natural (verosímil) que los muertos pueden hablar con los lectores...


Que no se os ocurra pensar que estaba furioso con mi asesino, que buscaba venganza, ni siquiera que mi alma estaba inquieta porque me habían matado de forma traidora y despiadada. Ahora estoy en un plano completamente distinto y mi alma está muy satisfecha de haberse encontrado consigo misma después de tantos años de sufrimiento en el mundo. (Página 302)

...o que las pinturas "cuenten" (sí, en primera persona, como si fueran un personaje humano) historias. Como aquel pasaje en que una pintura de la muerte cuenta su propia historia:

—Dibújame la muerte —le dijo luego—No puedo dibujar la muerte sin haber visto ninguna imagen suya en mi vida —le contestó el ilustrador de prodigiosas manos que habría de pintarme más tarde.—Para dibujar algo no es absolutamente necesario haber visto antes su imagen —le replicó el apasionado y delgado anciano. —Sí, puede que no sea necesario -le contestó el maestro ilustrador que me pintó—. Pero si quieres que la pintura sea perfecta, como las que hacían los maestros antiguos, debe haber sido dibujada antes miles de veces. Por muy experto que sea un ilustrador, la primera vez que pinta algo lo hace como un aprendiz, y eso sería indigno de mí. No puedo ignorar mi maestría dibujando una imagen de la muerte porque para mí sería como morir.  —Entonces eso quizá te ayude a acercarte al tema —repuso el anciano. (Página 192)


En ese contexto, lleno de voces que proceden de cada cosa que existe, terminan pareciendo hasta lógicas y razonables algunas tradiciones extremas y secretas que circulan en la cofradía de ilustradores, como aquel ritual al que aspiran los más grandes ilustradores: Que se quiten la vista, introduciéndose ellos mismos un alfiler en cada pupila, como recompensa por haber alcanzado la maestría. A pesar de esas hipérboles, el autor nunca pone en riesgo el tono estrictamente realista de la historia principal. Me parece que lograr ese equilibrio es uno de sus mayores méritos. Mantener al lector en vilo es el otro.


Orhan Pamuk

Algunos datos

  • Me llamo Rojo fue publicada por primera vez en 1996. La primera edición en español apareció en 2003. La edición que he leído (de la que están tomadas las citas) es la traducción de Rafael Carpintero editada por Santillana, en su colección DeBolsillo, editada en Barcelona en 2010,  tercera edición
  • Orhan Pamuk nació en Estambul en 1952 y ganó el nobel en el 2006. Este su web site oficial (en inglés): Clic aquí

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