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Un hombre bajo sitio

A raíz de una anterior lectura de El Muro (comentada aquí) ya había contado algo sobre mi primer encuentro con La Náusea de Jean Paul Sartre. Finalmente he abordado esta novela para completar esa viejísima asignatura pendiente.

La visita de Antoine a la galería de retratos del museo de Bouville, uno de los pocos momentos emocionantes de la novela.

De arranque hay que decirlo. No es ni divertida ni emocionante. Pero tiene cosas bastante interesantes. La novela está estructurada como un diario personal que lleva su personaje principal, Antoine Roquentin. Es un tipo que, luego de haber tenido una vida de viajes y aventuras, ha llegado a una etapa en la que se siente vacío y sin propósito. Pero este diario no es precisamente un relato de sus aventuras sino una relación de las impresiones, y sobre todo, especulaciones metafísicas, de tinte pesimista y a menudo deprimente, que él mismo hace sobre cada objeto y persona con las que se topa en sus solitarias incursiones por las calles, bares y edificios públicos de Bouville, la pequeña ciudad portuaria en la que está trabajando. Pero sus divagaciones no son gratuitas ni alejan al lector de la trama: Ocurre que Roquentin padece una (enfermiza) necesidad de entender su propia existencia a la que considera carente de sentido. 



Tuve la suerte de saber, antes de leerla, que las intenciones del autor no eran completamente narrativas sino que pretendía a partir de su historia presentar sus propias inquietudes filosóficas. Eso evitó que me tomaran por sorpresa sus muchos juegos de preguntas y repreguntas que cuestionan la naturaleza del mundo sensible cada cierta cantidad de páginas. En su mundo los objetos y los lugares lucen artificiales, falsos:

El bulevar Noir no tiene la facha indecente de las calles burguesas, que hacen gracias a los transeúntes. Nadie se ha preocupado de adornarlo; es exactamente un revés. (...) La ciudad lo ha olvidado. A veces un camión grande, de color terroso, lo cruza a toda velocidad, con ruido atronador. Ni siquiera hay asesinatos, por falta de asesinos y de víctimas. El bulevar Noir es inhumano. Como un mineral. Como un triángulo. (Página 21)
 Los rituales humanos le resultan, igualmente, inútiles:
Siguen cayendo otras cartas, las manos van y vienen. Qué ocupación absurda: no parece un juego, ni un rito, ni una costumbre. Creo que lo hacen para llenar el tiempo, simplemente. Pero el tiempo es demasiado ancho, no se deja llenar. Todo lo que uno sumerge en él se ablanda y se estira. (Página 17)
Las personas y sus hábitos le parecen patéticos. Pero cuando habla de ellos lo hace con un tono condescendiente que linda con la compasión, porque cree que nadie, más que él, se da cuenta de la futilidad de la existencia. Baste para eso recordar el extraordinario capítulo dedicado a describir un dia domingo en las calles de Bouville. En una de sus escenas, mientras los ciudadanos contemplan el anochecer en los muelles del puerto, Roquentin dice de ellos:
En algunos rostros más descuidados, creí leer un poco de tristeza; pero no, esas gentes no estaban ni tristes ni alegres; descansaban. Sus ojos muy abiertos y fijos, reflejaban pasivamente el mar y el cielo. Dentro de un rato, de regreso, beberían una taza de té en familia, en la mesa del comedor. Por el momento, querían vivir con el mínimo de gasto, economizar gestos, palabras, pensamientos, hacer la plancha: tenían un solo día para borrar las arrugas, las patas de gallo, los pliegues amargos que deja el trabajo de la semana. Un solo día. Sentían que los minutos se les deslizaban entre los dedos; ¿tendrían tiempo de acumular bastante juventud para empezar de nuevo el lunes por la mañana? Respiraban a pleno pulmón porque el aire del mar vivifica; sólo su aliento, regular y profundo como el de las personas dormidas, demostraba que vivían. Yo andaba con tiento, no sabía qué hacer con mi cuerpo duro y fresco, en medio de esa multitud trágica en reposo. (Páginas 43-44)
Una fotografía de principios del siglo XX de los muelles del puerto de Le Havre, ciudad en la que se supone está inspirada la Bouville de 1920 de la novela, y en la que vivió Sartre antes de escribir La Naúsea. La ciudad sería completamente destruida por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. La foto ha sido tomada de : http://le-blog-de-jean-yves-carluer.fr/2013/06/06/du-ruban-bleu-a-la-rue-clavel/
Esa juego entre lo que algo aparenta y lo que es realmente ocupa cada una de las reflexiones de Roquentin sobre las personas, incluso cuando se refieren a las representaciones artísticas de esas personas (estatuas, retratos). Los "Cochinos", como él llama a los miembros de la burguesía, se han acomodado en un juego de apariencias que el protagonista desnuda en su memorable visita al museo (el capítulo que más me impactó), donde se pasea por las galerías de retratos de los prohombres de la historia de la ciudad:

Sabía, por haber contemplado mucho tiempo en la biblioteca del Escorial cierto retrato de Felipe II, que cuando se mira a la cara un rostro resplandeciente de derecho, al cabo de un momento ese brillo se apaga y queda un residuo ceniciento; ese residuo era el que me interesaba. [El retrato de] Parrottin ofrecía una hermosa resistencia. Pero de golpe se apagó su mirada; el cuadro se empañó. ¿Qué quedaba? Ojos ciegos, la boca delgada como una serpiente, y mejillas. Mejillas pálidas y redondas, de niño; se desplegaban en la tela. Los empleados (...) nunca las habían sospechado; no se demoraban demasiado en el despacho de Parrottin. Al entrar encontraban esa terrible mirada como un muro. Detrás, estaban a cubierto las mejillas, blancas y blandas. ¿Al cabo de cuántos años las había notado su mujer? ¿Dos? ¿Cinco? Me imagino que un día, mientras el marido dormía a su lado y un rayo de luna le acariciaba la nariz, o mientras digería penosamente, a la hora del calor, recostado en un sillón, con los ojos entrecerrados y un charco de sol en la barbilla, se había atrevido a mirarlo de frente: toda esa carne se le apareció sin defensa, abotagada, babosa, vagamente obscena. Sin duda a partir de entonces Mme. Parrottin asumió el mando. (Página 73)
El acosador

Pero Roquentin no es sólo cinismo y crítica: Se siente acosado, asediado, trastornado por una angustia que, literalmente, lo marea, asquea y asusta y a la que él mismo llama "la Náusea" que "se le aparece" como una maldición cada vez que es plenamente consciente de que las cosas simplemente existen por que sí. En cada una de las escenas de náuseas el lector puede llegar a convencerse de que no está ante una historia de tipo filosófico o psicológico sino ante un relato del género fantástico.

¡La cosa anda mal, muy mal! Otra vez la suciedad, la Náusea. Y una novedad: me dio en un café. Los cafés eran hasta ahora mi único refugio porque están llenos de gente y bien iluminados; ni siquiera me quedará este recurso; cuando me vea acosado en mi cuarto, no sabré adónde ir. (Página 14)

Al principio la Náusea es "algo" que "emiten" las cosas, como si éstas reafirmaran de manera ominosa y brutal, que existen sin una razón. Más adelante ese "algo" se vuelve insoportable, y cada vez lo asalta más fuertemente, interfiriendo con sus propias acciones, volviéndolo "peligroso" a los ojos de los demás:

Todo el mundo me mira; los dos representantes de la juventud han interrumpido su dulce plática. La mujer tiene la boca abierta como culo de gallina. Sin embargo deberían ver que soy inofensivo. Me levanto, todo da vueltas a mi alrededor. (...) Al irme advierto que conservo en la mano izquierda el cuchillo de postre. Lo arrojo sobre el plato, que empieza a tintinear. Cruzo la sala en medio del silencio. Ya no comen; me miran, se les ha cortado el apetito. Si me acercara a la muchacha diciendo “¡Uh!” lanzaría un chillido; seguro. No vale la pena. A pesar de todo, antes de salir me vuelvo y les hago ver mi rostro para que puedan grabárselo en la memoria.
—Adiós, señoras y señores.
No responden. Me voy. Ahora sus mejillas recobran el color; se pondrán a charlar. (página 103)
Originalmente Sarte iba a titular a esta novela "Melancolía I", inspirado en el grabado del mismo nombre (en la imagen) del alemán Alberto Durero (1471-1528). Los editores de Gallimard, lo convencieron de utilizar el título por el que actualmente se le conoce. (Wikimedia Commons) 

Pero a pesar de que eventualmente coquetea con la muerte para librarse de ella, no encuentra que ésta sea la solución a sus dilemas metafísicos.
Y yo —flojo, lánguido, obsceno, digiriendo, removiendo melancólicos pensamientos—, también yo estaba de más. Afortunadamente no lo sentía, más bien lo comprendía, pero estaba incómodo porque me daba miedo sentirlo (todavía tengo miedo, miedo de que me atrape por la nuca y me levante como una ola). Soñaba vagamente en suprimirme, para destruir por lo menos una de esas existencias superfinas. Pero mi misma muerte habría estado de más. De más mi cadáver, mí sangre en esos guijarros, entre esas plantas, en el fondo de ese jardín sonriente. Y la carne carcomida hubiera estado de más en la tierra que la recibiese, mis huesos, al fin limpios, descortezados, aseados y netos como dientes, todavía hubieran estado de más; yo estaba de más para toda la eternidad. (Página 108)

Su búsqueda de respuestas (que nunca se insinúa en el campo de la locura) encontrará una especie de epifanía a la sombra de un arbol de castaño donde el protagonista entenderá que la existencia está completamente desprovista de sentido y que es la "contingencia" la que le da contenido. No es una conclusión optimista. A partir de ese punto, derrotado, buscará algo de qué aferrarse. Su última esperanza es su antigua pareja, Anny, la más importante de los personajes secundarios 

Portada de la primera edición en español de La Náusea, publicada por Losada, Argentina. He leido un archivo pdf con la novela que utiliza precisamente la traducción (de Aurora Bernárdez) realizada para esta edición 


Los otros personajes 


Si bien la mayoría de personas que aparecen en el errático itinerario existencial de Roquentin, son tratados casi como objetos dignos de análisis, prejuicios y asco, los dos más importantes de los secundarios comparten, con él, la necesidad de cuestionar su papel en el mundo. Anny, caprichosa y encantadora, es quizá la única persona con el poder y el talento para desarmar completamente el arrogante pesimismo de Antoine. También tiene sus propias búsquedas y manías, y eso hace creer por un momento a Roquentin que puede encontrar en ella a su salvación. Pero Anny no está interesada en luchar contra sus dudas, prefiere engañarse a sí misma con resignado pragmatismo: 

-Vivo en el pasado. Vuelvo a tomar todo lo que me ha sucedido y lo arreglo. De lejos, así, no está mal, uno casi se dejaría posesionar. Toda nuestra historia es bastante buena. Le doy unos toques y sale una serie de momentos perfectos. Entonces cierro los ojos y trato de imaginarme que vivo todavía dentro. (Página 127)
Jean Paul Sartre (1905-1980)
Foto tomada de http://www.welt.de/kultur/article12817512/Jean-Paul-Sartre-1905-1980.html




El otro personaje destacable es El Autodidacto, quien encuentra en una supuesta ética humanista una respuesta a su propia búsqueda. Este hombre, que reconoce sus limitaciones educativas y lucha contra ellas, no desentonaría en un cuento de Borges por el método tan extraordinario que usa para "instruirse": Leer todos los libros de la biblioteca siguiendo el orden alfabético de sus volúmenes.


Pasó brutalmente del estudio de los coleópteros al de la teoría de los cuantas, de una obra sobre Tamerlan a un panfleto católico sobre el darwinismo, sin desconcertarse ni un instante. Lo leyó todo; ha almacenado en su cabeza la mitad de lo que se sabe sobre la partenogénesis, la mitad de los argumentos contra la vivisección. Detrás, delante de él, hay un universo. (25)


Finalmente hay un tercer personaje que conocemos sólo de manera tangencial y es el objeto de estudio del protagonista. En la primera parte de la obra lo fascina (al punto de confesar en su diario que descifrar su historia es la única razón de su existencia). Es el misterioso Marqués de Rollebon sobre el que Roquentin intenta hacer una biografía y de quien se dicen cosas tan extraordinarias como ésta:


“En 1787, en una posada cerca de Moulins, moría un viejo amigo de Diderot, formado por los filósofos. Los sacerdotes de los alrededores estaban extenuados: lo habían intentado todo en vano; el buen hombre no quería últimos sacramentos, era panteísta. M. de Rollebon, que pasaba por allí y no creía en nada, apostó al cura de Moulins que le bastarían dos horas para convertir al enfermo. El cura aceptó la apuesta, y perdió: la tarea empezó a las tres de la mañana, el enfermo se confesó a las cinco y murió a las siete.
—¿Es usted tan hábil en el arte de la disputa? —preguntó el cura—. ¡Aventaja a los nuestros!
—No he disputado —respondió M. de Rollebon—. Le he hecho temer el infierno.”

Al final de su largo derrotero de preguntas sin respuesta y un espanto creciente por lo abrumadora que le resulta la realidad, Antoine Roquentin decide huir, empezar de nuevo, aunque no sabe bien para qué. El arte, en las últimas páginas, le ofrecerá una respuesta, una última esperanza, a partir de una canción que suena en el fonógrafo y que "se ha dejado oir" en otros pasajes de la obra.

Una valoración personal

Pese a esa última esperanza, La Naúsea no es una novela optimista. La vida en ella no tiene sentido ni interés. Las preguntas no resultan absurdas, pese a su apariencia, y pueden llegar a ser incómodas. No puedo opinar desde el punto de vista filosófico. Pero como lector de historias he encontrado momentos memorables (disfrutables, hermosos) como las ya referidas escenas de el paseo por la ciudad el día domingo, de la visita al museo o, sobre todo, el extraordinario diálogo entre Antoine y Anny. Además de muchas frases de antología. Si releo este libro será por todo eso y no porque vaya a extrañar a su protagonista, un tipo que me cae quácker, por su falta de empatía con los demás y que se atreve, insolente y confianzudo, a cuestionarme tanto todo el tiempo. Porque esa es la gracia de este libro. No es sobre Antoine ni sobre los bouvilleses, sino sobre uno mismo. Sospecho que mi rechazo al protagonista se debe precisamente a que me da miedo de que sus peligrosas preguntas tengan sentido, y que su pesimismo esté plenamente justificado. Una advertencia final: Si andas triste o melancólico ni se te ocurra leerlo. 

Algunos datos 

  • La versión que leí es una traducción de Aurora Bernárdez (Aquí una breve reseña de su trabajo por parte de Julio Ortega)  que se publicó primero en la Editorial Lozada de Argentina. El texto de La Náusea, reimpreso por una editorial mexicana, puede leerse en el siguiente enlace: Clic aquí
  • La primera versión de la novela se llamaba Melancolía y data de 1931, pero fue sucesivamente modificada hasa la versión definitiva de 1938. Sobre el origen de la obra encontré este artículo de Germán Uribe, que cita al mismo Sartre sobre su envío a la editorial Gallimard. Clic aquí
  • La canción Some of This Days, que aparece al principio y al final de la obra (en este caso actúa como una segunda epifanía para Roquentin) puede escucharse en una versión de Ella Fitzgerald aquí

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