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Ya me voy



Falta una semana nada más pero siento como si ya me hubiera ido… ¿No me crees? Ya sé que te he dicho miles de veces que me quito y que nunca lo hago. Sí, ya sé que estoy con esa cantaleta hace siglos, que no tengo tiempo para nada, que quiero escribir, hacer música, que paro estresado y me esfuerzo demasiado por muy poco y bla bla bla, pero a pesar de mis lamentos sigo atornillado, pegado y emparedado aquí, como si realmente me creyera eso de la zona de confort. Pero ahora sí es en serio. Entiéndeme, no me había resultado fácil dar el paso antes porque siempre hay buenas excusas para no darlo. La principal es que es difícil desenchufarse de lo que te da -puntualmente y cada fin de mes-, gas para vivir, aunque no sea de la mejor calidad y esté arruinando tu motor.

Entonces sí. Me voy. Convencido, pero con cierto recelo porque, a estas alturas, aquí donde me ves, sin cartones que exhibir, sin bonitas abreviaturas delante de mi nombre en la tarjeta, con los añazos encima y mucho menos pelo que antes, irse es casi una herejía.

No será la primera vez que me voy por decisión propia. También me fui hace años cuando me quité por primera vez de la universidad porque sentía que estaba perdiendo el tiempo (no lo perdía, claro, ¡pero traten de convencer a un chiquillo de 20 de que no tiene razón!). Me fui cuando renuncié a mi primer trabajo estable (en una editorial, ¡qué locura!) para dedicarme al teatro e irme de cara en el examen de admisión a una escuela de arte dramático (pues yo pensé que para ingresar me bastaba con mi experiencia de actor aficionado y no había que prepararse) y ponerme a patear cilindros durante largos meses. Me fui cuando abandoné mis cursos intensivos de inglés porque había conseguido un trabajo tentador en donde estuve varios años y aprendí a hacer casi todo lo que sé. Me fui cuando le dije al jefe de una compañia de e-commerce que quería trabajar solo a medio tiempo para tener mejores horarios para ensayar con mi banda de rock... Bueno, eso no fue exactamente "irse", pero para el caso es lo mismo porque le dio a ese jefe la excusa que necesitaba para botarme. Y hoy, después de 9 años de no irme a ningún lado (porque me consideraba bien escarmentado de los tropezones anteriores) y habiendo perdido mucha práctica en el arte de partir, decido, quizá precisamente por eso, volverme a ir.

Claro que, para esta ocasión, he cargado en mi nave provisiones suficientes para soportar un largo viaje, porque si algo me han enseñado mis anteriores partidas es que, por más entusiasmo que tengas en un proyecto de negocio, un sueño húmedo o una infame locura, las cuentas seguirán llegando a fin de mes y alguien tendrá que pagarlas.

¿Miedo? Pues… sí. Porque a diferencia de la arrogante seguridad con la que me fuí en las ocasiones anteriores, ahora pienso las cosas antes de hacerlas. Pero de miedo no me voy a morir. Sí, en cambio, de postergarme.

Así que, como decía el capitán Picard, Adelante. O como decía un superhéroe de juguete, al infinito y más allá. O como decía ese filósofo mexicano de ridículo bigote, juímonos.
 

Nota: Esta entrada fue originalmente publicada en mi primer blog, llamado Ya me juí, en el que intentaba contar mis experiencias como emprendedor luego de renunciar a mi trabajo. En poco tiempo ese blog dejó de cumplir su propósito (pues mis nuevos tropezones no me resultaban divertidos y no quería escribir sobre ellos), pero decidí recuperar este texto e incluirlo aquí por dos razones: 1) Porque para mí, forma parte de la sección "rocas" de este blog. De hecho fue la primera cosa que escribí para un blog. Le he colocado la misma fecha en que fue publicado originalmente sólo para que resulte congruente con ese propósito y por eso es anterior al verdadero primer post de este blog, que empezó varios meses después. 2) Para, en los momentos en que las cosas no marchan tan bien, tener a la mano algo que me recuerde por qué inicié este camino. 


  (23/11/2013) 

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