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El niño que quería entender

Confieso que me demoré en abordar Un mundo para Julius. No es que no me atrajera Bryce. Sus dos primeros cuentarios me gustaban desde el colegio (de ahí viene mi amor incondicional por Muerte de Sevilla en Madrid). Pero, aunque tenía su primera novela a la mano desde hacía siglos, no le entraba por pura discriminación: Es que era una edición pirateada, de hojas mal cortadas, tinta opaca y papel malísimo, que soltaba harto polvillo y ya tu sá, si mezclas mis alergias con mi devoción por las excusas....  Entonces, cada vez que veía un ejemplar decente en una tienda o en alguna feria de libros, me detenía la mano al primer impulso comprador, diciéndome en voz baja: "pero qué haces, pablo, si ya lo tienes en la casa". Y en ese plan, pasaron años.


"Julius nació en un palacio de la avenida Salaverry, frente al antiguo hipódromo de San Felipe; un palacio con cocheras, jardines, piscina, pequeño huerto donde a los dos años se perdía y lo encontraban siempre parado de espaldas, mirando, por ejemplo, una flor" (Inicio de la novela)
Hasta que un día, en una reu, alguien habló de Julius y sus aventuras y estuvieron como media hora comentando uno y otro pasaje y me sentí super estúpido y culpable por no ser capaz de hacer un solo comentario. Así que, ahí no más, días después, me soné bien la nariz, sacudí el librejo vigorosamente (liberándolo del polvo y de dos o tres páginas que tuve que recoger del suelo y pegar luego con scotch) y lo empecé y no paré. Y la pasé muy bien. Y es raro porque, aunque en el libro no hay mucha acción, la cálidez y cercanía con la que el narrador "te habla" al oído, es irresistible. 

Para contar la historia de Julius, un niño rico (pero) de gran sensibilidad, Bryce intercala la tercera y la primera persona con pasmosa naturalidad y te mantiene todo el tiempo sonriendo (aunque nunca te arranque una carcajada). De vez en cuando zampa otras voces en la historia que no sabes si pertenecen a un personaje, a un esquivo narrador o a tí mismo, haciendo el comentario preciso -no forzado- que se necesita para redondear un párrafo.


Y así, a golpe de sumar y acumular sutilezas, pinceladas, como un impresionista, el autor le va dando forma al escenario donde transcurre su novela, una Lima profundamente clasista que, a mediados del siglo XX, acoge a unos cuantos millonarios que viven soñando con Europa y Norteamérica y que ignoran por completo la sociedad en la que viven, a la que le hacen sombra sus mansiones de Las Casuarinas y el viejo San Isidro. La servidumbre y los obreros los rodean, pero no intentan rebelarse nunca contra ese orden. Al contrario, intentan acomodarse en él de la mejor manera posible para sacarle provecho. La crítica social (nunca obvia, como quien no quiere la cosa) le cae a todos, sin que el autor se anime a tomar partido (aunque, por acumulación lo haga el lector), prestándole su voz mordaz a cada personaje, burlándose, casi sin que te des cuenta, de todos los estamentos de la sociedad. Una burla sin crueldad, casi amorosa, pero al mismo tiempo descarnada.

La Lima de Julius

Bryce se vale del trayecto que hace Julius fuera de su zona de confort (acompañando a su chofer y a una de sus empleadas, en un atípico viaje desde San Isidro hacia el Rímac, a bordo del Mercedes de la familia) para describir, en pocas pinceladas, la capital huachafa e hipócrita en donde viven y padecen sus criaturas:

Julius ni cuenta se dio de que habían encendido la radio; llevaba un buen rato dedicado a mirar cómo cambia Lima cuando se avanza desde San Isidro hacia la Florida. Con la oscuridad de la noche los contrastes dormían un poco pero ello no le impedía observar todas las Limas que el Mercedes iba atravesando, la Lima de hoy, la de ayer, la que se fue, la que debió irse, la que ya es hora de que se vaya, en fin, Lima. Lo cierto es que de día o de noche, las casas dejaron de ser palacios y castillos y de pronto ya no tenían esos jardines enormes, la cosa como que iba disminuyendo poco a poco. Había cada vez menos árboles y las casa se iban poniendo cada vez más feas, menos bonitas en todo caso porque acababan de salir de tenemos los barrios residenciales más bonitos del mundo, pregúntale a cualquier extranjero que haya estado en Lima, y empezaban a verse los edificiotes esos cuadrados donde siempre lo que falla es la pintura de la fachada, ésos con el clásico letrero SE ALQUILA o VENDE DEPARTAMENTOS; edificios tipo nos-mudamos-de-Chorrillos, del-viejo-caserón-de-barro-a-Lince; edificios menos grandes con tienda, bar o restaurancito abajo y arriba las medio pelos a montones o son ideas que uno se hace; casona vieja; pensión adaptada para el futbolista argentino recieén contratado, medio gordo ya pero que fue bueno, también para galán de radioteatro de la misma nacionalidad, que viene a ver qué pasa y para lo de la nostalgia de Buenos Aires, aunque a veces los de Lima sacan sus leyes y se habla un poco del artista nacional y todo eso, mi casa, tu casa, su casa, exentas de comentario por la costumbre de verlas y porque son nuestras; casa tipo Villa Carmela 1925, quinta tipo familia-venia-a-menos; el castillo Rospigliosi, mezcla de la cagada y ¡viva el Perú!; chalecito de la costurera y de la profesora, casa estilo con-mi-propio-esfuerzo, una mezcla de palacio de gobierno y Beverly Hills; casa estilo buque, la chola no alcanza el ojo de buey y no te abre por miedo, todo medio seco; tudores con añadidos criollos; casa torta de pistache de uno que la cagó y sale feliz hacia un Cadillac rosado de hace cinco años, estacionado en la puerta; edificio para galán argentino ya establecido, con departamento tipo pisito que puso ella; edificio bien terminado, muy caro, venta de departamentos en propiedad horizontal, que está de moda; edificio altísimo, orgullo nacional, ¡yo allí por nada con los temblores que hay en Lima!, con muchas oficinas en alquiler y, en el punto más alto, penthouse para amigo soltero de Juan Lucas. Después ya por el centro, es donde se arman las peloteras, tremendos pan con pescado de lo moderno aplastando a lo antiguo y los balcones limeños además. Pero van saliendo también de ahí, el Mercedes atraviesa toda una zona que no tarda en venirse abajo desde hace cien años y desciende a un lugar extraño , parece que hubieran llegado a la luna: esos edificios enormes, de repente, entre el despoblado y las casuchas con gallinero, son como pálidas montañas y hay un extraña luminosidad, ni más ni menos que si avanzaran ahora por un lago seco, dentro el cual el camino se convierte en caminito que el tiempo ha borrado y el Mercedes sufre nostálgico de las más grandes autopistas. (Páginas 170-171)

Una vista aérea del Country Club a mediados del siglo XX, escenario de la segunda 
parte de la novela. La foto ha sido tomada de la página de facebook LimaAntigua

Los protagonistas

Los que recelan de ese orden -conformista con su propia desigualdad- son los raros, los peligrosos. Julius es uno de ellos: Un niño que no tiene en apariencia nada extraordinario salvo que parece ser el único que posee sentido común, capacidad de asombro, interés por entender las cosas en una sociedad donde todos se conforman y a nadie le preocupa entender nada. Pese a ello (y precisamente por ello) es tratado por los poderosos como si fuera un tonto, un débil, un intrascendente. Los dominados tampoco lo entienden y por eso lo tratan con condescendencia.


(...) venía hasta Nilda, la Selvática, la cocinera, la del olor a ajos, la que aterraba en su zona, despensa y cocina, con el cuchillo de la carne; venía pero no se atrevía a tocarlo. Era él quien hubiera querido tocarla, pero entonces más podían las frases de su madre contra el olor a ajos: para Julius todo lo que olía mal olía a ajos, a Nilda, y como no sabía muy bien qué eran los ajos, una noche le preguntó, Nilda se puso a llorar, y Julius recuerda que ése fue el primer día más triste de su vida." (Página 11)


El personaje de su madre, Susan, no se deja influenciar por los conflictos latentes en todas partes Ella no se complica la vida, deja que las cosas fluyan. Se acomoda, se resigna, como si todo le diera pereza. Pero a ratos, aflora en ella una sensibilidad que no calza con ese modelo de frivolidad que encarna. Como si ella hubiera sido diferente en otro tiempo (¿habrá sido una niña como Julius?) pero que fue moldeada por su entorno hasta olvidarse de ella misma y convertirse casi en un maniquí. Pero, a veces, esa sensibilidad primitiva irrumpe en su día y ella se resiste a usarla. 
 Susan besó a Julius y le dijo que lo había extrañado muchísimo. Bien mentirosa pero también bien buena era Susan porque, al terminar de decirle que lo había extrañado muchísimo, se dio cuenta de que ni siquiera había pensado en él y que no había sentido nada al decirle que lo había extrañado muchísimo. Entonces se le acercó de nuevo y lo besó adorándolo y le dijo otra vez te he extrañado muchísimo darling y ahora sí se llenó de amor y pudo por fin quedarse tranquila.  (Pagína 227)

Susan ha descubierto que la vida se le hace fácil con sólo ser la Susan que todos conocen. Y para ello sólo tiene que "ser linda", una cualidad que Bryce le atribuye una y otra vez, como un leitmotiv que, según el contexto, adquiere múltiples significados. 

El antagonista es más predecible y plano: Juan Lucas, el nuevo novio de Susan, un hombre que lo tiene todo y que se dedica a gozar de la vida, a imponer su visión de las cosas -la única que parece posible- sobre los demás, dando órdenes, calificando y sobre todo clasificando los componentes de su mundo. Es un hombre pragmático que rehuye hábilmente el conflicto y las complicaciones, que está permanentemente alentado por su corte de aduladores y  respaldado por su infinita chequera.   
Lo cierto es que tal vez porque la vida empieza a los cuarenta o porque un exceso de facilidades en la vida lo estaba dolceviteando y los placeres escaseaban ya en su placentera vida, o simplemente por hijo de puta, Juan Lucas había descubierto un nuevo juego , tal vez redescubierto un juego casi olvidado: siglos que no viajaba y ahora en el hotel quería sentirse viajero constantemente. Había que ver lo que le gustaba llegar y partir, andar dejando propinas en manos de botones verdes que seguían esperando sus órdenes y que le cargaban las maletas. Y es que le dio por lo de las maletas. Realmente gozaba teniendo una maleta a medio cerrar sobre su cama de hotel. Las dejaba horas ahí, como descansando. Las vaciaba y las mandaba limpiar. Nunca quería terminar de mudarse. (Página 150) 
Pero más que la descripción de una sociedad injusta o un panfleto de denuncia, Un mundo... es  mesurada, a ratos cómica pero, sobre todo, emotiva.

Mi ejemplar (Lima, Mosca Azul Editores - Francisco Campodónico Editor - 1990 - 9na Edición) una versión económica pero impresa en un pésimo papel. Tampoco es que haya cuidado mucho este libro... voy a forrarlo, lo prometo, porque se cae a pedazos. 
El factor emocional

El libro remueve. No de golpe, si no a plazos, porque Bryce es bueno dosificando, convenciéndote de a pocos. Casi siempre eso ocurre de la mano de los personajes secundarios, una colección de almas que rivaliza con el niño protagonista para ser el corazón de la novela. Por ejemplo Arminda, la lavandera, la que plancha las camisas como nadie, sometida a sus propios dramas familiares, su pobreza y sus achaques y que muy a pesar de ellos emprende una odisea, devota, religiosa, para hacerle llegar... ¡un regalo de cumpleaños! al niño millonario que vive en el hotel mas chic de la ciudad. Menos sutil, más cercana, es la historia de Cano (el niño más modesto de la escuela) y el mundo imaginario en el que, sin alternativas, se ve obligado a refugiarse. O la perturbadora trayectoria vital de Vilma (antigua niñera de Julius) cuya presencia es determinante en los dos extremos de la novela. O el pintor de Chosica, o  "la nieta de Beethoven", o el viejo filatelista judío, o Juan Lastarria, empresario y nuevo rico que llega a conmover a golpe de hacer el ridículo para ser mejor valorado en la competitiva aristocracia. Es curioso pero al final de la lectura me entraron ganas de darle un abrazo a todos ellos. Como si realmente lo necesitaran. Curioso el poder de algunos autores de hacer que quieras a personas imaginarias (¿lo son?)

Alfredo Bryce Echenique, en los años 90
 (foto tomada de http://blogs.elpais.com/ladrones-de-fuego)

Pero claro, quizá no son los personajes, sino la forma en la que Bryce escribe. Yo, aspirante a escribidor, siempre me he sentido intrigado por su eficacia para soltar ideas poderosas usando un lenguaje que es al mismo tiempo coloquial y cómico. El autor recurre a un narrador omnisciente pero ingenuo, que nunca dice todo lo que sabe pero lo sugiere, casi con pudor, como aparentando no haberlo dicho, como para que tú saques tu línea sin que él quede como un indiscreto. Un narrador que, a pesar de que se esfuerza, no logra disimular el amor que siente por sus personajes. Van cuatro ejemplos para cerrar:  

(Citas tomadas de la edición de Mosca Azul Editores - Francisco Campodónico Editor - 1990 - 9na Edición. Se indica la referencia de la página al final de cada cita.)


(Papá murió)
Papá murió cuando el último de los hermanos en seguir preguntando, dejó de preguntar cuándo volvía papá de viaje, cuando mamá dejó de llorar y salió un día de noche, cuando se acabaron las visitas que entraban calladitas y pasaban de frente al salón más oscuro del palacio (hasta en eso había pensado el arquitecto), cuando los sirvientes recobraron su mediano tono de voz al hablar, cuando alguien encendió la radio un día, papá murió.(Página 10)


(La parroquia)
No habría tolerado un iglesión oscuro-colonial con mendigos en la puerta y altares barroco-complicados desde que pasas la puerta. Un letrero PROHIBIDO ESCUPIR EN EL PISO DEL TEMPLO, a esa hora, la hubiera liquidado. Pero en su parroquia no había mendigos porque había reparto parroquial organizado. Lo que sí había, pero eso era natural y necesario, era un chiquito, hijo de uno de sus pobres del hipódromo, esperándola todo los días para cuidarle el auto. (Pagína 117)
(Regreso al colegio)
Al entrar al colegio, Julius tuvo la sensación de que sus pies pisaban más abajo. Primero pensó que a lo mejor se iba a desmayar pero luego, al detenerse en esa sensación, empezó a comprender que había crecido. (Pagina 210)

(Incomodísima situación).
Juan Lucas, bromeando, bromeando le preguntó si tenía alguna queja que darle sobre la conducta de su hermano Bobby. Julius le dijo que ninguna y el golfista celebró eso porque sólo los mariconcitos, los tontos pollos y los cipotes se quejaban de sus hermanos o de sus amigos. "Acusar es de gilipollas", agregó, encantando con las expresiones tan españolas que había recuperado para su vocabulario. Carlos apareció en ese instante cargando algunas maletas que se había traído en el taxi, y Juan Lucas le dijo que cómo así le había dado las llaves del Mercedes a Bobby, que si no había tenido suficiente con estrellar la camioneta. Carlos se arrancó con tremenda explicación : que al niño quién lo va a parar cuando quiere algo, que él sólo se había quedado con las llaves de la camioneta, que seguro las del Mercedes las encontró el niño en la suite, etc. Julius, que seguía la escena con gran atención, le dijo que parara ya de acusar porque tío Juan Lucas les llamaba maricones y tontos pollos a los que acusan. Juan Lucas maldijo la hora en que conoció a Julius. Carlos, que era muy criollo y algo sabía del derecho a huelga y eso, se debatió entre el señor aceptará mi renuncia, una mentada de madre, vamos afuera y aquí está usted en lo suyo, pero vamos respetando. Incomodísima la situación. Felizmente Carlos miró a Julius y sintió respeto por el padrastro del niño y se tragó su amargura pero de ahora en adelante él era el chofer de la señora y punto, yo no le aguanto pulgas a nadie, vamos respetando. Dejó las maletas en el lugar que Juan Lucas le ordenó y se marchó a fumar donde la atmósfera esté menos cargada. Lo malo es que Juan Lucas hacía rato que se estaba cagando en él, aunque no en Julius: tal vez no hayas salido mariconcito, felizmente, pero te pareces a la lora de los cuentos, todo tienes que repetirlo... (Página 228) 

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