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Se acaban de ir muchos

Se acaban de ir muchos, así, de golpe: El vengativo niño que le echaba tierra de la maceta a tu algodón de azúcar. El empresario que se vendía a sí mismo una docena de churros con una misma moneda. El genio criminal que ponía churruminos en la comida para no pagar la cuenta. El desadaptado que pisoteaba tu ropa en el suelo aunque la tuvieras puesta. El palomilla que siempre decía la última palabra cuando todos los niños de la clase se callaban. El venerable anciano que te golpeaba con bolsas de papel de misterioso contenido. El chiflado que nunca tenía de queso, no más de papa. El enfermo crónico de chiripiolcas y garroteras. El de los gadgets invencibles como la chicharra paralizadora y el chipote chillón. El que inventó al Matonsísimo Kid, al pirata Alma Negra, a la Chimoltrufia, a Super Sam, al Cuaginais, a Jaimito el Cartero, y que nos instruyó sobre la insospechada nobleza de las lechugas. Y aunque sus canciones resultaran insufribles (me daban “cosa”), y sus mensajitos moralistas aburridos (se aprovechaba de mi nobleza), nadie más me ha provocado tantas veces tantas risas tanto tiempo. ¡Es que no contábamos con su astucia, Maestro!. Gracias (¡Las que te adornan!). Descanse en pez. 

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