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10:30 am



Faltan dieciocho minutos.... trece... cuatro... Ya. Oficialmente es media mañana y no se verá tan mal que abandones tu sitio un rato. No usarás los ascensores: Vas a bajar los ocho pisos por las escaleras, para que el proceso de salir de la burbuja de aire acondicionado que te protege y te da de comer, sea gradual y poco traumático. Afuera hace calor. Cruzarás la calle hacia el parque, le comprarás a la señora del kiosco un paquete de galletas integrales y, mientras te las comes, caminarás alrededor del monumento, pisando las hojas crujientes que han caído de los árboles que te cubren del solazo, mientras espantas a las palomas que picotean tus huellas para robarse las migajas que se te caen de la boca. Mirarás tu reloj y te darás cuenta de que ya han pasado casi diez minutos, que te estás demorando demasiado, de que tienes que volver al edificio para seguir trabajando y, sobre todo, aparentar que lo haces. Y subirás por el ascensor, y te sentarás de nuevo en frente de tu computadora y mirarás el reloj cada cinco minutos para saber cuánto tiempo falta para que sean las doce y treinta y puedas bajar de nuevo para ir a uno de los localcitos de Chinchón para escoger tu entrada y tu segundo y comer, rápido, no más, no vaya a ser que se te pase la hora, y pagar y salir y dar una vuelta al parque para los eructos y volver a subir los ocho pisos para sentarte en frente de tu máquina y empezar a mirar tu reloj cada dos por tres hasta que sean las cuatro para decirles a todos que vas por un café o un chocolate (o solo a dar otra vuelta por el parque), rápido, no más, y subir y sentarte de nuevo y mirar el reloj para saber cuánto falta para las seis. Y cuando sean las seis te darás cuenta de que aún no puedes irte porque lo que tenías que terminar hoy (que no has terminado por tus galletas y tus menúes y tu chocolate y tu maldita incapacidad para organizarte) aún no está terminado y te harás preguntas impertinentes sobre tu vida y tus años y tus proyectos personales que te harán perder aún más tiempo y luego de eficientísimas dos horas más, cerrados por fin todos los pendientes, bajarás (esta vez sí por el ascensor, pues ya no jalas) y te apurarás para ver si encuentras rápidamente un carro no demasiado lleno que te pueda llevar sin demasiados empujones y apretones hasta tu casa durante hora y media, más o menos, para llegar, tirar tus llaves sobre la mesa, lavarte las manos, tomar un vaso de agua, abrir una lata de atún, masticar rápido y lavarte los dientes y arrojarte a tu cama eructando con la idea de leer algo y quedarte dormido sobre el libro que llevas tres meses sin avanzar y despertarte seis horas después para bañarte vestirte desayunar lavarte caminar paradero bus pagar sudar viajar sudar llegar sudar firmar sudar sentarte, prender tu computadora y continuarlo todo donde lo dejaste ayer mientras te dejas arrullar por la burbuja de aire acondicionado que te atonta y te enlentece pero te salva del verano y del hambre, antes  de empezar a mirar el reloj para saber cuántos minutos faltan para lo del parque y las galletitas.

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