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Duelo de necios

La lucha entre un anciano y un pez espada gigante, en el mar de Cuba, podría haber sido el típico relato de un pescador que agranda su hazaña (y las dimensiones de su presa) para ganarse los aplausos y la envidia de sus oyentes. Si sólo hubiera estado "bien contada" no hubiéramos tenido más remedio que aceptarla, aunque levantando la ceja y dudando de su verosimilitud. Pero, como escritor, ¿qué haces para que una historia así sea creíble? ¿Qué haces para que un personaje, físicamente disminuido, sin alimentos ni agua y sometido a los caprichos de los elementos, pueda enfrentarse con éxito a monstruos que son más grandes que su bote sin que digas "naaaaaa, eso no puede pasar"? Después de mucho tiempo he releído El viejo y el mar -ese tipo que libro que todos quisiéramos escribir- buscando alguna idea de respuesta.



Visto de lejos, es solo una historia lineal, de prosa fácil y trama sencilla. Pero la verdad es que está llena de recursos literarios, lo suficientemente discretos como para que no le resten sabor a la anécdota marinera pero, también, necesarios para convertirla en una obra de arte. 

Los trucos del narrador

Santiago, el protagonista, se ha embarcado a probar suerte luego de más de 80 días sin haber logrado pescar algo relevante. Los habitantes del puerto lo miran con condescendencia. Aunque respetan su estatus de pescador y trotamundos, lo saben retirado y achacoso. Solo uno de los personajes secundarios lo tiene a la altura de sus méritos: Manolín, "el muchacho", un  discípulo suyo, aún menor de edad que, aunque intenta como puede consolar la pobreza y la vejez de Santiago, no deja de infundirle ánimos sobre la buena pesca que pronto tendrá. Hasta ahí el relato usa dos "voces": La de narrador omnisciente (que cuenta la historia en tercera persona) y la del mismo Santiago, que se intercala con la primera y gana protagonismo a medida que el personaje se adentra en el mar, reflexionando sobre lo que ve y "hablándole" a las criaturas con las que se enfrenta. Pero luego aparece una especie de "tercera voz" que, aunque es también la de Santiago, suena "distinta". Es una voz en segunda persona, imperativa, capitana, que aparece cada vez que el protagonista flaquea y necesita corregirse, arengarse . ("Calma y fuerza, viejo") y ordenarse acciones distintas a las que su voz original -más resignada que pesimista- sugiere.

Hemingway también usa la repetición obsesiva de algunas ideas para los dichos de Santiago. Tremenda es la carga emocional que le da a "Si el muchacho estuviera aquí..." cada vez que  se enfrenta con un problema y necesita ayuda . Otra de esas ideas es la alusión constante a los personajes que Santiago admira: Concretamente al beisbolista Joe di Maggio, uno de sus héroes deportivos, que a pesar de tener un problema de salud (que Santiago no entiende bien y que se imagina que pudiera tener él mismo) es capaz de conseguir victorias deportivas esforzándose y sobreponiéndose. Es su modelo.

Otro recurso -un clásico hemingwayano- es eso de no contar la historia del pasado del personaje, a pesar de su relevancia. En vez de eso va soltando una serie de pinceladas y trazos sobre anécdotas y hechos concretos de esa historia que permiten que el lector, más o menos, la reconstruya. Es así como queda claro que Santiago es un trotamundos, un cazador curtido, un aventurero afecto a las luchas de fuerza, un hombre que añora a su esposa, que se sabe cerca del final de su vida pero que no tiene intenciones de retirarse, quizá en honor de una historia personal de la que está, a pesar de algunos remordimientos, orgulloso. 

Ernest Hemingway, a bordo de un yate de pesca en Cuba, alrededor de 1950, en la época en que escribió El viejo y el mar (Imagen tomada de Wikimedia Commons, y que procede de la colección de fotos de la Librería y museo John F. Kennedy de Boston) 
La ética del cazador

El autor hace que su personaje se relacione con las bestias marinas, como si estas fueran interlocutores. Las humaniza. "Intercambia ideas" con los peces y aves, "dialoga", "les aconseja", con una ingenuidad aparente que disimula mal la sabiduría del protagonista. Es cierto que el texto no soportaría una lectura animalista de este recurso. De hecho, la manida"ética" del cazador está allí (esa que "respeta" a su presa pero que no tiene inconveniente en matarla). Pero es muy interesante la forma en que su trato con las bestias cambia según los atributos humanos que Santiago les da. Por ejemplo, desprecia a las que medran (como a la medusa, a la que llama "puta") y a las que carroñean (como con los tiburones galanos en el quinto final de su aventura).  Pero trata con afecto al ave fragata que lo guía a los cardúmenes al principio de su travesía, o al pajarillo pequeño que se posa cansado en la regala del  bote. Esa cortesía alcanza también a su noble enemigo, el primer tiburón con el que tiene que enfrentarse. No es casual que llame "hermanos" a estas bestias, porque en todas ellas encuentra seres que, por luchar contra la adversidad igual que él, puede identificarse. A pesar de que sus habilidades se han visto ver mermadas con el tiempo y de que él sabe que no es el mismo de antes, no se resigna a retirarse Quizá en el fondo sabe que si lo hiciera, sentiría desprecio por sí mismo -se covertiría en algo parecido a las medusas o los galanos- y en esa indignidad no podría seguir viviendo. 

El pueblo de Cojímar, al norte de La Habana, en donde inicia y culmina la novela. Al fondo a la izquierda puede verse el local de "La Terraza", mencionado por el protagonista. Ahí pasó Hemnigway muchas horas y ahí también conoció a Gregorio Fuentes, quien le inspiró el personaje de Santiago. Imagen tomada de la web https://onlinetours.es/blog/post/978/la-ruta-de-hemingway-de-finca-vigia-a-la-terraza-de-cojimar 


El rival

Esa "admiración" por las bestias que luchan marca su relación con su presa principal, el pez espada con el que lucha durante tres días. Al principio, cuando no lo conoce más que por la forma en que tironea del sedal, cuando no lo ha visto, cuando sólo ha sentido sus bruscos cambios de profundidad o rumbo, la presa solo es un ser misterioso y escurridizo, casi sobrenatural, al que intenta cazar lo más rápidamente que se pueda. Luego, a medida que constata su fuerza, su tenacidad, su resistencia, empieza a considerarlo "de otro modo". Le habla como a un igual. El recurso, práctico pero al mismo tiempo simbólico, de envolverse el sedal alrededor de su propio cuerpo para soportar la tensión, explicita esa conexión. Su respeto se vuelve admiración cuando el rival emerge y revela sus dimensiones y sus contornos. Pero, más que disuadirlo de la urgencia de caza, la confirma:

Pez—dijo—, yo te quiero y te respeto muchísimo. Pero acabaré con tu vida antes de que termine este día.

Santiago no está tan seguro de lograrlo. Confía en sus "trucos", en su experiencia, pero teme por su debilidad física. Nunca dice la palabra "miedo", nunca insinúa que será derrotado. Pero menciona muchas veces el dolor de su espalda o de sus manos, de las heridas que se le abren, del hambre, de la tentación del desvarío. La muerte planea alrededor de él pero Santiago siempre está pensando en cómo enfrentarla de manera creativa: Cambiando de posición, lavando sus heridas con la sal del mar, planificando la ingesta racionada de sus carnadas, ingeniándoselas para "cabecear" un poco sin perder la guía. Y aunque flaquea por ratos y se le nublan las ideas y siente que se desmaya, no se cansa de luchar. Hemingway convierte su historia en la metáfora universal de la lucha entre el humano, voluntarioso pero limitado, y el universo (en este caso, el mar) creado para humillarlo. El autor no necesita inventarse huracanes, arranques de llanto o tempestades para falsear la epopeya. Los cielos límpidos y las aguas tranquilas le bastan y aún así la potencia del drama es incuestionable. Pero tiene a bien alejar al bote de la costa para que quede claro que Santiago está solo con su historia y con sus "trucos", lejos del muchacho que podría ayudarlo o de los diarios en los que podría enterarse de las hazañas del deportista que lo inspira. 

Al frente de él, el pez es otro necio que también lucha, que no se rinde.

Pez, vas a tener que morir de todos modos. ¿Tienes que matarme también a mí?

Pero no hay que engañarse, aunque el pescador lo haga: La presa está en desventaja todo el tiempo y solo se parece al cazador en su terquedad. La naturaleza, tarde o temprano, pesará más que la voluntad. Por eso, cuando el falso equilibrio termina y Santiago corona su hazaña, el mar arremete vengativo. El durísimo retorno (el último quinto de la novela y su cima, alarde de intensidad narrativa) corrobora el sentido realista de la aventura de esta suerte de Odiseo de la Corriente del Golfo. Es la historia de todos nosotros. Porque todo triunfador es también un derrotado. Porque la victoria es siempre un pico, nunca una meseta. Porque luego de que clavas en la cima tu bandera tendrás, quieras o no, que regresar a la oscuridad de las hondonadas, donde eres más pequeño y más vulnerable.

Algunos datos

  • El viejo y el mar fue publicado en 1952. La obra redondeó la ya bien ganada fama de Ernest Hemingway, le dio el Premio Pullitzer al año siguiente y fue mencionada en el veredicto del comité del Noble de Literatura que se le concedió en 1954. 
  • Transcurre en las aguas de la Corriente del Golfo. Aunque nunca se menciona el nombre del puerto, hay consenso en que este no es otro que Cojímar, una localidad al norte de La Habana, cuyas luces nocturnas le sirven al personaje de Santiago para orientarse en las noches en altamar. 
  • Gregorio Fuentes era un pescador canario afincado en Cojímar que Hemingway conoció durante sus largas temporadas en Cuba. Hay consenso en que el autor se basó en él para su retrato del personaje de Santiago y que incluso usó parte de su historia personal para construirlo.
Pablo Ignacio Chacón

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