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Sheherezade y el violinista maldito

Más recuperado de mi resfrio, y todavía en mi mood antisocial, volví al Gran Teatro Nacional para ver si encontraba entradas para el concierto de la Sinfónica Juvenil. Iban a tocar Sheherezade, un emocionante estudio para orquesta que, inspirado en Las Mil y una Noches, compuso Nikolai Rimsky Korsakov en una época (1888) en la que el arte europeo buscaba nuevas fuentes de inspiración en las viejas (y, por entonces, conquistables) culturas de Oriente.





El gallinero, todo mío

Para mi sorpresa en la taquilla del teatro había muchísimas localidades disponibles. Aunque, aquí entre nos, todos sabemos que pese a la buena voluntad de los chicos de esta orquesta y el punche que le están poniendo al asunto últimamente, no suelen atraer tantos espectadores como sus hermanos mayores de la OSN. Su nivel no alcanza el del resto de nuestras orquestas (que tampoco es para presumir demasiado) pero hay veladas en las que nos dan verdaderas sorpresas y esperanzas. Además, por diez soles (precio de la butaca en el cuarto nivel), es un lujo, incluso cuando no están tan inspirados.

Cuando ya estaba allá arriba una chica del staff del teatro me dijo que había muchos asientos disponibles en platea y que se los estaban ofreciendo a los espectadores del gallinero sin que se requiera el abono de ningún monto adicional. Le agradecí el ofrecimiento pero le dije que prefería quedarme allí. Me miró como si le hubiera mentado la madre. Tuve que explicárselo: El piso estaría casi vacío durante toda la velada (es decir, sin tosedores ni cuchicheadores ni esos a los que siempre les pica algo y se están moviendo de sitio todo el tiempo) y era una oportunidad magnífica para escuchar mejor el concierto, pues a eso había venido, no a ver. No pareció muy convencida pero me dejó a mi gusto. Sólo había cuatro personas en un espacio para 50 y pude sentarme en donde quise. Me pregunté qué dirían los que habían pagado 60 soles por las localidades de abajo si se enteraran que todas esas personas que se iban metiendo tardíamente a la platea, ocupando los espacios disponibles, habían conseguido un descuentazo de último minuto.

La primera parte

La velada arrancaba con el único concierto para violín que compuso el más grande de los grandes (Beethoven), pieza que ya había tenido la suerte de escuchar en vivo un par de veces antes y que iba a ser el bautizo de fuego de uno de los jóvenes talentos de la orquesta, que tocaría la parte solista por primera vez. No abundaré en detalles sobre su performance. Sólo apuntaré que, aunque la orquesta estuvo solvente, el solista no tuvo una noche afortunada. Me imaginé que esa noche el pobre no podría conciliar el sueño, acosado por visiones espantosas en donde el diablo tocaba su violín con un serrucho en vez de un arco. Conozco esa música desde niño y por eso sufrí con el ejecutante y el consideradísimo público que no protestó... Felizmente, yo había ido motivado por lo que venía después del intermedio. 

Mi historia con Sheherezade

Es una de las primeras obras orquestales que escuché, gracias a mi papá. Él la tenía grabada en un cassette morado (que a propósito de esta nota encontré intacto en un cajón), una versión no necesariamente notable. Recuerdo que de niño al escucharla y sin tener aún la más remota idea sobre su origen y propósito, me preguntaba qué tipo de "historia" me estaba contando esa música que parecía hecha a la medida de un guión cinematográfico desconocido. Los títulos de sus cuatro secciones no dejan duda de la inspiración narrativa del compositor. La primera (la que más me gusta) se llama El mar y el barco de Simbad. Y en realidad no tiene nada de difícil imaginarse el vaivén y la violencia de las olas escuchando la segunda mitad del fragmento. Años después me enteraría de que Rimsky Korsakov había sido marino, por lo que conocía sobradamente la materia.

La primera versión que escuché en mi vida de esta obra maestra
Con el tiempo y algunas lecturas entendí que lo que el compositor pretendía no era narrar. Es decir, no es estrictamente música programática (como los poemas sinfónicos que los alemanes y franceses estaban componiendo en esa misma época) sino una mera evocación de un ambiente y unos personajes.

La obra, repleta de melodías entrañables, tiene dos protagonistas. Por un lado el amenazador tema del sultán que mata a una de sus esposas cada noche y que es presentado por los metales graves y las maderas.



Y luego, en abierto contraste, el tema de Sheherezade, una melodía presentada por un violín solitario (al que Rimsky Korsakov le confiere el estatus de protagonista en buena parte de la obra). Supuestamente evoca la voz de la narradora del cuento oriental en que se basa la composición. Ella debe contarle una historia distinta, cada noche a su esposo pues de lo contrario perderá la vida. Hasta el día de hoy, a pesar de haberla escuchado miles de veces, me estremezco. Me parece algo remotísimo, que no descansa en mi memoria sino en mi cerebro reptiliano. Como si se tratara de los los primeros sonidos que se escucharon luego de que los dioses se aburrieron de crear. La melodía más antigua del mundo.



Supongo que eso tiene que ver con el impacto que me causó de niño y no porque sea lo más antiguo que escuché entonces (mis papás cantaban las canciones de Abba, zambas argentinas y algunas canciones infantiles que hoy hasta me asustan) pero esa es la única pieza musical que me genera esa sensación.  Ya. Me estoy yendo por las ramas...

(Interpretación del primer movimiento de Sheherezade. El tema mencionado corre a partir del segundo 50 de este video. Este video es de una versión de la Orquesta del Gewandhaus de Leizpig, dirigida por Kurt Mazur)


La obra

Más allá de la innegable belleza de sus temas, de su aliento épico y romántico, Sheherezade es una obra maestra de la orquestación. Es un "estudio" instrumental para orquesta completa, es decir, es una obra que explota al máximo las capacidades expresivas y tímbricas de diferentes familias de instrumentos sin que uno lo note y es hasta hoy materia de estudio en todos los conservatorios del mundo. 

En un concierto para instrumento solista y orquesta, por ejemplo, es esperable y natural que ocurran momentos en que el solista (digamos, un piano) se enfrente a la orquesta o pase al primer plano sonoro para desarrollar un tema, luciéndose. Sheherezade es como un concierto para orquesta, donde a cada instrumento le toca su parte, y así de pronto tienes a un violonchelo tocando solo, o al fagot haciendo lo mismo o a un corno francés o a un flautín enloquecido tocando una serie de arabescos dificilísimos. Pero ocurre casi sin que te des cuenta que en ese momento lo están haciendo, porque los cambios tímbricos fluye tan naturalmente que estás seguro que no hay otra forma de tocarlo. 

A primera vista la obra puede parecer una sinfonía (orquesta, cuatro movimientos) pero no lo es, porque no hay algo parecido al "desarrollo" de temas que suele caracterizar a los movimientos de las sinfonías decimonónicas. Antes bien, se trata de una serie de variaciones de temas musicales que se repiten en diferentes alturas armónicas y ritmos y siempre con instrumentación distinta. Esas repeticiones no parecen tales precisamente porque sufren esas transformaciones. La obra es todo un reto para las cuerdas y las maderas, pero los que más se divierten, creo yo, son los percusionistas. Permítanme una confesión más: Yo creo que, si la felicidad existe, debe parecerse a ser el que toca los platillos en esta pieza.

Nikolai Rimski Korsakov, integrante del "Grupo de los Cinco" ruso y uno de los mejores orquestadores de todos los tiempos

La versión de la OSJ

Ha sido una versión mediana de la obra. En algún momento (en el tutti en fortísimo del tercer movimiento) la orquesta sonó desbalanceada, pero por lo general hubo precisión, claridad en la mayoría de fraseos de los instrumentos solistas; las maderas habrían estado bien si el fagot no hubiera sido tan impreciso. Los solos de violín fueron alternados entre tres ejecutantes (no es lo usual). Los dos primeros lo hicieron muy bien. El tercero (creo que era el solista de la primera parte... si es así, vaya lío, pobre muchacho, yo antes que un psiquiatra le buscaría un exorcista) no lo hizo muy bien y hasta sospecho que no era culpa de él sino del instrumento que tenía entre sus manos (que de seguro le regaló un enemigo o su ex) porque los pasajes en que debe tocar con cuerdas dobles una de ellas parecía desafinada. En fin. Estoy seguro que vienen tiempos mejores para esta agrupación (y hasta para el violinista maldito, que, si no se mata después de esta experiencia, la usará como base para tocar mucho mejor). Me alivia saber que no soy nadie y no habrá forma de que lea esto nunca.

La Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, desde el cuarto piso, en el momento del saludo final, calurosamente ovacionada por los asistentes, especialmente los de la platea, sorprendentemente llena.

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